Los jinetes del Apocalipsis, Durero (1498). |
Hay momentos en la
Historia en los que las desgracias se suman. El hambre, la guerra y la muerte,
los jinetes del apocalipsis no cabalgan muy lejos el uno del otro. Cada uno por
solitario ya es temible, pero cuando los tres se juntan y atacan a los hombres
su resultado está cantado: muerte, sufrimiento y desolación. Esto es lo que les
ocurrió a los europeos del siglo XIV, una centuria en la que al menos un tercio
de los europeos murió de hambre, en la guerra o infectado por la peste negra. Regiones
enteras se despoblaron, y algunas no recuperaron el nivel de población hasta
500 años después.
A mediados de la Edad
Media, hacia los siglos XII y XIII, la vida parecía que poco a poco mejoraba
para los europeos. Tras siglos de amenazas externas, guerras y de retraso
tecnológico, al fin parecía que surgían oportunidades que hacían algo más soportable
la supervivencia en un continente todavía dominado por el feudalismo y el poder
omnipresente y omnipotente de la Iglesia.
El buen clima y ciertos
avances tecnológicos en el mundo rural, como el uso del caballo en la siembra
y, sobre todo, la rotación trienal del cultivo, posibilitó multiplicar las
cosechas. Había comida suficiente y la población creció. Tampoco había
demasiadas guerras, y las que se producían se solían llevar a cabo fuera de
Europa. Pero todo iba a cambiar.
El hambre
En los primeros años
del siglo XIV, hacia 1315, el clima empezó a cambiar. Llovía más y hacía más
frío en primavera. El verano no llegó. Las cosechas se arruinaron, una detrás
de otra. La consecuencia fue una hambruna terrible. De pronto ya no había comida
donde tan sólo una generación antes la había de sobra. La gente se moría a
millares, a millones. De hambre. Los niños eran abandonados a su suerte. Los
ancianos no comían para alimentar a sus descendientes. Las enfermedades se
cebaron con los cuerpos débiles de los campesinos que no podían trabajar el
campo, lo que reducía las cosechas y provocaba más hambre.
El triunfo de la muerte, Brueghel el viejo (1562). |
Europa sufrió este círculo
vicioso durante una década, en la que se calcula que entre un 10% y un 25% de
la población murió de hambre. Pero cuando la situación volvió a recuperarse,
hacia 1330, llegó el siguiente jinete: la guerra.
La guerra
En 1337 los ingleses
entraron en guerra con los franceses. La causa era la tierra, el poder. La
dinastía en el trono inglés, los Plantagenet, eran de origen francés y poseían
tierras en Francia, en concreto en Aquitania, la región de Burdeos y ya
entonces gran productora de vinos. Sin embargo, el rey de Inglaterra debía
vasallaje al de Francia por estas tierras, una situación humillante que quería
eliminar cuanto antes. Entonces llegó la oportunidad con la muerte del último
rey francés de la dinastía de los Capeto, Carlos IV, en 1328. Le sucedió en el
trono Felipe VI de Valois, pero el rey de Inglaterra, Eduardo III, reclamó el
trono de Francia por los derechos dinásticos que tenía por parte de su madre.
La Guerra de los Cien Años había comenzado.
No fue una guerra
corriente. No hubo demasiadas grandes batallas y las campañas fueron muy
destructivas. El conflicto fue largo y duro, muy duro, para la población civil.
Los militares apostaron por desgastar al enemigo, poco a poco, con una
estrategia de tierra quemada. Así pues, los campesinos franceses –donde se
desarrolló la guerra- tuvieron que soportar saqueos y pillajes por ambos
bandos. Más muertos, más cosechas arruinadas y más hambre. Así hasta la derrota
inglesa en 1453.
La guerra se extendió a
otros lugares, como Castilla y Portugal, que lucharon en la batalla de Aljubarrota
(1385), o hasta la propia Iglesia, que se separó en lo que se llamó el Cisma de Occidente, con un Papa en Aviñón (Francia) y otro en Roma, apoyado por cada
bando y sus aliados.
La peste
La danza de la muerte. |
Hambre y guerra. El
tercer jinete no tardó en llegar. En el año 1347 un barco infestado de una
extraña enfermedad atracó en el puerto siciliano de Messina. Había llegado a Europa
la peste negra. Rápidamente se extendió por el continente y en seis años, la época
de su mayor fuerza, mató a unas 25 millones de personas, casi un tercio de la
población. La peste ya no se marcharía de Europa durante siglos, reapareciendo
en brotes sucesivos en diferentes lugares, aunque ya no volvió a ser la
epidemia que sufrió en el siglo XIV.
Europa tardó muchísimo
en recuperarse de la cabalgada de los jinetes del apocalipsis. Llegó uno detrás
de otro, blandiendo sus guadañas y destrozando los campos y las aldeas. Cuando
el último jinete se perdió en el horizonte y Europa se comenzó a levantar
lentamente, ya en el siglo XV, todo había cambiado. Los reyes eran más
poderosos y los nobles habían dejado de ser los grandes dueños del presente
para transformarse, poco a poco, en simples cortesanos. Los Papas ya no tenían
el poder de antes y el emperador era una simple sombra de lo que fue.
Pero sobre todo apareció
un nuevo protagonista que desbancó al sufrido campo: la ciudad. Sus habitantes
se habían enriquecido y reclamaban un lugar en el mundo. La Edad Media había
terminado.
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