Durante
la Guerra Civil, en un cerro a 80 kilómetros al norte de Madrid, rodeados de
montañas y de enemigos mucho más fuertes, los soldados de la República lucharon
con rabia y resistieron todos los ataques. No podían ceder. Estaban defendiendo
el pequeño pueblo de Buitrago del Lozoya, pero sabían que detrás estaba Madrid.
Muchos milicianos dieron su vida por esa loma que sería bautizada como “La Peña
del Alemán” en homenaje a un antifascista germano que fue muy malherido
luchando por la República. Se escribieron poemas sobre sus defensores que
durante casi tres años sufrieron bombas y balas, pero no cedieron y aguantaron
hasta el final.
Cerca del pueblo de
Buitrago del Lozoya, al norte de Madrid, hay un cerro. Se llama Cabeza Velayos,
pero durante la Guerra Civil los republicanos lo bautizaron como la Peña del
Alemán. Tiene unos 1.080 metros de altura y no es más que una pequeña loma
comparada con las montañas de la sierra que la rodean y que superan los 2.000
metros. Está cubierta de vegetación y rocas. Es un lugar tranquilo donde el ganado
va a pastar y los ciervos a buscar comida lejos de las personas. Aunque la
autovía de Burgos, la muy transitada A 1, pasa cerca de allí, casi nadie para
en ese cerro porque allí no hay nada. Aparentemente.
La Peña del Alemán |
Los objetivos de los
sublevados
La Guerra Civil empezó
el 18 de julio de 1936 como un golpe de estado de una parte del ejército
español. Según el plan de su organizador, el general Mola, cuatro columnas
militares debían entrar en Madrid desde los cuatro puntos cardinales y tomar el
poder. Para llegar a la capital desde el norte, los rebeldes debían conquistar
el paso de Somosierra, el principal obstáculo natural entre Madrid y Castilla
la Vieja, el corazón de la rebelión.
Movimiento de tropas hacia Somosierra, 1936. |
En julio de 1936 los
rebeldes avanzaban hacia el sur, hacia Madrid, mientras que grupos de milicianos
lo hacían desde Madrid al norte con el objetivo de frenar a los atacantes.
Ambas partes chocaron cerca de Buitrago de Lozoya, a 80 kilómetros de la
capital y unos diez al sur del paso de Somosierra. Fue el 27 de julio. Los
soldados rebeldes, algunos profesionales, otros milicianos falangistas y
requetés navarros, perseguían un doble objetivo: vencer a los republicanos y
despejar el camino a Madrid, y de paso conquistar el embalse de Puentes Viejas,
entonces el principal suministro de agua potable para los madrileños. Si los
milicianos republicanos eran vencidos, Madrid no tendría agua y no habría más
montañas ni obstáculos naturales que pudieran entorpecer el avance y evitar la
caída de la capital.
Antifascistas y adolescentes
Los milicianos
republicanos que hacían frente a los militares rebeldes no eran soldados
profesionales. Chicos y chicas de las Juventudes Socialistas Unificadas, sobre
todo estudiantes que nunca habían disparado un arma en su vida. Pero también campesinos
de la zona, obreros de los sindicatos e incluso toreros que se habían
organizado en las “Milicias Taurinas” para luchar contra el fascismo. La
mayoría no tenía experiencia en combate ni había luchado en una guerra, pero
lograron frenar al enemigo comandados por el capitán Francisco Galán, el
hermano del militar Fermín Galán que fue fusilado en diciembre de 1930 por
proclamar la República en las últimas semanas de la monarquía de Alfonso XIII.
Milicianos en Buitrago (foto del blog Sol y Moscas) |
También lucharon antifascistas
llegados de todo el mundo, los predecesores de las famosas Brigadas
Internacionales. Uno de esos combatientes fue el alemán Max Salomon, que tuvo
que huir de la Alemania de Hitler y que en España vio la oportunidad de luchar
contra el fascismo que le había expulsado de su hogar. Para él, como para sus
compatriotas que luchaban contra Franco, cada pequeña victoria en España les
acercaba un poco más a sus hogares en Alemania. Pero a Max Salomon lo hirieron
de gravedad cuando luchaba por frenar a los rebeldes en Somosierra, y en su
honor sus compañeros bautizaron el cerro clave de todo el frente como la “Peña
del Alemán”.
Obreros, campesinos,
extranjeros y estudiantes. Una de ellos era la adolescente Rosario, de
solamente 17 años. La llamarían “la dinamitera” por su manejo de los explosivos
hasta que una bomba le explotó en la mano dejándola manca mientras defendía
Buitrago. El poeta Miguel Hernández conoció su historia y le escribió el famoso
poema que lleva su nombre:
Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Rosario dinamitera. |
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha,
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario,
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa,
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.
Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!
Un frente “dormido”
Fortín nacional en el Alto de La Retamosa. |
La resistencia
republicana en la Peña del Alemán fue tan intensa en el verano y el otoño de
1936 que los militares rebeldes cancelaron la ofensiva después de unos cuantos
intentos fracasados más de derrotar a los milicianos. El frente de Somosierra
se estabilizó y pasó a convertirse en un “frente dormido” que no volvería a
moverse más a lo largo de toda la guerra.
Pero eso no quiere
decir que no fuera peligroso.
La Peña del Alemán vista desde un búnker franquista. |
Los rebeldes –que desde
finales de 1936 pasarían a conocerse como franquistas o nacionales- casi
rodearon la Peña del Alemán y fortificaron sus posiciones con trincheras muy
bien protegidas e imponentes búnkeres y nidos de ametralladora que apuntaban al
cerro republicano. Desde el Alto de La Retamosa, a solamente un kilómetro de la
Peña y un poco más alto que ésta, los nacionales podían observar cualquier
movimiento de los republicanos y disparar casi a placer. Hoy todavía existen
casi intactos los fortines y las trincheras desde las cuales apuntaban a sus
enemigos, que estaban tan cerca que incluso se podían escuchar perfectamente
los insultos que de vez en cuando se lanzaban ambos bandos.
Fortín republicano en la Peña del Alemán. |
A diferencia de los
imponentes búnkeres de hormigón y de las trincheras soterradas de los
nacionales, los republicanos se fortificaron de forma mucho más humilde. En la
Peña del Alemán todavía hoy se puede distinguir un antiguo puesto de mando con
el techo derruido y escondido en la falda de una roca. Hacia allí conducen los
restos de unas trincheras en zigzag. Eran los caminos que los milicianos debían
tomar a cubierto y siempre agachados si no querían morir de un disparo desde
las lomas cercanas en manos de sus enemigos.
Vista desde la tronera del fortín republicano. |
Restos de pozos de
tirador y algún pequeño refugio derruido nos cuentan hoy que los habitantes de
esa pequeña montaña fueron hace casi 80 años objetivos de miles de cañones de fusil
y de ametralladora de los que se tenían que ocultar. Pero ellos también
disparaban. A lo alto del cerro un humilde fortín hecho de piedras todavía hoy desafía
a su entorno. Desde su tronera, los republicanos podían observar a sus enemigos
y mantenerlos a raya. Pero por un fortín republicano había al menos cuatro de
los nacionales hechos de hormigón apuntando desde todos los ángulos.
A pesar de esta
inferioridad de condiciones, la Peña del Alemán jamás fue conquistada. A acabar
la guerra sus defensores simplemente la abandonaron cuando ya todo estaba
perdido. Solamente entonces sus enemigos dejaron sus trincheras y subieron al
cerro que durante casi tres años no pudieron pisar. Pero para entonces la
República ya no existía y Madrid ya había sido conquistada.
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