Federico II. |
Hubo un tiempo en el
que Europa era concebida como una unidad cultural, religiosa y política. No en
el sentido actual representada por la Unión Europea. Nada de una confederación
de estados. La idea que existía era la de un imperio y una religión. Y a esa
idea le correspondía un emperador y un papa. Europa era el imperio, el viejo
imperio de los romanos que se resistía a desaparecer de la mente de muchos
europeos. Pero al final su muerte fue inevitable. Sin embargo, su último emperador,
el último que reivindicó su derecho al DominiumMundi, el último cristiano que gobernó sobre Jerusalén, era un personaje
peculiar. Federico II de Hohenstaufen. Alemán, italiano, francés, árabe, en
definitiva, mediterráneo y europeo.
Federico no era un
cualquiera. Nació en Italia en el año 1194 un día después de Navidad. Su padre
era el emperador alemán Enrique VI, señor del Sacro Imperio. Su madre era una
reina siciliana, Constanza, e hija de un normando. En su familia se hablaba alemán,
francés e italiano. Además, su apellido era muy poderoso: Hohenstaufen, la
estirpe de Federico I Barbarroja, su abuelo. Todo el mundo medieval europeo confluía
en el pequeño Federico. Él encarnaba la idea de un poder superior a los demás,
un poder que debía ser universal y cristiano, sin importar la nacionalidad de
sus súbditos. Pero esta idea tenía grandes enemigos en un imperio que en esa
época estaba formado por tres reinos: Alemania, Italia y Borgoña.
El Sacro Imperio en el S. XIII. |
Desde el nacimiento del
Sacro Imperio los emperadores tuvieron que luchar contra las ansias de
autonomía de los grandes señores feudales alemanes, que no se querían
simplemente doblegar ante un soberano que no dejaban de contemplar como uno de
los suyos, como un primus inter pares.
También estaban las ciudades, sobre todo en el norte de Italia, que estaban
resurgiendo de su letargo desde la caída del Imperio Romano de Occidente 700
años atrás. No había nada más preciado para ellas que la independencia, lo que
significaba menos impuestos y más riqueza.
Pero el emperador tenía
un enemigo más poderoso todavía. Desde Gregorio VII los papas reivindicaban su
poder en la tierra. Nos e contentaban con ser los representantes de Dios y
negaban la frase de Jesucristo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios”. Los papas, pensaban, al fin y al cabo nombran a los
emperadores, por lo tanto están por encima de él. Los papas no comandaban
grandes ejércitos, pero tenían un arma muy poderosa, la excomunión. Si un
emperador era expulsado de la comunidad de cristianos automáticamente todos los
juramentos de fidelidad y vasallaje se rompían y nadie estaba obligado a
obedecerle, algo muy atractivo para señores feudales y ciudades rebeldes.
Un panorama complicado
Así pues el pequeño Federico
II tenía un panorama muy complicado para hacer cumplir su destino como
emperador de los cristianos. No en vano su dinastía reivindicaba el poder sobre
Europa y los cristianos, el Dominium Mundi.
Se veían como los herederos directos de los antiguos césares romanos y los
continuadores de su imperio mundial. Federico II y su familia se consideraban
los señores del continente. Exigía que tanto
los señores feudales alemanes como las ciudades italianas tenían que obedecerle,
y también el Papa.
Pero la cosa comenzó
mal para Federico. A los dos años de nacer su padre el emperador Enrique VI le
hizo coronar como rey de Alemania (y por tanto como su heredero). Sin embargo,
poco después el emperador murió. Su madre, la reina de Sicilia se llevó al
pequeño a su capital en Palermo donde a los pocos años moriría ella también. Su
tutor sería ni más ni menos que el Papa Inocencio III.
Federico y su corte. |
Federico se crió en una
de las ciudades más cosmopolitas de la Edad Media. En Palermo confluían todas
las civilizaciones y culturas del Mediterráneo: desde la antigua cultura
grecoromana, pasando por la musulmana que dominó Sicilia durante algunos
siglos, hasta llegar a la normanda que gobernaba la isla. A estas influencias a
las que quedó sometido Federico había que sumar, por supuesto, la italiana y la
alemana de su familia. El resultado fue un hombre poliglota –se dice que
hablaba nueve lenguas y escribía en siete- culto y muy curioso, hasta el punto
de llegar a escribir un tratado sobre la caza con aves. Muy sensible al arte y
a la ciencia –fundó la universidad de Nápoles- era sumamente tolerante con
respecto a otras religiones y culturas en una Europa cada vez más intolerante
dominada por las cruzadas. Federico era una rara excepción que le hizo ganar el
apodo de stupor mundi, el pasmo del
mundo.
El pequeño heredero no
lo tenía fácil ya que, aunque fue reconocido como rey de Alemania, muy pronto
los señores alemanes nombraron a un emperador alternativo. Sin embargo Federico
tuvo suerte. El usurpador se enemistó con todo el mundo, el Papa y el rey de
Francia incluidos, por lo que no tardó en caer. Así pues Federico fue
reconocido otra vez como rey de Alemania (rey de romanos) en 1212 y futuro
emperador. Pero para eso tenía que ser coronado por el Papa, y éste no lo haría
gratis.
Federico emperador
Por fin en el año 1220,
a punto de cumplir los 26 años, Federico se convirtió en emperador del Sacro
Imperio. Pero hizo una promesa a cambio: capitanear una nueva cruzada a Tierra
Santa y reconquistar Jerusalén. Federico no creía en las cruzadas ni en su
espíritu, pero hizo esta promesa con la esperanza de que el tiempo hiciera
olvidarla. Pero no fue así. En 1227 un nuevo Papa, Gregorio IX, mucho más enérgico
y autoritario, excomulgó a Federico por incumplir su palabra. Eso era muy
peligroso para el emperador, ya que los siempre belicosos e independentistas príncipes
alemanes y ciudades italianas podían usarlo como excusa para rebelarse.
Monedas acuñadas por Federico imitando a los césares. |
Gregorio IX no podía
consentir que Federico se saliera con la suya. El emperador estaba rodeado y
aconsejado por una serie de juristas que estaban desempolvando el antiquísimo Derecho
de los romanos. Sobre todo el Código de Justiniano, una compilación de leyes romanas,
promulgado en el año 529 y que subrayaba el poder del emperador y su primacía
absoluta sobre todos los demás poderes en la Tierra, incluidos los religiosos y
feudales.
La derrota del Imperio
Los conflictos entre el
Papado, las ciudades y el emperador fueron constantes. Federico fue excomulgado
tres veces, se tuvo que enfrentar a su hijo Enrique de Suabia, que se había
proclamado rey de Alemania por su cuenta, e incluso tuvo que aguantar que el
Papa predicara una cruzada contra él que le derrotó completamente en Parma.
Pero Federico ya era mayor, al menos para la época. Murió en 1250 también en
Italia, la tierra que le vio nacer. Tuvo un heredero, Conrado IV, pero murió
poco después que su padre en 1254.
La tumba de Federico en Palermo. |
El nieto de Federico
II, llamado Conradino, era todo lo que quedaba de la orgullosa dinastía de los
Hohenstaufen. Pero no tuvo ninguna oportunidad. El Papa, los italianos, los
alemanes y ahora también los franceses –a los que el Papa les había prometido
Sicilia y Nápoles a cambio de su lealtad- eran demasiados enemigos. Conradino
luchó por sus derechos y por la idea del imperio de su abuelo y tatarabuelo
Barbarroja, pero perdió y fue ejecutado en 1268.
Con él murió la
dinastía y la idea del Imperio y ganó el Papado y su ambición de gobernar en la
Tierra como un señor superior a los demás reyes. Pero no por mucho tiempo. El conflicto
entre Imperio y Papado había durado demasiado tiempo y había desgastado a ambas
partes. Así, mientras se sucedían las batallas y las excomuniones, en otros
reinos se desarrollaba una ideología totalmente diferente: los reinos
nacionales. Inglaterra y, sobre todo Francia, emergerían muy pronto como nuevas
potencias en Europa, aunque ya no para reivindicar una idea de Europa unida por
un solo poder político. Ese sueño había muerto con Federico II Hohenstaufen.
Para los que les ha interesado esta historia y sepan alemán, les recomiendo la siguiente bibliografía:
"Die Staufer", Knut Görich
"Die Welt der Staufer", Spiegel Geschichte 4/2010
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