21/5/12

Oraciones ocultas en la montaña

Hace más de mil años el hombre talló en la roca una pequeña maravilla. En lo más profundo de los valles cántabros y rodeada del verde exultante de sus prados y bosques, la minúscula ermita de San Juan de Socueva se resiste a perecer. Mantiene vivo el espíritu eremita que la vio nacer en un entorno salvaje y lejano, oculto al ojo humano. Ese era el objetivo de sus primeros fieles: esconderse y rezar en la clandestinidad. Esta pequeña ermita es, aún hoy, un pequeño templo para las oraciones ocultas.

Cuando los canteros labraron el pequeño arco de herradura que abre el pequeño y austero altar, lo harían con cuidado, sin hacer mucho ruido. No podían ser descubiertos y delatar así el nuevo santuario que estaba naciendo al abrigo de la montaña. Eligieron un lugar privilegiado, cerca de una curva del río Asón y en un punto desde el que se puede divisar el valle en toda su extensión. Había que estar atentos, porque el peligro acechaba.

Valle del Asón.
El S. IX era una época muy dura. La Península Ibérica estaba dominada por los musulmanes a excepción de unos minúsculos reinos en el norte. En la cordillera cantábrica el pequeño reino astur pugnaba por sobrevivir en un entorno hostil. Acosados por constantes saqueos y correrías de los musulmanes, sin olvidar los inevitables robos de criminales que vagaban con absoluta inmunidad por los caminos, los campesinos que malvivían en los valles sufrían una vida muy dura.

Además, las tierras que habitaban eran escasas para la agricultura y el clima frío y húmedo. Era esta, y no otra, la razón verdadera por la que los guerreros musulmanes rehusaron conquistar esta estrecha franja entre las montañas y el mar. Lluvia, niebla y nieve, sin olvidar el terreno rocoso, no permitían el cultivo de cereales y verduras suficientes para alimentar a la población de los valles que, para mayor dificultad, había crecido bastante nutrida por los refugiados provenientes de los territorios conquistados por el Islam.

Interior.
La ley del más fuerte
La Alta Edad Media era una época en la que valía la ley del más fuerte. Por eso había que rezar y mucho. Y hacerlo en un lugar oculto, apartado de la vista de enemigos y saqueadores. Por eso la ermita de San Juan de Socueva está escondida en la roca. Y también para aprovechar un lugar que ya fue sagrado para generaciones anteriores.

Las montañas de los valles cántabros son en su mayoría cársticas, es decir, porosas y en muchos casos huecas. Esto facilita la formación de cuevas y eso explica que haya centenares de ellas por la zona. Justo al lado de la ermita hay una, enorme, en la que podrían encontrar refugio unas cuantas decenas de personas. Es un lugar mágico, con una fuerza mística irresistible que invita al culto a lo sobrenatural. Y efectivamente, los arqueólogos han descubierto huellas de ese pasado, que en este caso se remonta miles de años, hasta la Prehistoria.

Parte trasera.
San Juan ahora es un santuario cristiano, pero es bastante probable que los canteros que labraron el arco de herradura lo hicieran sabiendo que en ese lugar otras muchas generaciones anteriores ya habían rezado a sus dioses. Es algo habitual en el Cristianismo de la primera Edad Media ocupar los antiguos lugares de culto paganos y monopolizar así la religión. La gente seguía acudiendo al santuario de siempre, pero a partir de entonces rezarían ante un altar cristiano.

La pequeña ermita sobrevivió en el tiempo. Más de mil años oculta, más de mil nevadas, lluvias y tormentas. Minúscula, escondida. Hace un siglo la hicieron algo más visible dotándola de un tejado y de una cerca de piedra para hacerla más reconocible. Sin embargo es ahora cuando está más abandonada que nunca. Ese es su encanto, y su mayor riesgo.
Entrada de la ermita.



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