Hace más de mil años el
hombre talló en la roca una pequeña maravilla. En lo más profundo de los valles
cántabros y rodeada del verde exultante de sus prados y bosques, la minúscula
ermita de San Juan de Socueva se resiste a perecer. Mantiene vivo el espíritu
eremita que la vio nacer en un entorno salvaje y lejano, oculto al ojo humano.
Ese era el objetivo de sus primeros fieles: esconderse y rezar en la
clandestinidad. Esta pequeña ermita es, aún hoy, un pequeño templo para las
oraciones ocultas.
Cuando los canteros
labraron el pequeño arco de herradura que abre el pequeño y austero altar, lo
harían con cuidado, sin hacer mucho ruido. No podían ser descubiertos y delatar
así el nuevo santuario que estaba naciendo al abrigo de la montaña. Eligieron
un lugar privilegiado, cerca de una curva del río Asón y en un punto desde el
que se puede divisar el valle en toda su extensión. Había que estar atentos,
porque el peligro acechaba.
Valle del Asón. |
El S. IX era una época
muy dura. La Península Ibérica estaba dominada por los musulmanes a excepción
de unos minúsculos reinos en el norte. En la cordillera cantábrica el pequeño
reino astur pugnaba por sobrevivir en un entorno hostil. Acosados por
constantes saqueos y correrías de los musulmanes, sin olvidar los inevitables
robos de criminales que vagaban con absoluta inmunidad por los caminos, los
campesinos que malvivían en los valles sufrían una vida muy dura.
Además, las tierras que
habitaban eran escasas para la agricultura y el clima frío y húmedo. Era esta,
y no otra, la razón verdadera por la que los guerreros musulmanes rehusaron
conquistar esta estrecha franja entre las montañas y el mar. Lluvia, niebla y
nieve, sin olvidar el terreno rocoso, no permitían el cultivo de cereales y
verduras suficientes para alimentar a la población de los valles que, para
mayor dificultad, había crecido bastante nutrida por los refugiados
provenientes de los territorios conquistados por el Islam.
Interior. |
La ley del más fuerte
La Alta Edad Media era
una época en la que valía la ley del más fuerte. Por eso había que rezar y
mucho. Y hacerlo en un lugar oculto, apartado de la vista de enemigos y
saqueadores. Por eso la ermita de San Juan de Socueva está escondida en la roca.
Y también para aprovechar un lugar que ya fue sagrado para generaciones
anteriores.
Las montañas de los
valles cántabros son en su mayoría cársticas, es decir, porosas y en muchos
casos huecas. Esto facilita la formación de cuevas y eso explica que haya
centenares de ellas por la zona. Justo al lado de la ermita hay una, enorme, en
la que podrían encontrar refugio unas cuantas decenas de personas. Es un lugar
mágico, con una fuerza mística irresistible que invita al culto a lo
sobrenatural. Y efectivamente, los arqueólogos han descubierto huellas de ese
pasado, que en este caso se remonta miles de años, hasta la Prehistoria.
Parte trasera. |
San Juan ahora es un
santuario cristiano, pero es bastante probable que los canteros que labraron el
arco de herradura lo hicieran sabiendo que en ese lugar otras muchas
generaciones anteriores ya habían rezado a sus dioses. Es algo habitual en el
Cristianismo de la primera Edad Media ocupar los antiguos lugares de culto
paganos y monopolizar así la religión. La gente seguía acudiendo al santuario
de siempre, pero a partir de entonces rezarían ante un altar cristiano.
La pequeña ermita
sobrevivió en el tiempo. Más de mil años oculta, más de mil nevadas, lluvias y
tormentas. Minúscula, escondida. Hace un siglo la hicieron algo más visible
dotándola de un tejado y de una cerca de piedra para hacerla más reconocible. Sin
embargo es ahora cuando está más abandonada que nunca. Ese es su encanto, y su
mayor riesgo.
Entrada de la ermita. |
Si quieres más
información sobre la ermita de San Juan de Socueva pincha aquí.
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