29/11/11

¿CUÁNDO COMENZÓ LA HISTORIA?

Escritura cuneiforme.
La historia comenzó con la escritura. Para que la posteridad sepa qué es lo que pasó es necesario que las vivencias y los acontecimientos estén documentados. La historiografía necesita pruebas, y los documentos escritos son las más valiosas –junto a los restos arqueológicos. Sin embargo, ¿cuándo comenzó el ser humano a escribir?

Parece una ironía que precisamente la falta de datos sea lo que caracterice el comienzo de la escritura, que, siguiendo las teorías convencionales, se data más o menos alrededor del año 3.300 a.C. en Mesopotamia, en concreto en la ciudad sumeria de Uruk. Esa escritura era la cuneiforme, aunque ya existieron otros ejemplos previos muy rudimentarios. Pequeños garabatos arañados en tablillas de barro, al principio servían para llevar la contabilidad del comercio de las ciudades como Ur, Uruk o Lagash, los primeros asentamientos urbanos en la antigua Sumeria.

Zona de la antigua Sumeria.
Esta escritura con el tiempo fue adquiriendo otros usos, sobre todo religiosos, y cuando los reyes empezaron a acumular poder sirvió para contar sus hazañas e inmortalizar sus leyes. El cuneiforme fue la escritura de Mesopotamia y de su cultura, y fue adoptado por pueblos tan sofisticados como los babilonios y los asirios, que construyeron poderosos imperios. Al final, el cuneiforme se acabó limitando a la escritura religiosa y con el tiempo fue muriendo. La última tablilla en esa escritura que se ha encontrado hasta el momento data del siglo I d.C, más de 3.000 años después de su creación.

Sin embargo, la lejanía en el tiempo –más de 5.000 años- impiden hablar con absoluta propiedad sobre este periodo y, sobre todo, sobre fechas exactas. ¿Cuándo nació la escritura cuneiforme? No se sabe, ya que ninguna tablilla antigua cuenta hechos o acontecimientos que los contemporáneos podamos situar en el tiempo para poder datarlo.

La ocultación de Venus
La 'Tablilla de Venus'.
La primera tablilla que habla de uno de esos hechos se remonta a los años 1646 a 1626 a.C, más o menos el reinado del rey babilonio Ammi-Saduqa. Esta tablilla –que está expuesta en el Museo Británico- cuenta la extraña ocultación del planeta Venus bajo el décimo rey de la I. Dinastía de Babilonia. Este fenómeno astronómico ocurre cada 1460 años, por lo que sus descubridores, ya en el siglo XIX, pensaron que contaban con la herramienta perfecta para poder datar el pasado. Y para hacerlo utilizaron como referencia el reinado de Hammurabi, el rey de Babilonia conocido por su código de leyes y anterior a Ammi-Saduqa.

Sin embargo pronto surgieron los problemas, ya que las fechas de la ocultación de Venus tampoco cuentan con un consenso claro entre los astrónomos. Así, existen hasta tres teorías sobre la fecha del ocultamiento de Venus a lo largo de la historia. Por lo tanto, existen tres formas diferentes de datar los acontecimientos del pasado remoto, entre ellos el reinado de Hammurabi. Según la primera versión, este rey reinó entre los años 1848 y 1806 a.C.; la segunda le resta 56 años a estas fechas y la tercera teoría hasta 120 años. Por lo tanto, hay expertos que dicen que Hammurabi reinó en fechas diferentes separadas por hasta 120 años, los mismos que nos separan a nosotros de, por ejemplo, la Guerra de Cuba a finales del S. XIX.

Resulta pues imposible fechar con exactitud los reinados de los primeros reyes babilónicos que ya utilizaban la escritura en toda su plenitud. Por lo tanto es un trabajo imposible saber exactamente cuándo se comenzó a escribir. Lo único que parece claro es que el origen está en Mesopotamia, aunque cualquier día cualquier descubrimiento en otro lugar del mundo podría cambiar esta ‘certeza’.  ¿Cuándo y dónde surgió la escritura?, y por lo tanto, ¿cuándo comenzó la historia? Los historiadores dirían que se trata de "una cuestión abierta". 

24/11/11

Y NO PASARON

El 24 de noviembre de 1936 Franco y sus generales tomaron una decisión histórica: no seguirían insistiendo en el ataque frontal contra Madrid. Había ocurrido lo imposible. Las tropas profesionales de Franco, los legionarios y los regulares de Marruecos, no habían logrado vencer a las milicias de trabajadores que defendían la capital. Fue la primera vez desde que empezó la Guerra Civil en el mes de julio que las llamadas tropas nacionales no alcanzaban su objetivo. Aunque los franquistas seguían apostados en el Hospital Clínico, en Ciudad Universitaria y en Carabanchel, Madrid seguía siendo libre y republicana. Los milicianos se enfrentaron a los legionarios al grito de ‘¡No pasarán!’, y no pasaron.

Sin embargo, a principios de noviembre la situación estaba muy lejos de ser propicia para la República, y casi nadie era optimista sobre su futuro. Aunque el golpe de estado planeado por los militares fracasó el 18 de julio en las principales capitales de España, el avance de los sublevados parecía imparable. Sobre todo el del Ejército de África, comandado por el general Francisco Franco. Estas tropas eran las mejores del Ejército Español, las más profesionales y aguerridas. Incluían también a miles de marroquíes que se enrolaron en busca de botín y para escapar del hambre y el paro en su tierra. Su forma de guerrear era despiadada, propia de una guerra colonial en vez de los conflictos en Europa, algo más ‘civilizados’.

Los generales Franco y Yagüe.
Franco el carnicero
Las tropas de Franco lograron llegar de África a Cádiz gracias a la ayuda de los aviones de Hitler, que decidió apoyar el golpe militar en España, lo que contrastó con la tibieza e incluso hostilidad de las democracias occidentales hacia la República. Los soldados de Franco subieron a sangre y fuego por el valle del Guadalquivir hasta Sevilla. De ahí subieron hasta Badajoz, donde las tropas del generalYagüe  -que aún cuenta con una calle a su nombre en Madrid- masacraron a los milicianos y miembros de partidos de izquierda en una ejecución sangrienta y pública en la plaza de toros. Una vez masacrados los obreros extremeños, Franco partió hacia Madrid, pasando por Talavera de la Reina y Toledo. A principios de noviembre ya divisaba los tejados de la capital.

El general Miaja.
En el bando republicano cundió el pánico. El Gobierno de Francisco Largo Caballero abandonó la capital el 6 de noviembre y marchó a Valencia. Atrás dejó a la Junta de Defensa deMadrid, presidida por el general Miaja y compuesta por representantes de todos los partidos del Frente Popular. Entre ellos estaba un jovencísimo SantiagoCarrillo.

Muchos republicanos estaban desmoralizados. Los milicianos huían cada vez que tenían que enfrentarse a los legionarios y las historias sobre ejecuciones y masacres en la retaguardia franquista provocaban el miedo entre la población. Las tropas republicanas eran muy inferiores en calidad a la de sus enemigos y apenas habían tenido tiempo de formar el embrión del Ejército Popular, la organización militar con la que se trataba de superar la desorganización miliciana.

Sin embargo, por una extraña mezcla de sentido del deber, vergüenza, valor súbito, y un largo etcétera de razones irracionales, los milicianos comenzaron a luchar cada vez mejor a medida que se iban replegando hacia Madrid. Ahora estaban defendiendo sus propias casas y a sus propias familias. No podían permitirse perder.

Milicianos en la Casa de Campo.
La Defensa de Madrid
Franco creía que tomar Madrid era pan comido. Contaba con cuatro columnas que avanzaban desde el oeste, a través de la carretera de Extremadura y la Casa de Campo. El general Mola, el ideólogo del golpe de estado, incluso fanfarroneó que contaban con una ‘quinta columna’ en el interior de la ciudad. El plan era cruzar el río Manzanares y entrar en la ciudad por la calle de Princesa.

Enfrente los republicanos se estaban reorganizando. Aunque el comandante en jefe era el general Miaja, su jefe de estado Mayor, el coronel Vicente Rojo, organizó un sistema eficiente de defensa y posicionó a las tropas en función del peligro que se avecinaba, sobre todo en la Casa de Campo. Allí los milicianos resistieron al ataque frontal de los legionarios y marroquíes. Fue una carnicería brutal entre los árboles y a pocos kilómetros del centro de Madrid. Pero los milicianos ya no huyeron, y el plan franquista fracasó.

Trincheras en la Ciudad Universitaria.
Pero Franco seguía empeñado. El 15 de noviembre lanzó un nuevo ataque que consiguió cruzar el Manzanares y penetrar en la Ciudad Universitaria. La lucha fue encarnizada. Parecía que Madrid podía caer. En los días siguientes los franquistas intentaron romper el frente, pero lo más lejos que llegaron fue a ocupar las ruinas del Hospital Clínico, muy cerca de la plaza de la Moncloa. Ya no hubo más avances y el frente se estabilizó. Los republicanos se batieron con mucha valentía. Participaron soldados de todos los lugares: las Brigadas Internacionales y los anarquistas catalanes de Buenaventura Durruti, que murió durante la batalla.

Así fue como el 23 de noviembre de 1936, hace hoy 75 años, Franco desistió en sus intentos de tomar Madrid en un asalto directo. Intentaría conquistar la capital rodeándola, lo que provocaría otras batallas sangrientas como las del Jarama o Guadalajara, pero no pudo conquistar Madrid hasta el final mismo de la guerra.

Para conocer más sobre la batalla de Madrid recomiendo el libro de Jorge M. Reverte.


22/11/11

UN MENSAJE COMPROMETIDO

El faraón Kamose.
Debía hacer mucho calor. Ocurrió en el desierto, cerca de un oasis, hace más de 3.500 años. Un hombre no paraba de correr sobre la arena. Estaba asfixiado, agotado, pero no podía parar. Le pisaban los talones. Tenía que seguir corriendo y llegar a su destino. Era importante, vital para su pueblo. Su rey en persona le había entregado un mensaje y le había insistido en que no debía caer en manos enemigas. El mensajero le había dado su palabra de honor, pero estaba a punto de romperla.

El mensajero era un hicso, un enigmático pueblo asiático. Le perseguían guerreros egipcios de la ciudad de Tebas. El mensaje era, ni más ni menos, una invitación del rey de los hicsos a los nubios del reino de Kush, los vecinos sureños de los tebanos, para invadirlos a la vez y repartirse sus tierras. Tebas, el último bastión de la independencia egipcia, estaba en peligro.

Entre los años 1680 y 1530 a. C. los hicsos gobernaron la mayor parte de Egipto. Son un pueblo misterioso para nosotros que desconocemos casi todo de ellos, sobre todo su origen, aunque es prácticamente seguro que eran asiáticos. Llegaron a Egipto poco a poco, como inmigrantes. Comenzaron a establecerse en el Delta del Nilo y allí se juntaron en comunidades. No se asimilaron a la cultura egipcia.

Los hicsos.
Fueron siendo cada vez más y más, hasta que al final los cada vez más débiles controles de emigración egipcios se desmoronaron como consecuencia de la crisis y decadencia del llamado reino medio de los faraones, que no pudieron aguantar el empuje final de estos inmigrantes armados con armas más avanzadas y poderosas: las hachas de guerra y los carros de combate tirados por caballos, un animal desconocido a orillas del Nilo.

Tebas: el último bastión
Cien años gobernaron los hicsos el trono de los faraones, al menos la parte norte y central de su reino. Solamente una pequeña franja de terreno alrededor de la ciudad de Tebas, al sur, mantuvo su independencia. Era un reino pequeño y pobre, nada que ver con el poderoso imperio faraónico de antaño. Le faltaban materias primas y riquezas para construir un ejército poderoso y, lo peor de todo, estaba rodeado por enemigos. Al norte los hicsos. Al sur los nubios, antiguos esclavos de los egipcios que recuperaron la libertad tras la victoria de los hicsos y estaban ansiosos por vengarse.

Los nubios.
El plan de los hicsos era atacar a los egipcios tanto desde el norte como desde el sur. Por eso la misión del mensajero era tan importante. Pero tuvo mala suerte. La carrera del hicso en el desierto acabó en desastre. Después de una carrera desesperada, fue interceptado por los soldados egipcios y llevado ante su señor, el gobernante de Tebas llamado Kamose.

El mensajero debió temblar de miedo y de rabia. Se había deshonrado a él y a su familia. Había fracasado estrepitosamente en una misión de la que podía depender el futuro de su pueblo. Y, sobre todo, su vida corría serio peligro. Fue llevado a Tebas y con él el mensaje secreto. Pero tuvo suerte. Se le perdonó la vida.

Esta epístola –no sabemos si era una tablilla o un papiro- debería haber llenado de temor a los tebanos y encendido todas las alarmas. Pero Kamose sonrió cuando lo leyó. Era lo que estaba esperando. Por fin tenía una excusa para hacer realidad su gran sueño: la guerra contra los hicsos y reunificar Egipto.

Una familia comprometida con la unificación
Seqenenra Taa
Este era el sueño de su familia y por él había muerto su padre, Seqenenra Taa. Su momia se conserva hoy en el Museo Egipcio de El Cairo y presenta un tajo impresionante de un hacha hicso en su cráneo. Había muerto luchando contra el invasor. Continuar la guerra era una cuestión de honor. Sin embargo, no todos los tebanos compartían esta ansia unificadora. Los cortesanos de Kamose no apoyaron la guerra y el gobernante tuvo que costearse él mismo su ejército.

Esta ansia por la gloria y la venganza le costaría caro. Kamose muy pronto compartiría el destino de su padre, ya que a pesar de todo marchó a la guerra y cayó abatido por sus enemigos no sin antes saquear sus tierras y derrotar a sus ejércitos. Pero su muerte repentina paralizó la ofensiva. Le sucedió su hermano pequeño Ahmosis, todavía un niño cuando subió al trono.

Ahmosis I.
Parecía que los tebanos habían dejado escapar una oportunidad de oro, pero ésta llegaría diez años después. Fue bajo el reinado de Ahmosis cuando los hicsos fueron derrotados y expulsados de Egipto y los nubios conquistados. Egipto volvió a estar unida y era más fuerte que nunca. Había comenzado la que se conocería posteriormente como la XVIII dinastía, la edad de oro de los faraones.  

Al final los hicsos fueron derrotados y borrados de la historia para siempre. Ocurrió tan sólo unos pocos años después del mensaje que enviaron a los nubios para acabar con los egipcios. ¿Qué hubiera pasado si el mensajero hubiera corrido más?

18/11/11

EL PRIMER REVÉS DEL ZORRO DEL DESIERTO

El general Erwin Rommel.
Ocurrió hace 70 años. Era el 18 de noviembre de 1941 a las 6 de la mañana. Quedaba todavía un tiempo para que amaneciera y la calma en el desierto parecía total. Hacía frío, lo normal para esa época del año y para el desierto libio cuando los rayos del sol no lo inundan todo con su intensa luz. Los soldados alemanes e italianos se acurrucaban en sus blindados o en sus trincheras esperando poder dormir un poco más antes de comenzar otro día de dura campaña en el desierto. Pero de pronto estalló el infierno. Más de mil cañones comenzaron a disparar al unísono y sus explosivos golpearon el suelo con tremendas explosiones que podían levantar la arena más de 20 metros. Mirando hacia el este, el horizonte se iluminó con esta demostración de poder militar. Eran los británicos que pasaban a la ofensiva. Había comenzado la Operación ‘Crusader’, el primer revés del zorro del desierto.

Los alemanes del Afrikakorps y sus aliados italianos se defendieron tenazmente, incluso pasaron al contraataque en varias ocasiones. Pero solamente tras muchas pérdidas frente a los panzer alemanes los británicos consiguieron lo que hasta ese momento parecía imposible: los alemanes comenzaron a retroceder. Los británicos por fin habían conseguido vencer a los alemanes. Fue la primera vez en la Segunda Guerra Mundial. Y no eran tropas cualquieras las que se retiraban. Estaban mandadas por probablemente el mejor general alemán de la guerra: Erwin Rommel, apodado el ‘zorro del desierto’.

Llega el Afrikakorps

Un panzer del Afrikakorps en el desierto.
Rommel había llegado a Libia a principios de 1941, nueve meses antes de la ofensiva británica. Lo hizo enviado por el propio Adolfo Hitler con la misión de ayudar a sus aliados italianos que estaban pasando un momento muy difícil en su colonia del desierto. A mediados de 1940, celoso de los éxitos alemanes en Francia, el dictador italiano Benito Mussolini arrastró a su país a la Segunda Guerra Mundial. Uno de los nuevos frentes que se abrió fue en la frontera entre la colonia italiana de Libia y el ‘protectorado’ británico de Egipto que fue invadido por unos 200.000 italianos.

Sin embargo, muy pronto se estancaron y fueron vencidos por los 35.000 británicos que defendían Egipto. Comenzó una larga retirada que abandonó la provincia libia de Cirenaica a los ingleses y en la que decenas de miles de italianos fueron hechos prisioneros. La derrota italiana en el norte de África era total y la capital de la colonia, Trípoli, corría el riesgo de caer también. Hitler no podía permitir este fracaso, por lo que envió al general Rommel y a dos divisiones panzer, las mejores del ejército alemán.

Blindados británicos.
Rommel tenía órdenes de mantenerse a la defensiva y evitar que Trípoli cayera en manos enemigas. Por eso estaba bajo mando italiano y contaba con relativamente pocas tropas. Sin embargo, haciendo gala de su oportunismo y su carácter agresivo, Rommel pasó a la ofensiva incluso antes de que el total de sus soldados hubiesen desembarcado. Los británicos fueron cogidos por sorpresa y huyeron despavoridos de vuelta a Egipto. Los alemanes recuperaron toda la región de Cirenaica haciendo miles de prisioneros dando la vuelta así a la derrota italiana de tan solo unos meses antes.


La carnicería de Tobruk
Un panzer vencido.
El Afrikakorps llegó a la frontera con Egipto en pocas semanas. Se había confirmado una vez más el mito de los invencibles panzer. El camino hacia Alejandría y el estratégico Canal de Suez parecía abierto. Solamente faltaba un pequeño detalle. En la retaguardia alemana había un pequeño puerto que seguía resistiendo los ataques del Afrikakorps. Los alemanes necesitaban conquistarlo antes de seguir su ofensiva. Ese puerto era Tobruk y estaba defendido por soldados australianos. Era algo usual en el VIII Ejército británico, que de inglés tenía poco. Era una amalgama de nacionalidades del Imperio británico: indios, neozelandeses, sudafricanos, algunos ingleses y, por supuesto, los australianos. Aguantaron meses de asedio y bombardeos constantes y brutales bajo un calor implacable y una sed insoportable.

Los alemanes no sabían cómo romper sus defensas, ya que en este caso no podían usar su enorme superioridad en velocidad y astucia que le daban sus tanques. Tenían que atacar frontalmente a las ametralladoras australianas, lo que causaba miles de bajas entre los atacantes sin lograr ningún progreso. Miles de soldados perecían bajo el sol abrasador del desierto, cosidos a balazos mientras las bombas explotaban por doquier. Pero de nada sirvió. Tobruk no cayó y la ofensiva británica obligó a los alemanes a levantar el cerco y a huir hacia el oeste.

Rommel se escapa

La retirada de Rommel.
Rommel había perdido su primera batalla. Pero los británicos solamente habían conseguido una victoria a medias. Los alemanes se retiraron de la Cirenaica y Tobruk estaba libre. Pero la segunda parte del plan, la destrucción del Afrikakorps, no pudo cumplirse. Rommel demostró ser sagaz y escurridizo incluso en la derrota. Logró retirarse a tiempo salvando a gran parte de sus soldados que llegaron al pueblucho de ElAgheila a principios de enero de 1942.

Esta aldea costera era y sigue siendo la frontera entre las dos provincias libias, la Tripolitania y la Cirenaica. De allí habían partido Rommel y el Afrikakorps casi un año antes. Ahora estaban en el mismo punto de partida. Pero si alguien pensaba que estaban vencidos, se equivocaba. Solamente necesitaron unas pocas semanas para descansar y reparar sus equipos. En febrero de 1942 volvieron a la carga y Rommel infringiría a los británicos algunas de sus más terribles derrotas.


Película en color sobre la Operación Crusader (sin voz):


15/11/11

Labitolosa, la ciudad perdida

En el Museo de Zaragoza hay expuesta una estela de casi un metro de altura y con unas inscripciones en latín que dicen: “A Marco Clodio Flacco, hijo de Marco, de la tribu Galeria, Duumviro, dos veces Flamen, tribuno de los soldados de la legión IV Flavia, varón eminentísimo y ciudadano óptimo; por los muchos beneficios que hizo á su república, le dedican este monumento los ciudadanos y los habitantes de Labitolosa”. Esta estela se descubrió en el siglo XVI y fue durante muchos siglos la única pista de la existencia de una ciudad romana en el norte de la actual provincia de Huesca. Labitolosa, una ciudad misteriosa que, a diferencia de las demás ciudades romanas descubiertas o por descubrir, no aparece en ningún listado hecho por los autores antiguos. Apenas se sabe nada de su historia, de sus gentes y de su destino. ¿Quién era Marco Clodio y que pasó con Labitolosa, la ciudad perdida?  

Como revela la estela, Marco Clodio Flaco era un caballero romano. Había luchado en los ejércitos del emperador Adriano en la lejana provincia de Moesia Superior y el destino le había llevado hace unos 1.900 años a Labitolosa, una próspera ciudad en la provincia hispana de Tarraco. Vivió en plena época de los emperadores Antoninos, la mejor del Imperio Romano según los historiadores. Allí Marco Clodio disfrutó de una vida próspera y del prestigio y respeto de sus conciudadanos de los que fue decurión, una especie de concejal en la Curia, lo que hoy llamamos ayuntamiento. Un honor bastante costoso en términos económicos y solamente reservado a los más insignes. Además, debía ser muy rico, ya que para alcanzar la condición de caballero había que poseer, al menos, 400.000 sestercios, una cantidad que la inmensa mayoría de la población jamás había visto ni vería en sus vidas.
Restos de la Curia.

Los arqueólogos han desenterrado el edificio de la Curia y se han encontrado con unos restos impresionantes, los mejor conservados de la Península Ibérica. Allí esperaban a ser descubiertos otros nombres de otros personajes ilustres de Labitolosa. Los restos arqueológicos nos han revelado que Marco Clodio estaba casado con Cornelia Neilla, y que compartía prestigio y honor en la Curia con personajes llamados Lucio Aemilio Attaeso, Sexto Iunio Silvino o Cornelio Philemon. ¿Qué fue de ellos? No se sabe nada, excepto sus nombres inscritos en los grandes zócalos y pedestales excavados en su antigua Curia desde la que administraban Labitolosa. Y juzgando por las dimensiones de la ciudad y los monumentos encontrados, no debía ser una tarea fácil.

El sueño imperturbado
Labitolosa no ha sido molestada en su largo sueño de muchos siglos hasta la actualidad. La ciudad está enterrada en pleno campo, bajo árboles frutales, en lo alto de un cerro, el llamado Cerro Calvario, cerca de la localidad de la Puebla de Castro y a pocos kilómetros de Graus, al norte de la provincia de Huesca. Desde ese cerro se dominaba y se sigue dominando la entrada al valle del Esera, y por el cual, si se avanza hacia el norte, se llega a los Pirineos que ya se vislumbran en el horizonte. Es la entrada de una comarca que hoy se llama la Ribagorza, y que durante siglos fue una zona fronteriza y de paso.




Restos del Calvarium.

Labitolosa es la clásica ciudad romana. Tiene todo lo que un municipium necesitaba. Justo al lado de la Curia se encuentra el foro, el lugar de reunión por excelencia de los ciudadanos y zona comercial principal de la ciudad. Allí los comerciantes vendían sus productos mientras los administradores se cruzaban con ellos de camino a los edificios públicos y con los fieles que iban a rezar a las divinidades romanas en los templos dedicados a la clásica triada capitolina: los dioses Júpiter, Juno y Minerva.


Unos pocos metros cuesta abajo nos encontramos con otro edificio clásico romano, las termas. En Labitolosa tenían dos, una enfrente de la otra. Los restos desenterrados son impresionantes. El complicado e ingenioso diseño del Calvarium, la zona de agua caliente, sigue prácticamente intacto. Allí los ciudadanos no solamente se lavaban. Las termas eran también un lugar de encuentro muy popular. El hecho de que Labitolosa tuviera dos demuestra dos cosas, que tenía mucha población, y que era una ciudad rica que podía permitirse mantenerlas.

Un final misterioso
Labitolosa alcanzó su mayor prosperidad en la época de Marco Clodio Flaco. No se sabe si gracias a él o a otros ediles, pero los edificios públicos excavados hasta el momento muestran que la ciudad fue grande y próspera entre los siglos I y II d.C. Pero esa época de esplendor no duró mucho. Los expertos dicen que fue abandonada en el siglo III d.C. ¿Por culpa de las constantes guerras civiles de esa época? ¿O fue la crisis económica que asoló al imperio? No se sabe, como casi todo aún de esta misteriosa ciudad.  

El Cerro Calvario sigue escondiendo algo inmenso. A simple vista no se percibe, pero su estructura aterrazada revela que debajo de los frutales y de la capa de tierra que sujeta sus raíces hay algo más, algo construido por el hombre hace mucho tiempo. Miles de restos de cerámica muy antigua, piezas de jarrones, platos y utensilios removidos tras siglos de agricultura cuentan que allí hubo mucha actividad hace años. Hoy se ha excavado algo, pero la gran parte de Labitolosa sigue durmiendo bajo tierra esperando a ser despertada algún día para poder contarnos lo grande que fue y cómo acabó perdida por los siglos de los siglos.



10/11/11

LA GRAN HUIDA HACIA BERLIN… ORIENTAL

El muro de Berlín se abrió definitivamente en la noche del 9 de noviembre de 1989. Atrás quedaron 28 años de división violenta y traumática de una ciudad que vio cómo una infranqueable barrera de hormigón y alambre de espinas cortaba por la mitad a una de las capitales más grandes y dinámicas de Europa. El muro comenzó a construirse el 13 de agosto de 1961, y hasta su apertura miles de ciudadanos de la zona oriental trataron de saltarlo en dirección oeste, empeño que le costaría la detención a la mayoría de ellos y la muerte a 79. Sin embargo, a pesar de que la huída hacia el oeste era la dirección tomada por la mayoría de los que trataron de salvar este obstáculo, hubo algunos, y no pocos, que emprendieron la huída en sentido inverso, hacia Berlín oriental, la capital del régimen comunista de la RDA.

En la primavera de 1988, cuando nadie podía sospechar que quedaría poco más de un año para el fin del muro, se produjo un grave conflicto callejero entre la policía de Berlín occidental y cientos de okupas, punkis y ecologistas. Éstos protestaban contra los planes del ayuntamiento de construir una autopista de circunvalación que pasaba por delante del muro e iba a destruir una zona de vegetación casi salvaje en pleno Potsdamer Platz, una de las plazas más concurridas de la Europa de antes de la Segunda Guerra Mundial.
En 1988 no existía más que en el nombre, ya que los bombardeos de la guerra y la posterior división de la ciudad, convirtieron la plaza en un descampado completamente abandonado en el que la vegetación crecía sin control ayudada por el húmedo clima berlinés. Allí, donde cincuenta años antes pasaban los tranvías y se erigían edificios enormes de tiendas, en 1988 crecían árboles y arbustos. Incluso se habían establecido colonias de animales que vivían bajo la sombra del muro sin ser molestados.
El triángulo de Lenné
Esta zona del Potsdamer Platz se conocía como el “triángulo de Lenné” y tenía una peculiaridad. Aunque estaba en el lado occidental del muro, pertenecía a Berlín oriental. Eran cuatro hectáreas de terreno de la RDA plenamente accesibles desde el oeste que no fueron incluidas dentro del recinto del muro por motivos de eficiencia, ya que hubiera supuesto seguir un complicado trazado que no merecía la pena a los planificadores del muro. Así pues, cuatro hectáreas de terreno que pertenecían a la Alemania comunista estaban completamente abandonadas en pleno centro del Berlín dividido. Y por allí debía pasar la autopista occidental, previo intercambio de territorio.
Esto movilizó a los okupas y ecologistas, muy numerosos en el Berlín occidental de los años 80, una ciudad en la que los jóvenes gozaban de privilegios como la exención del servicio militar y becas del Gobierno federal, que quería así mantener la población de esta isla capitalista en pleno territorio del Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría. Así pues, en Berlín se concentraban cientos de punkis, okupas y el movimiento ecologista gozaba de una muy fuerte popularidad. Éstos se organizaron contra los planes del ayuntamiento y montaron un gran campamento de chozas en el triángulo de Lenné para evitar la construcción de la autopista.
La policía occidental y los manifestantes jugaban al gato y al ratón, ya que cada vez que los antidisturbios cargaban, los okupas se retiraban al exclave comunista donde los policías no podían detenerles. Mientras tanto, el gobierno oriental miraba los enfrentamientos no sin cierta satisfacción.
Carga la policía
Pero todo cambió el 1 de julio de 1988, la fecha en la que se hizo efectivo el trueque del terreno entre las dos mitades berlinesas. A partir de ese día el triángulo de Lenné pasaba a formar parte de la zona occidental. La policía se preparó y a primera hora de la mañana se presentó en el lugar con cientos de antidisturbios y tanquetas con el objetivo de desalojar el terreno.
Pero los manifestantes estaban preparados, y antes de que los policías pudieran empezar su misión, unos 200 okupas, punkis y ecologistas comenzaron a escalara el muro de Berlín en dirección este, hacia Alemania oriental, que estaba dispuesta a echarles una manos. Los soldados les estaban esperando y fueron transportados en camiones a diferentes puestos fronterizos, donde los manifestantes pudieron volver al oeste el mismo día después de tomar el desayuno a la salud del régimen comunista.
Esta curiosa anécdota, sin embargo, no tuvo mayor repercusión. El muro cayó menos de un año y medio después del suceso y la autopista jamás se construyó, por suerte. Hoy, el triángulo de Lenné forma parte de la nueva Potsdamer Platz, otra vez una de las plazas más dinámicas y modernas de Europa, y otra vez en el centro de Berlín.
  

8/11/11

UNA OLA INCONTENIBLE

Hace casi 1.400 años dos imperios centenarios fueron barridos del mapa por una ola incontenible. Uno de ellos desapareció para siempre. El otro pudo sobrevivir, pero herido de muerte, no recuperó nunca su fuerza y esplendor. Esa ola imparable e invencible cambió para siempre la cultura, la política e incluso a las gentes de las regiones que logró conquistar e introdujo una nueva religión que muy pronto tendría millones de fieles y se extendería por la mayor parte del mundo conocido: el Islam.

En el año 632 murió el profeta Mahoma. Él y sus seguidores habían conseguido unificar las tribus árabes e imponer una religión monoteísta, la tercera y definitiva que revelaría la palabra de Dios. Esta unificación se hizo mediante la espada, luchando desde la ciudad de Medina contra los árabes beduinos que se oponían a seguir a Mahoma. Pero la tenacidad y paciencia del profeta de los musulmanes tuvo su recompensa y logró imponerse en toda la península arábiga justo antes de su muerte. Pero con Mahoma muerto la marea no se iba a detener. La ‘guerra santa’ contra los infieles debía seguir, y con la unificación de los árabes no había hecho más que empezar. Ahora tocaba salir del desierto y avanzar a conquistar el mundo.

Guerrero árabe del s. VII.
Ese mundo empezaba en la frontera de Arabia con los dos imperios más grandes y poderosos del mundo de la época junto con el chino. Esos imperios eran el romano y el sasánida. Ambos acababan de firmar la paz después de una guerra agotadora de varias décadas de duración que prácticamente había dejado exhaustas a ambas partes.


Dos imperios agotados
Esos romanos se conocerían con el tiempo como bizantinos, pero ellos mismos se consideraban herederos y continuadores del imperio romano comenzado por Augusto, aunque solamente dominaban la mitad oriental del Mediterráneo. La mitad occidental había dejado de obedecer al emperador unos 150 años antes y ahora estaba formado por diferentes reinos germánicos independientes. Pero el Imperio de Oriente era todavía impresionante. Entre sus provincias contaba con las riquísimas Siria y Egipto, y su gran capital, Constantinopla, era con mucho la ciudad más grande del mundo.  Aunque durante el siglo VI el emperador Justiniano y su gran general Belisario pudieron recuperar muchos territorios del antiguo Imperio de Occidente (como Hispania, Italia o África), la guerra con los sasánidas había llevado a Bizancio hasta el máximo de sus fuerzas.

Rutas de la expansión musulmana.
Por su parte, los sasánidas eran los herederos de los partos y del inmenso imperio persa que fue derrotado por Alejandro Magno. En el siglo VII, justo antes de su destrucción, el imperio llegaba desde Mesopotamia hasta las lejanas estepas de Asia central, ocupando todo el territorio de lo que hoy se lama Irán. Eran los enemigos tradicionales de los romanos, contra los que llevaban luchando casi 700 años. Sin embargo, la última guerra había sido brutal. El rey Cosroes II invadió a los romanos y consiguió conquistar las provincias de Siria y Egipto, que estuvieron ocupadas durante más de una década. La Roma de Oriente parecía que iba a caer, pero su nuevo emperador Heraclio pasó a la contraofensiva y finalmente consiguió vencer a costa de una gran destrucción y agotamiento. Al final, las fronteras fueron las mismas de antes del ataque sasánida.

El valle del Yarmuk hoy.
Una patada a una puerta rota
Esta era la situación estratégica en Oriente Próximo cuando los árabes salieron del desierto y se enfrentaron a los dos imperios. Fue como dar una patada a una puerta rota. Los primeros en sufrir la embestida fueron los romanos. Solamente cuatro años después de la muerte de Mahoma, en el año 636, se celebró la batalla decisiva en el valle del Yarmuk, hoy en Siria. En ese mismo lugar surgió la cerámica hacia el 5.000 a.C. Cinco milenios después una batalla decidiría el destino de esa tierra. Los romanos fueron vencidos y sus tropas arrasadas por unos árabes muy motivados y militarmente muy superiores. El emperador Heraclio se retiró a la Península de Anatolia (hoy Turquía) con la intención de volver, pero nunca más lo hizo.

A la conquista árabe de Siria le siguió la de Egipto, entre los años 639 y 642. Con la caída de ambas provincias (a las que muy pronto seguirían las de África y España) los romanos recibieron un golpe mortal. Aunque Constantinopla todavía resistiría casi mil años más, nunca volvería a ser el imperio que fue. Y las provincias conquistadas tampoco volverían a ser lo que fueron. Al mismo tiempo, los musulmanes vencieron a los sasánidas en la batalla de Qasidiya (hoy en Irak) y en pocos años conquistaron todo el imperio hasta llevar el Islam al corazón de Asia central, a miles de kilómetros de Meca.

La transformación de Oriente Próximo
La conquista árabe transformó para siempre Oriente Próximo. Siria y Egipto habían sido dos regiones clásicas de la cultura grecolatina. En ambas se hablaba griego y latín (entre las clases altas y cultas) y sus habitantes eran ciudadanos romanos. La religión oficial y seguida de manera masiva era el cristianismo. No había nada importante y trascendente que las diferenciara de otras regiones romanas en Europa. En esa época el Mediterráneo, el ‘mare nostrum’ romano, unía las provincias. Pero tras la conquista musulmana ese mar se convirtió en frontera entre dos culturas y Oriente Próximo pasó de ser un bastión de la cultura grecolatina a ser el corazón del Islam.
Restos romanos en Oriente Próximo.
La conquista militar fue rápida, pero la asimilación cultural fue lenta y sutil. Los árabes no impusieron su religión. Simplemente invitaban a los conquistados a adoptarla, y los que no querían sólo tenían que pagar un impuesto añadido. Con el tiempo el árabe sustituyó al latín y al griego como lengua burocrática y de las clases altas, y en pocas generaciones el Islam se había convertido en la religión y la cultura predominante en la zona.

Hoy tanto Siria como Egipto son los dos países árabes más importantes y la religión y cultura imperante es la musulmana. Solamente quedan algunos restos de la antigua hegemonía cristiana de esa tierra, de la que los coptos de Egipto son los últimos herederos.

3/11/11

Una batalla al otro lado del mundo

El hundimiento del San Diego.
La alarma cundió en la lejana colonia española de Filipinas. Habían llegado los holandeses y las fortificaciones no estaban preparadas para la guerra. Solamente había una oportunidad: interceptar los barcos del famoso pirata holandés (o navegante, según con quien se hable), Olivier van Noort, antes de que sus soldados llegaran a tierra. Era diciembre del año 1600, y van Noort había abandonado su patria dos años atrás con el objetivo de dañar todo lo posible el comercio español y portugués en el extremo oriente (Portugal formaba parte de la monarquía hispánica desde 1580). Había llegado a Filipinas y parecía que nada se interponía a su deseo de saquear y ocupar la capital Manila.


Filipinas, que debe su nombre a Felipe II, era la colonia más exótica y lejana del imperio español. Descubierta por Magallanes y conquistada y colonizada desde la expedición del guipuzcoano López de Legazpi desde 1568 hasta su muerte en 1572, era una base adelantada con el objetivo principal de comerciar con otros pueblos de oriente.

El puerto de Manila era un lugar muy próspero de intercambio comercial entre el mundo occidental y oriental: seda, especies, porcelana, y un largo etcétera de bienes se almacenaban allí, donde se encontraban los comerciantes chinos, musulmanes de Indonesia, incluso inmigrantes japoneses en busca de riquezas. A cambio, adquirían bienes de las colonias españolas en América, especialmente la plata de Nueva España, hoy México, desde donde partía cada año el famoso galeón que después regresaba a Veracruz cargado de exóticas riquezas orientales. Filipinas era pues un lugar rico y muy apetecible para los enemigos de España.

Olivier van Noort.
Era el 10 de diciembre de 1600 y los tres barcos de van Noort se aproximaban al puerto de Manila cuando fueron interceptados por la armada española, o mejor dicho, los dos barcos que los españoles tenían allí. Uno de ellos, el galeón San Diego, estaba allí de casualidad, ya que debería regresar a Nueva España cargado de mercancía. No había nada más para repeler el ataque, así que si fracasaban, Manila sería destruida.

Cuando los holandeses entraron en la bahía de Cavite el San Diego se abalanzó contra la nave capitana de van Noort. Entablaron un intenso combate que terminó con la victoria española que capturó el barco enemigo y a su comandante. Sin embargo, la lucha había sido tan intensa que se produjo una vía en el casco del San Diego por donde empezó a entrar agua que inundó el navío que se hundió rápidamente. Van Noort pudo escapar, así como unos 100 marineros. No pudieron salvarse otros 300, que fueron arrastrados al fondo del mar junto a todas sus pertenencias y demás artículos que transportaba el barco. El San Diego se había hundido, pero Manila se había salvado.

El tesoro vuelve a tierra
El pecio del San Diego.
Casi 400 años después de la batalla, en 1991, se descubrió el pecio en el fondo de la bahía, y con él un verdadero tesoro multicultural, la mejor prueba de la naturaleza de la monarquía hispánica en Asia. Más de 6.000 objetos fueron rescatados del fondo del mar, entre joyas, monedas, armas, e incluso jarrones de la más sofisticada porcelana china de la dinastía Ming.

Hoy una buena parte de este tesoro se encuentra expuesta en el Museo Naval, en Madrid. Jarrones de los más variados orígenes asiáticos y en muy buen estado pueblan las estanterías. Son de Siam (hoy Tailandia), China, e incluso de la lejana y misteriosa Birmania. En su día vendrían llenos de especies o de otros artículos imposibles de encontrar en Europa. Pero no por eso su decoración es menos sofisticada. Por ejemplo, destacan las ánforas con asas en forma de dragón, o las grandes tinajas birmanas decoradas con humildes pero impresionantes formas.

También llama la atención la mezcla de orígenes entre las monedas halladas en el pecio. La mayoría son españolas, acuñadas en Nueva España con la plata de las minas de Potosí. Pero también hay monedas chinas, más pequeñas y con un gran cuadrado vacío en medio. Demuestra la variada procedencia de los marineros, o también el intenso intercambio en el puerto de Manila, en el que podrían encontrarse medios de pago de todo el sureste asiático.  

Japoneses al servicio de España
Restos de jarrones y porcelana del San Diego.
Pero lo más curioso de los restos rescatados del San Diego son las empuñaduras de katanas, los sables japoneses. No se conservaron sus filos metálicos y mortales, pero sí delatan la presencia de nipones en el barco durante la batalla. Estos marineros japoneses vivirían en Filipinas atraídos por la inmensa riqueza de Manila, y fueron enrolados en el galeón para luchar contra los holandeses. En el año 1600 no importaba la nacionalidad para poder servir al rey. Su imperio, donde nunca se ponía el sol, estaba compuesto por decenas de nacionalidades con culturas e idiomas diferentes. Estas katanas del San Diego representan la multiculturalidad del inmenso imperio hispánico, en el que se hacía un esfuerzo para luchar contra el enemigo que amenazaba, en este caso, el comercio y el bienestar común.

Fue precisamente esta enorme extensión de los territorios de la monarquía lo que provoca que se pueda hablar en esa época de la verdadera primera guerra mundial, ya que el conflicto entre españoles y holandeses no solamente se libró en los Países Bajos. También fueron escenarios bélicos los dominios españoles en Asia, América y África. El San Diego y sus 300 tripulantes fueron víctimas de esta escalada.