17/5/12

LAS LISTAS DE LA MUERTE



Lucio Cornelio Sila.
Cuando el general romano Lucio Cornelio Sila entró en Roma en noviembre del año 82 a.C. lo hizo a sangre y fuego. Acababa de vencer a sus enemigos en la Puerta Collina en una batalla que, según cuentan los historiadores antiguos, debió costar la vida entre 50.000 y 70.000 soldados. Fue una masacre de la que de los vencidos unos 12.000 fueron tomados prisioneros. A pesar de pedir clemencia a Sila, éste mandó ejecutarlos. Era la primera guerra civil en Roma, la primera vez que los dos bandos en los que se había dividido la política romana se enfrentaban a muerte.


En esa época Roma estaba dividida en dos bandos poderosos e irreconciliables. Por un lado los llamados optimates, generalmente grandes terratenientes, senadores y de origen aristocrático y patricio. Ellos eran la oligarquía y se sentían como los únicos con derecho a gobernar Roma, como los dueños de la ciudad y de su historia.


En el otro bando estaban los populares, una amalgama de personas de diferente origen social, generalmente plebeyo, que coincidían en un objetivo: restar privilegios a los optimates y repartir mejor y de manera más justa las inmensas riquezas que Roma estaba amasando mientras conquistaba su imperio. En ese grupo había desde proletarios y pequeños campesinos arruinados, hasta personas del llamado orden ecuestre, hombres muy ricos que podían pagar la montura de un caballo en el ejército pero que carecían de influencia política en el Estado a pesar de su dinero.


Pero la división entre los dos bandos no era tan simple, no era solamente ricos contra pobres, aristócratas contra burgueses. También hubo muchos plebeyos o ricos caballeros que apoyaron a los optimates, o patricios de pura cepa que se pasaron al bando popular. El cinismo era moneda corriente, ya que los individuos de buena familia no dudaban en cambiar de bando, incluso varias veces, si interesaba para hacer carrera política.


El camino a la guerra civil


Legionarios romanos en combate.
El caso es que el enfrentamiento entre populares y oligarcas se había radicalizado con el tiempo. Lógico, ya que en juego estaba el poder y la defensa de los privilegios o la lucha por una vida mejor. Comenzó siendo un conflicto llevado a cabo sobre todo en las instituciones de la República, en las que el Tribunado de la Plebe generalmente estaba controlado por los populares y el Senado por los optimates. En ambas instituciones se presentaban los proyectos de ley que eran aprobados en los comicios por los ciudadanos.


Sin embargo, las leyes propuestas eran cada vez más arriesgadas y también los métodos para derogarlas. Así, por ejemplo, 50 años antes de la victoria de Sila los optimates no dudaron en matar a los hermanos Graco porque habían osado presentar una ley que les expropiaba sus grandes latifundios para repartirlas entre los campesinos pobres. Hubo disturbios y muchos muertos, pero no fue una guerra civil. Para eso se necesitaba al ejército y éste lo componían los propios ciudadanos obligados a servir en él en tiempo de guerra. Pero también esto iba a cambiar.


Entre finales del S.II y principios del I a.C., un popular destacado y muy ambicioso llamado Cayo Mario realizó una reforma en el ejército que cambiaría la naturaleza de las legiones para siempre. Promulgó una ley por la que se permitía el reclutamiento de los pobres sin propiedades, algo totalmente imposible en el antiguo ejército ciudadano que se reclutaba por la capacidad económica de los romanos ya que ellos eran los que se tenían que pagar las armas por su cuenta. En ese sistema no había sitio para los pobres en la guerra.


Moneda acuñada por Sila.
Pero la crisis económica hizo que hubiera cada vez más pobres y menos propietarios, por lo que había problemas de reclutamiento. Mario abrió las puertas de la milicia a los pobres, les proporcionó armas, uniforme y una paga. El ejército se convirtió en permanente y en una profesión. Pero el riesgo era que los soldados ya no eran sólo fieles al Estado, como antes. Ahora le debían fidelidad a su general, que era el que pagaba sus sueldos. Y ese general podía lanzarlos contra la misma Roma si así lo decidía. Mientras tuviera dinero o tierras sus legionarios le seguirían.



Sila, el ‘martillo’ de los optimates

Eso es lo que tenía Sila cuando desembarcó en Brindisi, en el ‘talón de la bota’ de Italia, en el año 83 a.C. con su ejército procedente de Grecia. Acababa de derrotar al rey oriental Mitrídates y había convencido a un ejército romano enviado contra él para que se le uniera. Su objetivo era Roma y castigar a los populares en el poder. Él era un optimate, conservador y aristócrata, y gran enemigo de Mario y sus descendientes.

Sila, dictador.

Sila venció a los populares y entró en la capital. Pero lo más horrible que no contaba con precedentes no fue su victoria, ganada en el campo de batalla contra otros romanos, sino el exterminio al que sometió a los vencidos. Los populares no podían contar con clemencia alguna, ya que Sila –nombrado dictador con poderes casi absolutos- planeaba cambiar las leyes del Estado de tal forma que el poder de los optimates fuera sólido y no se viera más en peligro por los populares. Y para ello necesitaba exterminar físicamente a sus enemigos.

El instrumento utilizado para ello fueron las proscripciones, listas públicas de nombres de personas condenadas a muerte por el nuevo régimen y cuyas propiedades serían confiscadas. Los vencedores decían que así se regulaba la venganza y se impedían masacres descontroladas. Sin embargo, no se evitaron precisamente las condenas de muerte motivadas por el odio o por la codicia para hacerse con las propiedades de los señalados. Al menos 80 senadores, 1.600 caballeros y 4.700 ciudadanos fueron muertos o exiliados tras los primeros días de Sila en el poder.

El nombre en la lista
La ansiedad entre los vencidos debió ser extrema, ya que cada día los vencedores publicaban una lista con cientos de nombres que no se habían publicado previamente. Ver el propio nombre publicado debía ser un golpe muy fuerte y en muchos casos inesperado. Durante tres días se fueron publicando nuevas listas y sus componentes arrestados y ejecutados. No había juicios ni acusaciones. Solamente nombres en las proscripciones. No se daba ninguna razón por la que debían morir. Era la voluntad del vencedor, que recordaba así a sus propios partidarios que era dueño absoluto sobre la vida y la muerte de los romanos, el pueblo más poderoso del mundo.


A los pocos días las proscripciones acabaron y Sila se estabilizó en el poder. Dictó una nueva constitución que daba más poder al Senado y destruía la base tradicional del poder de los populares, el Tribunado de la Plebe. Sila entonces tuvo que dejar la dictadura y en el año 79 a.C. abandonó el poder. Se desconocen las causas reales de la retirada de Sila, pero seguramente tenía miedo de que, con el tiempo, su violencia se volviera contra él. Murió al año siguiente.      

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