Fue
la chispa que provocó el incendio revolucionario en Alemania. La que acabó con
el viejo mundo aristocrático y dio vida a la república. La que acabó con la
mayor y más sanguinaria de las guerras que se habían luchado hasta ese momento.
Fue uno de esos acontecimientos de la historia que suceden porque tienen que
suceder. Una reacción contra la injusticia, la guerra y la muerte. El 4 de noviembre de 1918, hace hoy 94 años, los marineros de la flota de guerra
alemana se rebelaron contra sus oficiales y prendieron la chispa de la
revolución.
A principios de
noviembre de 1918 la Primera Guerra Mundial estaba irremediablemente perdida
para Alemania. Sus aliados austriacos, búlgaros y turcos ya se habían rendido y
la situación estratégica era insostenible. El alto mando alemán lo supo, como
muy tarde, el 8 de agosto de ese año cuando los británicos penetraron en el
frente alemán en Amiens, Francia. Los soldados alemanes, hartos de luchar y de promesas
de victoria incumplidas, se rindieron en masa. A finales de septiembre, los
generales von Hindenburg y Ludendorff le comunicaron al Kaiser que la guerra estaba
perdida. Tocaba negociar un armisticio.
Alemania era un país
profundamente dividido entre una clase obrera muy organizada en sindicatos y el
Partido Socialdemócrata SPD, y una burguesía y aristocracia profundamente
nacionalista y reaccionaria. Era una sociedad clasista –como por otra parte
también la británica- en la que la masa de la población, aunque podía votar, no
tenía posibilidad de influir en las decisiones políticas. Alemania era lo que
se conocía como un Estado oligárquico en el que el Kaiser nombraba al canciller
y el Parlamento, el Reichstag, tenía un poder muy limitado circunscrito
básicamente a la aprobación presupuestaria.
El Kaiser y el Alto Mando alemán. |
Esa profunda división entre
las clases sociales hundía sus raíces en la Prusia reaccionaria de los siglos
XVIII y especialmente el XIX, que combatió con todas sus fuerzas a socialistas
y sindicalistas, no pudiendo sin embargo evitar que fuera un movimiento cada
vez más fuerte y organizado. Pero hubo un momento en el que esta fractura
parecía que se había superado: en julio de 1914 al comenzar la guerra las
calles se llenaron de masas entusiastas y todos los partidos, incluido el SPD,
votaron en el Reichstag su apoyo a la guerra. El Kaiser Guillermo II llegó a
decir entonces que “no conocía partidos, solamente alemanes”. Pero esta unidad
sólo era un espejismo.
Cuatro años, centenares
de miles de muertos y varias hambrunas insoportables después, el ambiente en
Alemania no presagiaba nada bueno para su gobierno. Los socialdemócratas
críticos con la guerra se habían multiplicado –en 1917 se fundó el USPD, Partido
Socialdemócrata Independiente, partidario de la paz- y, sobre todo, en Rusia la
revolución había destronado al zar y llevado al poder a los bolcheviques de
Lenin que sacó a su país de la guerra. Toda una sensación y un ejemplo de que
los trabajadores podían alzarse y tomar las riendas poniendo fin al conflicto.
El final de la guerra
Marineros en un muelle de Kiel. |
En el otoño de 1918 los
oficiales alemanes, casi todos miembros de la aristocracia nacionalista y
reaccionaria, se preparaba a su manera para el final de la guerra. Por un lado,
el alto mando dirigido por Hindenburg y Ludendorff –que llevaban gobernando
Alemania desde 1916 como una dictadura- recomendó al Kaiser que iniciara
reformas políticas e institucionales dando más poder al Reichstag y a los
partidos. En definitiva, recomendaron convertir Alemania en una monarquía
parlamentaria. El SPD tomó esta medida con un gran entusiasmo pero era una
trampa: los oficiales querían que fueran los partidos y el parlamento quienes
negociaran la rendición de la guerra que no supieron ganar para así evitar la
vergüenza de tener que hacerlo ellos.
Por otro lado, los
oficiales de la marina de guerra alemana estaban muy nerviosos. A finales de
octubre veían que la guerra se acababa pero que la flota no había desempeñado
prácticamente ningún papel en ella. La Primera Guerra Mundial, que en Europa
Occidental fue básicamente una guerra de trincheras, vio muy pocas batallas
navales porque la flota británica, muy superior en todo, dominaba los mares y
hubiera sido un suicidio salir a desafiarla. Pero eso era precisamente lo que
querían los oficiales alemanes: sacrificar la flota y la vida de sus marineros
para que no se dijera que no habían luchado.
Marineros revolucionarios. |
Los marineros no
estaban por la labor de morir en el último momento. La noche del 29 al 30 de
octubre de 1918 simplemente se negaron a hacerse a la mar, lo que desbarató
todo el plan de lucha. Los oficiales mandaron entonces a los barcos reagruparse
en el puerto de Kiel, pero no iban a consentir que los cabecillas de la
rebelión se salieran con la suya. Mandaron el arresto de 47 de ellos cuyo
destino era morir fusilados. Pero sus compañeros no lo iban a consentir.
El 2 de noviembre se
organizó una manifestación en el puerto con ayuda de los socialdemócratas del
USPD pidiendo el fin de la guerra, pan y la liberación de los arrestados. La
respuesta de los oficiales fue digna de su casta: mandaron disparar a la masa.
Murieron siete personas y hubo 29 heridos graves. Ya no había nada que
negociar.
Prende la chispa
El 4 de noviembre los
marineros de la flota imperial alemana bajaron de sus barcos y tomaron Kiel.
Los soldados enviados a luchar contra ellos se les unieron. Se formaron los
primeros consejos de soldados y de trabajadores, a imagen y semejanza de los
soviets en Rusia. Banderas rojas aparecieron por doquier y eslóganes
revolucionarios encendían a la masa. Ya no se trataba solamente de evitar una
última batalla absurda en alta mar. Ahora el objetivo era más ambicioso:
marchar a Berlín y terminar con la guerra. Había comenzado la revolución
alemana, justo un año después de la revolución que llevó a los bolcheviques al poder en Rusia.
Los marineros entrando en Berlín. |
El éxito de esta chispa
fue asombroso. Prendió sin ninguna dificultad y en cuestión de días casi todo
el país estaba en la calle demandando paz y pan. El 9 de noviembre el Kaiser
abdicó y huyó a Holanda. Se proclamó la república y el 11 de noviembre se firmó
la paz con los aliados.
Pero al igual que había
ocurrido en Rusia, la caída del Antiguo Régimen y el fin de la guerra no supuso
la paz. El 9 de noviembre hubo dos proclamaciones de la república en Berlín:
una a cargo de Scheidemann, del SPD, que seguía apostando por la reforma
parlamentaria moderada iniciada por el Kaiser. Al mismo tiempo y a sólo unos
centenares de metros de la primera, el líder revolucionario Karl Liebknecht proclamó
la República Socialista de Alemania. Quería la revolución y poco después fundó
el Partido Comunista Alemán (KPD).
La lucha entre los
trabajadores de Alemania había comenzado. Mientras tanto, los oficiales y los
reaccionarios se iban recuperando y organizando para el futuro.
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