4/6/12

HASTA SIEMPRE HERMANO

El Imperio Romano tras la partición definitiva.

El 17 de enero del año 395 d.C. el mundo se dividió en dos para siempre. De manera definitiva. El inmenso Imperio Romano, lo que sus ciudadanos consideraban el mundo conocido, ya no estaría unido nunca más. Roma, que a pesar de los duros varapalos que había estado sufriendo, alcanzaba desde la remota y fría isla de Britania hasta los desiertos sirios, pasando por los bosques europeos y las cálidas islas mediterráneas. Tenía millones de habitantes que vivían en las ciudades más grandes del mundo: Constantinopla, Alejandría, Antioquía, y, por supuesto, Roma la madre del Imperio. Lo que para sus ciudadanos era una unidad indivisible con un emperador y un dios, el cristiano, ahora estaba dividido entre dos hermanos que nunca más se volverían a ver. Fue la Partitio Imperii definitiva.


Ese día de enero el poderoso emperador Teodosio murió en Milán. Había conseguido estabilizar el Imperio, vencer a los usurpadores e invasores, y había hecho obligatorio el culto a Cristo. Lo que antes de él era una opción (muy recomendable para hacer carrera), ahora era una obligación desde que en el Edicto de Tesalónica en el año 380 convirtiera al Cristianismo -su versión acordada en el Concilio de Nicea 55 años antes, la actual Iglesia Católica- en la única religión del Imperio. Para hacerlo realidad mandó a sus colaboradores a destruir los últimos restos de las religiones paganas. El milenario Oráculo de Delfos cerró para siempre, así como el serapeo de Alejandría, y ya no se volverían a celebrar los juegos de Olimpia hasta 1.500 años después.


Teodosio había unificado a los romanos en una fe y en un gobierno. Pero ahora estaba muerto, aunque ya estaba claro quién iba a heredarle. Repartió el Imperio entre sus hijos Arcadio, la parte oriental, y Honorio, la occidental.


El emperador Teodosio.
Roma ya había sido dividida muchas veces antes en sus dos extremos geográficos, pero siempre había vuelto a la unidad. Los primeros en hacerlo fueron el joven Octavio -futuro Augusto- y su todavía socio Marco Antonio. Tres siglos después fue el emperador Diocleciano, que para mejorar la gobernabilidad de sus inmensos territorios los dividió entre sus colaboradores, también llamados tetrarcas. Décadas más tarde los hijos de Constantino el Grande también gobernaron desde capitales diferentes, y por último, los hermanos Valentiniano y Valente dirigieron los destinos imperiales desde dos tronos. Sin embargo, siempre se había vuelto a la unidad, generalmente después de horribles y sangrientas guerras civiles.



Sobrevivir en el Imperio

A los romanos corrientes estas divisiones no les afectaban en sus vidas. La mayoría vivía la limitada vida de su provincia o ciudad de turno tratando de sobrevivir a las continuas guerras e invasiones, a la crisis económica y al empobrecimiento general de las urbes o a la explotación cruel de sus patronos si vivían y trabajaban en una de las enormes villas del campo como colonos. Roma seguía siendo una y el emperador, representante de Dios en la Tierra, un poder sagrado, lejano e irreal excepto a la hora de cobrar los impuestos.

Pero la división del Imperio no era ficticia. La Partitio Imperii Respondía a una realidad que había estado evolucionando desde hacía siglos: El Oriente y el Occidente del Imperio no eran iguales.
Arcadio, emperador de Oriente.

El Oriente romano tenía un pasado milenario de grandes civilizaciones y culturas. Mesopotamia, Egipto, los hititas, fenicios, asirios, Babilonia, etc., habían configurado el mapa del mediterráneo oriental muchísimo antes de que una pequeña aldea de chozas de barro llamada Roma fuera siquiera fundada. Pero fue la civilización griega, el helenismo, la que unificó culturalmente y políticamente (por poco tiempo) este inmenso espacio geográfico. Aunque Alejandro Magno murió poco después de conquistar el imperio más grande de la Humanidad y este se desintegró por las luchas de sus generales por sucederle, la cultura griega se expandió y unificó todo el Mediterráneo oriental.

Así pues, cuando llegaron los romanos se limitaron a conquistar uno a uno los reinos griegos que ya estaba organizados y contaban con ciudades enormes y ricas. De hecho la cultura romana apenas contribuyó en nada en esta zona. Es más, fue la cultura griega la que influyó de manera decisiva a la romana que se dedicó a ‘copiar’ lo griego. Por lo tanto, no es de extrañar que, siglos más tarde, en la parte oriental del Imperio sus habitantes siguieran siendo griegos, hablaran en ese idioma y mantuvieran las relaciones comerciales y culturales que les habían hecho ricos y poderosos en el pasado.


Muchos bárbaros y diferentes

En Occidente, en cambio, los romanos encontraron pueblos que en el mundo grecorromano se llamaban ‘bárbaros’. Eran muchos y diferentes. Celtas, íberos, germanos, númidas, cartagineses, etc. Hablaban diferentes lenguas y tenían distintas culturas. Lo único que les unía era el poder romano que se impuso en lo político y cultural. Fue lo que se llamaría romanización. Una lengua, el latín, y una forma de vida, la urbana, que tuvo que ser creada casi de la nada en un entorno prácticamente sin ciudades.

Honorio, señor de Occidente.
Aunque esta parte del Imperio prosperó y generó muchísimas riquezas, con el tiempo perdió fuerza en comparación con su hermana oriental. Además, los ataques de los bárbaros y la crisis económica la azotaron con más fuerza, por lo que era más pobre y estaba menos habitada. Las ciudades se estaban muriendo poco a poco. Era un mundo en el que mandaban los grandes terratenientes, que en muchos casos sustituían el poder estatal en una sociedad con unas enormes diferencias entre ricos y pobres.


Por lo tanto, cuando Teodosio mandó dividir el Imperio entre sus dos hijos no lo hizo por capricho sino por necesidad. Oriente y Occidente se habían estado separando poco a poco desde hacía siglos. El propio Augusto, el fundador del Imperio Romano, lo sabía. Por eso, como explica el genial Pierre Grimal en su 'Siglo de Augusto', mandó a Virgilio componer su Eneida, la gran obra de la literatura latina: Eneas, el héroe de Troya huye de la ciudad destruida por los griegos y llega a Occidente donde será fundamental para la fundación de Roma. Trataba aquí de unificar ideológicamente el Oriente del Imperio con el Occidente, demostrar que su raíz era la misma.


Pero en el año 395 la división ya fue duradera. Había dos emperadores que, aunque hermanos, fundaron sus propias dinastías y persiguieron sus propios objetivos. Oriente ayudó a Occidente en muchas ocasiones, pero ya no habría salvación posible. En el año 476 fue depuesto el último emperador de Occidente y el Imperio sólo permaneció en Oriente. Lo hizo hasta 1453, cuando Constantinopla fue conquistada por los turcos. Hoy se llama Estambul.


El 17 de enero del año 395 el Imperio Romano se dividió para siempre. Honorio y Arcadio no se volvieron a ver jamás, y Europa, África y Asia se separaron para siempre.

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