En
la antigua Roma, como en cualquier otro lugar y momento de la Historia, hubo
grandes diferencias sociales. De hecho, la sociedad romana se caracterizaba por
ser profundamente desigual. Sin embargo, siempre existía un resquicio, una
oportunidad para los más humildes de subir en el escalafón. Pero con el tiempo
esa estrecha puerta se cerró a cal y canto, por ley.
La sociedad romana era
de las más desiguales, con unas diferencias brutales entre la élite rica y la
gran mayoría que sobrevivía cada día en la incertidumbre. Esa desigualdad bautizaba
a sus protagonistas con nombres que han pervivido hasta el presente. Por un
lado estaban los humiliores, los
humildes, los que trabajaban las tierras de los grandes señores en el campo y atendían
los oficios artesanos y los servicios en las ciudades. Eran ciudadanos libres y
esclavos, jurídicamente diferentes, con distintos derechos pero un destino
común debido a su escasa o nula riqueza.
En un mundo sin clases
medias, por el otro lado estaban los honestiores,
los “honestos” u “honrados”. Está claro que se trata de los poderosos, ya que
fueron ellos los que se pusieron el nombre. Eran los senadores, caballeros y
los mandamases municipales y provinciales. El criterio para conseguir serlo era
básicamente tener dinero, mucho dinero, pero no sólo. Eran órdenes sociales, ni
castas ni clases. Ser senador se heredaba, al igual que ser caballero o
decurión, pero fundamentalmente porque la familia en la que se nacía contaba
con la riqueza suficiente.
Durante la República y
el Principado existía cierta movilidad social. Es decir, se podía pasar de ser
un humilior a ser honestior si se conseguía el dinero suficiente. Hubo muchos
casos de personas que, siendo esclavos, consiguieron su libertad e hicieron
suntuosos negocios gracias a los cuales pudieron avanzar en la escala social.
Generalmente no se conseguía escalar de manera espectacular en una sola
generación –excepto en los momentos de guerras y crisis en los que se
interrumpía el orden social-, sino que eran lo hijos o los nietos los que
acababan disfrutando del ascenso.
El secreto del éxito de la
romanización
No era general ni había
por asomo políticas enfocadas a conseguir un mejor nivel de vida para la
sociedad, ni mucho menos. Sin embargo, sí era posible mejorar. Por ejemplo, en
las provincias los pueblos conquistados –o mejor dicho sus élites- podían
aspirar a la ciudadanía romana y con ello a derechos. Podían ser decuriones, y
los decuriones ser caballeros, y éstos ser senadores. Es decir, existía la
posibilidad de integración en el imperio. Es, según el historiador francés Marcel Le Glay, el secreto
del éxito de la romanización y de la propia supervivencia del Imperio Romano durante
tantos siglos. Y sobre todo, había igualdad ante la ley: un ciudadano romano pobre tenía los mismos derechos jurídicos que un senador. Hasta que se cambió, también por ley.
El Imperio Romano en el S.II d.C. |
Fue en la segunda mitad
del S.II d. C. cuando el derecho romano diferenció entre humiliores y
honestiores. Ya no se trataba de órdenes sociales, desde entonces eran clases
separadas por ley a las que no se podía acceder. Se nacía humilior y se moría
humilior, sin posibilidad de ascenso.
De hecho, esta sanción
legal de las diferencias sociales se convirtió en una verdadera discriminación,
ya que el derecho penal preveía penas diferentes para cada clase. Así, muchos
delitos que se castigaban con la muerte para los humiliores, los honestiores
los pagaban con el exilio, como mucho.
Leyes contra la movilización
social
La legalización de las
diferencias y las trabas a la mejora social llegaron a su apogeo a partir del
S. IV, en la época del Dominado o Bajo Imperio. Una terrible crisis política y
económica que estuvo a punto de hacer desaparecer el Imperio en el S.III, llevó
a tomar decisiones drásticas para evitar el abandono de los campos y de los
oficios, como por ejemplo obligar a que se hicieran hereditarios. Así, desde
entonces los hijos de los panaderos serían panaderos, los de los soldados
serían soldados y los de los campesinos, campesinos. Es más, en esa época nació
lo que se llamó colonato, una manera indirecta de esclavitud y el embrión del
feudalismo.
Los agobios financieros
y los impuestos cada vez más altos acabaron por arruinar a muchos campesinos
que se arrojaron a los brazos de los grandes terratenientes. Estos se quedaban
con sus tierras a cambio de garantizarles sustento. Los campesinos se
convertían así en colonos, pero con el tiempo también en semiesclavos. La ley
no les permitía abandonar las tierras, obligaba a sus hijos a ser campesinos
como sus padres y les dejaba al libre capricho del terrateniente que se había
convertido así en su señor, por ley.
Marcel Le Glay
identifica este “anquilosamiento social” como una de las causas, por no decir
la causa, de la decadencia y posterior caída del Imperio Romano. Ya no había
posibilidad de mejorar la vida. Si una persona tenía suerte y nacía rica,
siempre sería rica. Si se nacía pobre, se estaba condenado a la pobreza.
Tampoco tenía sentido aspirar a la ciudadanía romana desde que en el año 212 el emperador Caracalla se la otorgó a todos los habitantes libres del imperio. No
había posibilidad para mejorar en lo material ni en lo social. Ya no había nada
por lo que luchar ni por lo que esforzarse. Roma ya no merecía la pena que
fuera defendida.
Si te ha interesado este post, te recomiendo la lectura de las obras de Marcel Le Glay "Grandeza y decadencia de la República Romana", y "Grandeza y caída del Imperio Romano", ambas en la editorial Cátedra.
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