19/7/11

MADRID, 19 DE JULIO DE 1936

El 19 de julio de 1936 era domingo. Hacía mucho calor y las calles eran un hervidero de gente que iban de un lado a otro. El ambiente era festivo, pero también de preocupación. La gente estaba ansiosa. Había sido un fin de semana muy intenso en Madrid y en toda España. Comenzó el viernes por la noche con la noticia de que los militares se habían sublevado en África. Todo había sido muy confuso. Hasta el sábado por la mañana no se supo que Melilla y Ceuta ya no obedecían al Gobierno de la República. Ese mismo día la sublevación llegó a la península. Las capitales de provincia iban comunicando una tras otra que sus guarniciones militares y la Guardia Civil se estaban rebelando contra el Gobierno y estaban deteniendo a los gobernadores civiles y a los funcionarios. ¿Qué estaba sucediendo? 
                       
Casi nadie había dormido en las últimas horas. Todo era muy confuso. La falta de información provocaba la difusión incontrolada de rumores. Que si la rebelión había fracasado. Que si había triunfado. Los medios de comunicación eran aún bastante rudimentarios por lo que nadie sabía a ciencia cierta qué estaba pasando. Pero debía ser muy grave. El presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga había dimitido en la noche del sábado al domingo. Le había sustituido Martínez Barrio. Las líneas telefónicas entre Madrid y las provincias echaban chispas. Todo seguía siendo muy raro.

El ambiente en la calle era muy ambiguo. A la angustia de la incertidumbre se sumaba la euforia que provocaba la ruptura de la rutina por un acontecimiento excitante sumado al buen tiempo y a la festividad del fin de semana. Además, por fin se estaban aclarando las cuentas. La derecha llevaba meses provocando a los partidos y sindicatos de izquierdas del Frente Popular, que había ganado las elecciones en febrero, y la ultraderecha de Falange había mandado a sus pistoleros a matar obreros. Éstos respondía matando falangistas, una espiral que había alcanzado su cenit incontrolado unos días antes con los asesinatos del teniente socialista del Castillo y del portavoz en el Parlamento de la derecha, José Calvo Sotelo. Había ambiente de revancha.

Todo el mundo estaba en la calle, al menos en los barrios obreros. Los sindicatos habían movilizado a sus afiliados. La UGT y la CNT sumaban miles de obreros listos para salir en defensa de la República, o al menos de la República que ellos querían defender. Debía ser de los trabajadores, socialista y revolucionaria. Tenían hombres, algunas armas y, sobre todo, voluntad. Enfrente, el Gobierno y la policía estaban paralizados. La calle era de las masas.

El domingo 19 de julio por la tarde una noticia corrió de boca en boca entre esas masas: los militares también se habían sublevado en Madrid, en el cuartel de la Montaña, en Moncloa. El general Fanjul había entrado vestido de paisano junto a su hijo para movilizar a los soldados contra la República. La mayoría eran pobres reclutas que hacían allí el servicio militar, pero estaban comandados por oficiales que odiaban al Frente Popular y muy pronto se vieron también acompañados de cientos de falangistas madrileños que acudieron al cuartel a apoyar la sublevación.   

Fanjul actuó de manera negligente y muy lenta desde el punto de vista de sus planes, ya que cuando quiso salir con su tropa para tomar las posiciones que le habían encomendado no pudo. Estaban rodeados por miles de madrileños que no iban a permitir que el golpe de estado triunfase en la ciudad. Apenas tenían armas y casi nadie había recibido entrenamiento militar, pero estaban asediando a los sublevados. Ese domingo Fanjul no salió. La sublevación estaba arrinconada en su madriguera. 



Continuará.

1 comentario:

  1. Dani_Pajarrako17:45

    Gran relato para uno de los peores días de nuestro querido país.

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