El
9 de noviembre es una fecha muy especial en Alemania. A lo largo del S. XX
algunos de los acontecimientos más importantes de su historia ocurrieron un 9
de noviembre. Por ejemplo, los alemanes dejaron de tener un emperador y
estrenaron su primera república tras perder una guerra mundial; un todavía
desconocido Adolfo Hitler trató de llegar al poder por la vía rápida; los
judíos sufrieron la represión organizada por los nazis en la llamada “Noche de
los cristales rotos”; y cayó el Muro de Berlín.
Pocas veces una sola fecha
ha resultado decisiva en diferentes momentos de la historia de un país. Es lo
que ocurre con el 9 de noviembre en Alemania. Ese día de otoño suele ser oscuro
y triste en el país germano, pero parece como si a pesar de la climatología,
los alemanes hubieran elegido precisamente esa fecha para vivir algunos de los
momentos decisivos de sus vidas. Este es un resumen de esos acontecimientos.
9
de noviembre de 1918: Adiós al Káiser y bienvenida a dos repúblicas
enfrentadas.
Proclamación de la república en el Reichstag. |
En noviembre de 1918
Alemania se rindió. Había perdido la Primera Guerra Mundial. La decepción que
la población civil y los soldados sentían con respecto a sus dirigentes hacía
imposible que el Káiser Guillermo II siguiera en el trono. Él y sus generales
habían pedido a los alemanes cada vez más sacrificios con la condición de una
victoria rápida, pero solamente llegaron más muertos, hambre y al final la
derrota. El 9 de noviembre de 1918 Guillermo II tuvo que hacer la maleta y huir
de Berlín dejando un vacío de poder sin solucionar. La revolución acechaba. Ese mismo día miles de
trabajadores de las fábricas de la capital salieron a la calle para exigir
reformas políticas y, sobre todo, democracia. En la sede del Reichstag, el Parlamento
que durante el reinado del Káiser había carecido de poder, el diputado socialdemócrata
Philipp Scheidemann se dirigió a las masas y proclamó la “república alemana”.
Habría elecciones libres y, con los resultados de esas elecciones, se formaría
una asamblea constituyente para redactar la constitución de la nueva república
que pasaría a la historia como la República de Weimar.
Sin embargo, ese mismo 9
de noviembre, Karl Liebknecht, hijo de un histórico dirigente del SPD y
disidente del partido durante la guerra y líder de los espartaquistas, apostó por
la ruptura total con el pasado y quiso aprovechar el fin del régimen imperial
para llevar la revolución comunista a Alemania que ya estaba triunfando en
Rusia de la mano de Lenin y Trotski. Liebknecht no quería una democracia
“burguesa”. Defendía la toma del poder violenta por parte de los trabajadores. Por
eso proclamó la “República Libre Socialista de Alemania” desde un balcón del
palacio del Káiser, a poco menos de un kilómetro de la otra proclamación. Eran
dos formas enfrentadas de entender el futuro alemán: como una república
parlamentaria ‘clásica’ o como una república comunista al estilo de la Unión Soviética.
Fue el comienzo de una larga lucha por decidir cuál de las dos formas de
gobierno se impondría.
9
de noviembre de 1923: Hitler intenta un golpe de Estado
Seguidores de Hitler en Múnich. |
Cinco años después de las
dos proclamaciones de Berlín, en Alemania había triunfado la versión
parlamentaria de la república, aunque no sin sufrir dificultades muy importantes. Los demócratas no solamente tuvieron que enfrentarse a diferentes
levantamientos comunistas a lo largo del país, sino que también sufrieron la
rebelión de la extrema derecha, que no aceptaba la rendición de 1918 ni el
Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Pero además de
las rebeliones a la izquierda y a la derecha, el Gobierno tuvo que vencer una
tremenda crisis económica y una hiperinflación muy peligrosa, así como la
hostilidad de los países vencedores de la guerra, como Francia, que no dudó en
invadir la región de Renania para garantizar el cobro de sus reparaciones de
guerra provocando un gran rechazo entre los alemanes.
En ese clima, Adolfo
Hitler, el líder del joven y todavía pequeño Partido Nazi, intentó un golpe de
Estado. Los nazis solamente eran fuertes en Múnich, y estaban absolutamente
ausentes en el resto del país. Sin embargo, eso no suponía ningún problema para
la ambición de Hitler. Queriendo imitar a su ídolo, el dictador fascista Benito
Mussolini que un año antes llegó al poder marchando con sus seguidores contra
Roma, planeó hacerse con el poder en Múnich el 9 de noviembre de 1923 y marchar
a Berlín aglutinando a las demás fuerzas de extrema derecha por el camino y
conquistar el poder. Pero Hitler se equivocó y ni siquiera logró hacerse con el
control de Múnich. La planificación fue lamentable. El ejército (con el que contaba para sus planes) disparó a
sus seguidores que salieron corriendo. Murieron 16 nazis y Hitler fue detenido.
Sin embargo, lejos de suponer el fin de la carrera de Hitler, fue su primer
paso. Los muertos serían tratados como mártires de la causa y Hitler
reorganizaría sus fuerzas y su estrategia: Llegar al poder de manera legal.
9
de noviembre de 1938: La noche de los cristales rotos
Sinagoga arrasada por los nazis. |
Hitler tuvo éxito en su
nueva estrategia y 15 años después ya estaba firmemente instalado en el poder en
Berlín. En enero de 1933 fue aupado al poder por las fuerzas políticas de
derechas, que sentían miedo ante el auge de los comunistas en las elecciones de
1932. Los nazis habían subido como la espuma, pero estaban empezando a perder apoyos
electorales, así que la ayuda de los conservadores le proporcionó a Hitler el
acceso al poder que ansiaba. Y acabó con los comunistas, pero de paso también
con los socialdemócratas, los católicos, los agrarios y con todos los partidos
que no fueran el Partido Nazi. Al principio la persecución se centró en los
rivales políticos, creando campos de concentración por todo el país para
encerrarlos e incluso ejecutarlos. Pero Hitler tenía, además, otros enemigos:
los judíos.
En los primeros días del
régimen los nazis empezaron una campaña de boicot a los negocios judíos, pero
no tuvo ningún éxito entre la población alemana. Para no provocar conflictos
con la población en un momento en el que su régimen aún era débil, los nazis
dejaron a un lado la persecución violenta de los judíos y se centraron en la
persecución legal. Poco a poco los ciudadanos judíos alemanes fueron despojados
de sus derechos hasta convertirlos en seres indefensos tras las infaustas Leyes
de Núremberg de 1935.
El 9 de noviembre de 1938,
casi seis años después de llegar al poder, Hitler pensó que su régimen estaba
lo suficientemente asentado y era lo suficientemente popular como para comprobar
si los alemanes estarían dispuestos a colaborar con la persecución violenta de
sus vecinos judíos. Ese día, y con la excusa del asesinato de un diplomático
alemán en París por un joven judío, las hordas nazis salieron a la calle a
quemar sinagogas y destrozar negocios y viviendas. Más de 90 judíos murieron por
las palizas o fueron directamente asesinados y más de 30.000 fueron detenidos.
Pero no hubo entusiasmo por esta demostración de violencia entre los alemanes
corrientes. Esa noche Hitler comprendió que si quería endurecer su política de
odio hacia los judíos, tendría que hacerlo de manera discreta. Años después, la
llamada “Solución Final”, el asesinato de millones de judíos de toda Europa, se
realizaría en los territorios ocupados de Polonia y de Rusia fuera de la vista
de la mayoría de los alemanes.
9
de noviembre de 1989: cae el Muro de Berlín
Medio siglo después de la
Noche de los mcristales rotos, el que se rompió fue el Muro de Berlín.
Construido como consecuencia de la división de Alemania tras su derrota en la
guerra que provocó Hitler, fue el símbolo de la guerra fría y la prueba palpable
del fracaso del régimen comunista en el este del país. Fue construido en 1961 para frenar la sangría de refugiados que huían de la represión y de la carestía,
en su mayoría personas jóvenes y preparadas, lo mejor del país. Durante casi treinta
años el Muro contuvo la marea. Pero en 1989 volvió a resurgir.
En el verano de 1989,
Hungría, la aliada comunista de la Alemania del este, abrió su frontera hacia
Occidente. Eran los tiempos de la Perestroika y la Glasnost, y el líder de la
URSS, Gorbatchov, apostaba por la
convivencia pacífica con el mundo capitalista y luchaba desesperadamente por
contener la ruina económica que acechaba a su imperio. Los comunistas alemanes
se vieron abandonados por su hermano mayor y el Muro de Berlín se convirtió en
un obstáculo absurdo que se podía sortear vía Hungría. El tiempo corría en
contra de las élites comunistas, cuyo objetivo pasaba por la supervivencia. En
ese contexto decidieron una muerte controlada del Muro, poco a poco, decidiendo
quién podría pasar y por cuánto tiempo. Pero no supieron hacerlo bien.
El 9 de noviembre, en la
rueda de prensa en la que se anunciaba la medida, el portavoz gubernamental
metió la pata y los berlineses orientales entendieron que podrían cruzar la
frontera esa misma noche sin restricciones. Los guardias fronterizos no habían
recibido ninguna orden diferente a la que habían recibido durante treinta años y
seguía valiendo el uso de la fuerza para quien tratase de saltar la barrera.
Pero de pronto los guardias se vieron rodeados por miles de berlineses
enfadados e impacientes por cruzar al otro lado. Para evitar una masacre los
oficiales tomaron la decisión de dejarles pasar, algo completamente imposible e
increíble tan solo una noche antes. Los berlineses cruzaron la frontera,
pasearon por Occidente, y volvieron a sus casas en el este para dormir y volver
al trabajo al día siguiente. Pero todo había cambiado.
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