El Cura Merino. |
Jerónimo
Merino, conocido por su nombre de guerra “Cura Merino”, fue uno de los
personajes más importantes y famosos de la guerrilla española contra la ocupación
francesa durante la Guerra de Independencia entre 1808 y 1814. Centenares de
soldados franceses perecieron debido a sus ataques a lo largo y ancho de Castilla
la Vieja. Durante la guerra y después de ella, Merino fue celebrado como un
gran patriota. Pero, ironías de la vida, al final el gran azote de Napoleón y
gran patriota Merino acabó muriendo exiliado en Francia, el país de sus
enemigos.
Cuando los franceses
invadieron y ocuparon España en la primavera de 1808, Jerónimo Merino era un
cura de pueblo de Castilla la Vieja de casi 40 años. Había nacido en
Villoviado, cerca de Lerma, en 1769. Nada en su vida hacía presagiar que
dejaría de ser lo que había sido durante toda su vida: un sacerdote de la
España rural de principios del S. XIX. Dios, la monarquía y el orden tradicional.
Ese era su credo, su mundo. Un mundo que, sin embargo, se estaba viniendo abajo
debido a los acontecimientos que estaban azotando Europa desde hacía 20 años
debido a la revolución en Francia.
En 1808 esa revolución llegó
a España en forma de invasión de los ejércitos napoleónicos. Merino, al igual
que la inmensa mayoría de los demás sacerdotes rurales, lo percibió como una
amenaza muy real a su manera de entender el orden natural de las cosas. El rey Carlos
IV y su hijo Fernando VII fueron destronados y sustituidos por el hermano de
Napoleón, José Bonaparte. Además, los franceses asaltaban las iglesias y las
saqueaban en busca del oro y la plata de los cálices entre escenas de verdadera
brutalidad y vejación hacia los curas de los pueblos. No había rey, no se
respetaba a la Iglesia y el orden tradicional del Antiguo Régimen se había
roto. Merino pasó a la acción y tomó las armas.
El amo de las tierras del sur de
Burgos
Merino se convirtió en
el comandante de las guerrillas antifrancesas que operaban en el corazón de Castilla
la Vieja al sur de Burgos. Con su base en la zona de Lerma, hostigaba las comunicaciones vitales
entre Madrid y Valladolid con Burgos, y de allí a Francia. Los correos
franceses no viajaban seguros, ni siquiera los destacamentos mayores. Unidades
enteras del ejército francés sufrieron emboscadas y ataques indiscriminados con
centenares de bajas y prisioneros. La lucha fue cruel, con incontables escenas
de crueldad y venganzas.
Recreación histórica. |
Su momento álgido fue
cuando atacó a la guarnición francesa en Roa junto a otro líder guerrillero,
Juan Martín, conocido como “el Empecinado”. Quiso el destino que unos años más
tarde, en 1825, el rey Fernando VII mandara ejecutar a este guerrillero en la
misma plaza de Roa que consiguió liberar.
Así pues, durante la
guerra contra Napoleón, el Cura Merino fue el verdadero azote del emperador
francés en el corazón de Castilla la Vieja. Columnas de soldados atacados,
suministros interrumpidos, un goteo constante de franceses muertos y heridos
que no llegaban al frente a luchar contra los ingleses y españoles comandados
por Wellington, lo que facilitó mucho la victoria. Ésta ocurrió en 1814, año en
el que Fernando VII regresó a España y en el que Merino fue nombrado gobernador
general de Burgos. Pero no se mantuvo mucho en el puesto y volvió a su
parroquia rural. No necesitaba luchar más: España ya volvía a tener rey, la Iglesia
volvía a ser un pilar fundamental y el antiguo orden volvía a gobernar el país
como si nada hubiera ocurrido, como si no hubiese sucedido ninguna revolución.
Absolutistas contra
liberales
Merino y los demás
sacerdotes rurales que animaron y crearon en muchos casos el movimiento
guerrillero antifrancés no luchaban por nacionalismo. Aunque más tarde se les
atribuyó una motivación patriótica, no les empujaban ideas como nación o
libertad. Ellos sólo eran fieles a Dios y al rey. No podían concebir un país en
el que el rey, como personaje elegido por Dios, no tuviera el poder absoluto. Todo
lo demás era herejía.
Fernando VII. |
Sin embargo, durante la
guerra había surgido una corriente política que concebía el poder como
resultado de la voluntad de la ‘Nación’, es decir, no como la voluntad de Dios.
Y como tal voluntad de la Nación era la única soberana, el rey solamente podría
gobernar siguiéndola, es decir, no tendría el poder absoluto. Esta corriente
era la de los liberales que en 1812 promulgaron la Constitución de Cádiz, el
documento en el que se plasmaba la soberanía nacional y los límites al poder
del rey.
Fernando VII iba a ser
el primer rey que “disfrutara” de esta Constitución. Sin embargo, lo primero
que hizo al regresar de su exilio fue derogarla y perseguir a los liberales. La
ejecución de “el Empecinado” en Roa en 1825 fue porque este héroe guerrillero
era liberal. Fue el inicio de una lucha que provocaría infinidad de guerras
civiles y enfrentamientos en España a lo largo del S.XIX, e incluso la del XX.
Merino apoya a los franceses
El Cura Merino tenía
claras sus lealtades. Por el rey y contra los liberales. Cuando entre 1820 y
1823 los liberales consiguieron hacerse con el poder y reinstaurar la
Constitución de Cádiz (el llamado Trienio Liberal), Merino no dudó en volver a
echarse al monte, igual que hizo en 1808. Pero a diferencia de entonces, en
esta ocasión no dudó en apoyar una segunda invasión francesa, la de los
llamados “Cien Mil hijos de San Luis”. Era un ejército francés que entró en
España, esta vez para echar a los liberales y devolver a Fernando VII su poder
absoluto. A Merino le dio igual que llegaran soldados extranjeros a inmiscuirse
en los asuntos de España. Esta vez luchaban por Dios y por el rey. Daba igual
de dónde vinieran.
Tumba del Cura Merino en Lerma. |
Años más tarde, el
enfrentamiento liberal-absolutista dio lugar a la Primera Guerra Carlista en la
que Merino volvió a actuar, por supuesto de lado de los monárquicos
tradicionalistas. Al igual que hizo durante la Guerra de Independencia, volvió
a hostigar a los soldados que utilizaban la ruta entre Madrid y Burgos, y otra
vez volvió a poner en pie de guerra las tierras de Burgos, pero esta vez contra
otros españoles.
Sin embargo, esta vez
Merino perdió. Los carlistas fueron derrotados y se rindieron en 1839 tras el
llamado “Abrazo de Vergara”. Merino tuvo que huir. Ya no hubo medallas ni
reconocimientos, tan sólo el exilio. Y esta es la mayor ironía en la vida de
este sacerdote reaccionario, hijo del Antiguo Régimen. No pudiendo continuar su
vida en España, huyó a Francia, la tierra de sus enemigos, el país de los
centenares de soldados que degolló e hirió años antes.
Jerónimo Merino murió
en 1844, en la ciudad francesa de Alençon. Sus restos fueron trasladados a
España años más tarde y hoy su tumba se encuentra en el centro de la ciudad de
Lerma, donde todavía hoy es celebrado como un gran patriota. Ironías que rozan
el sarcasmo.
Está muy bien , necesitaba información para un trabajo de historia & me ha servido de ejemplo!
ResponderEliminarGracias Carolina. Me alegro mucho de que te sirviera para el trabajo. Un saludo
EliminarLeyendo las 'Memorias de un hombre de acción', de Pío Baroja, encuentra uno descripciones de Merino como un auténtico ser sibilino que, además de matar franceses, cometió un sinfín de tropelías allá donde «reconquistaba». ¿sabe Ud que hay de cierto en ello?
ResponderEliminarHola, pues no conozco los detalles de las acciones de Merino, ni tampoco si cometía actos censurables. Lo que por otra parte no sería de extrañar debido al carácter de la guerra de entonces, en la que los combatientes vivían del terreno y de explotar y saquear a los habitantes rurales. Pero me fío de la pluma de Pío Baroja. Un saludo.
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