24/5/12

¿SE DEBE ARMAR AL ENEMIGO?

Cartel francés contra el rearme alemán.
No habían pasado ni siete años de su derrota y ya había quienes querían armarlos de nuevo hasta los dientes. Habían atacado a sus vecinos y masacrado a su población, pero la política de Estado se iba a imponer. Los enemigos de ayer eran los amigos de hoy. Hace 60 años se firmó el tratado que debía dar vida a la Comunidad Europea de Defensa. Es decir, Alemania, la gran derrotada en la Segunda Guerra Mundial finalizada en 1945, podría volver a armarse. Esta vez el enemigo era la temible Unión Soviética. Era la Guerra Fría.


Cuando los representantes de Francia, Alemania Federal, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo firmaron en París el Tratado de la Comunidad Europea de Defensa el 26 y 27 de mayo de 1952, lo hicieron con dos objetivos claros a la vista: la integración de Europa y su defensa por sus propios medios.


Estos estados ya eran miembros de la CECA, la organización que unificaba el carbón y el acero de Europa occidental para matar así los argumentos que habían provocado guerras y millones de muertes en el continente durante la primera mitad del S. XX.  La CECA, impulsada por los franceses Robert Schumann y Jean Monnet y abrazada por el canciller alemán Konrad Adenauer, se firmó en 1951. Pero no era suficiente.

Firm del tratado de la Comunidad Europea de Defensa.
A principios de los años 50 Europa seguía en gran parte destruida y su economía pendía de un hilo, en concreto, dependía de los EE UU, la gran superpotencia mundial. El milagro económico todavía no se había producido y aún quedaban muchas casas en ruinas, familias destrozadas, soldados prisioneros y mucho, mucho miedo y rencor.


La Unión Soviética, gobernada en ese momento por Stalin, gozaba de una reputación internacional envidiable como la gran vencedora del fascismo. Todavía mantenía un poderosísimo ejército, pero estaba prácticamente destruida, en ruinas y en quiebra. Aún así se permitió construir un imperio que abarcaba el centro y el este de Europa. Bulgaria, Rumanía, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Alemania Oriental estaban gobernados por gobiernos comunistas. La tensión se mascaba en el ambiente sobre todo tras la invasión de Corea del Norte en el Sur en 1950 que provocó la intervención de EEUU en Asia y el miedo a una Tercera Guerra Mundial. La Guerra Fría estaba en su apogeo.


La amenaza soviética

Los estados europeos, con Francia a la cabeza, temían que Corea sólo fuera el principio, que Stalin fuera a usar su enorme ejército para avanzar hacia el Atlántico y conquistar así el resto de Europa aprovechando la debilidad de sus países. Los únicos que podían frenar este avance eran los estadounidenses, lo que significaba una humillación y una presencia militar y hegemonía política que los europeos –hasta hacía no mucho los dueños del mundo- difícilmente podían soportar. Por eso Francia encabezó los intentos de integración europea: para crear un continente fuerte –controlado por ella- que hiciera frente a la amenaza soviética sin necesitar al amigo americano.

Monnet y Schumann.
Los británicos no jugaron ese juego. Para ellos la OTAN, fundada poco antes, era suficiente y garantizaba su seguridad, aunque fuera bajo órdenes de Washington. Por eso los políticos de París se fijaron en su enemigo íntimo, Alemania, que a orillas del Rin se relamía aún de sus heridas, dividida, ocupada y marginada.


El canciller de Alemania Occidental, el ex alcalde de Colonia Konrad Adenauer, era católico y conservador. Y muy renano, es decir, hostil a la tradición prusiana y a los intereses geoestratégicos alemanes en el centro de Europa. Adenauer era pro occidental, en todos los sentidos. Sus detractores incluso le acusarían de desaprovechar una oferta de Stalin de reunificar Alemania a cambio de su neutralidad porque Adenauer insistió en arrimarse a Occidente.
 
El miedo francés, que siempre había sido una amenaza para Alemania, se iba a convertir esta vez en una oportunidad. Ansioso por recuperar cierta presencia internacional, de salir del aislamiento y de participar en la economía europea, Adenauer aceptó sin tapujos las insinuaciones francesas sobre una integración de Europa occidental para hacer frente a soviéticos (y a estadounidenses).

La CECA fue el primer paso. No hubo excesivos problemas para aprobarla. A todos les convenía este acuerdo que suponía un gran paso para la reconstrucción de Europa. Pero el segundo paso era más complicado.

Schumann y Monnet sabían que con la integración de la gestión del carbón y del acero (con el que, a fin de cuentas, se hacían los cañones) no se podía ahuyentar a nadie. Por eso el segundo paso debía ser crear un ejército europeo común. El problema es que se tenía que armar a Alemania Occidental y no había mucha gente dispuesta a permitir eso tan sólo siete años después del suicidio de Hitler.


Recuperar la soberanía
Por su parte Adenauer insistió, aunque también había muchos alemanes –liderados por los socialdemócratas del SPD- que se oponían a volver a tener un ejército. Se produjo un intenso debate interno en el país, aunque el verdadero objetivo del canciller era recuperar la plena soberanía y acabar con el estatus de ocupación que continuaba en vigor. Así pues, Adenauer presionó a los franceses para que aceptaran devolver a la República Federal su soberanía a cambio de integrarse en el ejército europeo.

Konrad Adenauer.
La URSS, por su parte, protestó enérgicamente y amenazó de que esto significaba el retorno del militarismo alemán y de que la víctima clara de este nuevo ejército sería la Unión Soviética. A los angloamericanos tampoco les acabó de convencer. Finalmente el tratado se firmó, pero nunca entró en vigor.


A pesar de haber partido de una idea propia, fueron los franceses los que mataron a la Comunidad Europea de Defensa justo antes de nacer. Tras muchos tira y afloja, debates intensos y agresivos sobre la conveniencia de armar al archienemigo tradicional que una década antes había ocupado París, venció el punto de vista más tradicional y el tratado no fue ratificado por el parlamento francés en 1954. La integración militar europea había muerto.


Aunque la explicación oficial fue la de no querer armar al antiguo enemigo, las malas lenguas de entonces indicaron que se podía haber producido un trueque entre Francia y la URSS: ese mismo año 1954 los franceses habían sufrido una derrota espectacular en Indochina contra las guerrillas comunistas. Moscú se habría ocupado de presionar a sus protegidos asiáticos para que aceptasen un tratado de paz mucho más suave para París a cambio de dejar caer la Comunidad Europea de Defensa.

Ruinas en los años 50.
A Adenauer el disgusto no le duró demasiado, ya que Alemania Occidental rápidamente fue aceptada en la OTAN donde entró en 1955 creándose su ejército, la Bundeswehr.


Sin embargo, las consecuencias de este juego político persisten en el tiempo y hoy las estamos sufriendo de manera especial. Al impedirse la integración militar de Europa se cortó de raíz el camino de la integración política del continente, que era el objetivo último de sus ideólogos Schumann y Monnet para hacer frente al poder de las superpotencias. Solamente quedaba abierto el camino para la integración económica que recibió un empujón fundamental en 1957 con la firma del Tratado de Roma, el certificado de nacimiento de la actual Unión Europea.

 
Surge la pregunta: si se hubiese ratificado la integración militar y política hace 60 años, ¿estaríamo hoy sufriendo Europa esta crisis tan profunda?     

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