30/10/12

1979, UN AÑO DE INFLEXIÓN


Rehenes estadounidenses en Irán, 1979.
1979 fue uno de esos años que marcaron un antes y un después en la historia. En plena Guerra Fría entre los EEUU y la URSS, ese año vio cómo se sucedían una serie de acontecimientos que conformarían la recta final de ese conflicto despiadado, además de poner las bases de los principales problemas que el mundo continúa sufriendo hoy: la inestabilidad en el Golfo Pérsico, el terrorismo islamista, la guerra de Afganistán, la enorme deuda externa en el Tercer Mundo y el neoliberalismo desenfrenado.


Cuando comenzó el año 1979 los EEUU y su bloque estaba en plena crisis, mientras que el liderado por la URSS se encontraba en su apogeo. Tras la derrota estadounidense en Vietnam y la conquista y unificación del país en 1975 por los comunistas, los EEUU sufrieron seriamente en su prestigio global. Pero no fue solamente una derrota de imagen. La guerra había dividido al país, que vio como su sociedad se enfrentaba en innumerables protestas al principio lideradas por los estudiantes.
 

Huida estadounidense de Vietnam, 1975.
Pearo lo que realmente golpeó a los EEUU y a sus aliados fue la crisis del petróleo de 1973, provocada por los países árabes exportadores como represalia al apoyo estadounidense a Israel en la guerra del Yom Kipur en 1973. El precio del crudo se duplicó y varios países de occidente sufrieron el embargo árabe, lo que tuvo un impacto muy serio en sus economías cuyo crecimiento desbocado desde principios de los años 60 se vio frenado bruscamente dando lugar a las primeras crisis y el aumento del paro y la inflación.
 

Época dorada para la URSS

En el bloque soviético, en cambio, los años 70 fueron una buena década. Después de las crisis en Alemania Oriental en 1953, Hungría en 1956 y la llamada “Primavera de Praga” de 1968, todas ellas sofocadas por los tanques soviéticos, los regímenes comunistas de Europa Oriental y de la URSS gozaban de cierta estabilidad e incluso popularidad. Mientras que la URSS –en su faceta de exportadora de petróleo- disfrutaba de pingües beneficios por el aumento del precio del crudo, los gobiernos del Pacto de Varsovia habían tomado nota de las reacciones pasadas de sus ciudadanos y apostaron seriamente por mejorar su nivel de vida.

Brezniev y Honecker, en 1979.
Abandonaron los sistemas estalinistas tardíos enfocados en la industria pesada y construyeron estados del bienestar donde la educación, la sanidad, la vivienda, el empleo, etc., estaban asegurados, aunque al precio de endeudarse de manera constante con los vecinos capitalistas. En plena etapa de distensión y acercamiento –simbolizada por los esfuerzos del canciller alemán Willy Brandt y su “Ostpolitik”- el “Oeste” capitalista era el único con dinero suficiente para financiar la nueva estrategia del “Este”, lo que tendría consecuencias años más tarde.


En el plano global, el bloque soviético también gozaba de una fase de expansión, sobre todo en África. Las ex colonias portuguesas de Angola y Mozambique, además de Etiopía, Somalia, abrazaron la causa de Moscú y se posicionaron claramente en su bloque, además de otros estados que lo hicieron de una manera menos vinculante como Argelia o Libia.   


Así pues, en 1979 las fichas en el tablero mundial parecía que estaban mejor posicionadas para los soviéticos, y una serie de acontecimientos iban a subrayarlo.


Revolución islámica

Revolución en Irán, 1979.
Nada más comenzar el nuevo año, el 16 de enero, el Sha de Persia tuvo que abandonar su país ser derrocado por una revolución. Fue un desastre para los EEUU, que tenían en Persia, hoy llamado Irán, el pilar de su política de contención y defensa contra la URSS en Oriente Medio. Además, como productor de petróleo, Persia había mantenido su suministro en los momentos más duros de la crisis de 1973. Ahora ese aliado había desaparecido, pero en su lugar no llegó al poder un gobierno revolucionario marxista o nacionalista como había estado ocurriendo hasta el momento.


El 1 de febrero llegó a Teherán Ruhollah Jomeini, un clérigo chií con un carisma aplastante que se había convertido en el líder de una revolución que englobaba a diferentes corrientes y cuyo único punto en común era el odio al Sha. Muy pronto este hombre transformó el nuevo estado en una “república islámica”. Había aparecido un nuevo tipo de actor en la escena internacional, muy hostil a Israel y a los EEUU –a los que consideraba los patronos del odiado Sha-, y a los estados árabes suníes del Golfo Pérsico. La “crisis de los rehenes”, que simbolizó la percepción de impotencia y debilidad de los EEUU en la escena internacional, y la guerra con Irak marcaron los primeros pasos de esta república islámica. El trauma y el conflicto que comenzaron en ese momento continúan vivos más de 30 años después y la sombra de la guerra continúa planeando sobre la región.  

Revolución en Nicaragua, 1979.
El 17 de julio otro dictador fue derrocado, esta vez en Centroamérica. Anastasio Somoza, aliado de los EEUU, tuvo que huir de Nicaragua ante el éxito de la revolución sandinista. Aunque los vencedores no impusieron un gobierno de partido único, los partidarios de la dictadura y los EEUU percibieron esta revolución como un peligro y no tardaron en construir y financiar a la “Contra”, la contrarrevolución que asolaría Nicaragua hasta el final de la Guerra Fría.


Los sandinistas, por su parte, acosados y aislados, buscaron y encontraron ayuda en Cuba y la URSS, echándose en los brazos del bloque soviético. En los EEUU, cuyo miedo a la “comunistización” de Nicaragua fue lo que provocó su alianza con Moscú, cundió el pánico. América Central y el Canal de Panamá –fundamental para la economía estadounidense- parecían amenazados.


Los rusos en el Hindukush


El Ejército Rojo en Afganistán, 1979.
Por último, el 27 de diciembre la URSS invadió Afganistán. Fue una decisión política de una torpeza incomparable por parte del Politburó del PCUS, ya que lejos de suponer un ataque a los intereses occidentales en Oriente Medio –tal como fue percibido- solamente trataban de sustituir a un gobernante comunista que se había  rebelado contra Moscú por otro más dócil. Lo consideraban una cuestión doméstica. Los estadounidenses, en cambio, pensaron que era el primer movimiento soviético para dominar el Golfo Pérsico –tras la revolución iraní- y cerrar así el suministro de petróleo a Occidente.
 
Los EEUU reaccionaron condenando la invasión, congelando todos los acuerdos con la URSS y financiando a los campesinos musulmanes radicales que se habían rebelado no tanto contra los soviéticos sino contra su gobierno laico y progresista.


La consecuencia fue una larga y devastadora guerra de guerrillas entre el Ejército Rojo y los Muhaidines, los milicianos islamistas apoyados por los EEUU con armas y dinero, pero también por Pakistán y Arabia Saudí. Muchos islamistas de todo el mundo acudieron allí para luchar, entre ellos Osama Bin Laden, el hijo de un multimillonario yemení. Serían el núcleo de Al Queda, la organización terrorista que 22 años más tarde ejecutaría los atentados del 11-S que, a su vez, provocarían la invasión de los EEUU de Afganistán. Hoy, los estadounidenses y sus aliados de la OTAN siguen allí.


Los EEUU reaccionan

1979 fue pues un año nefasto para los EEUU, el colofón a una década negra en la que su hegemonía sufrió un golpe tras otro. Pero lejos de derrumbarse acabó fortaleciéndose. Una alianza entre neoliberales económicos de la Escuela de Chicago y neoconservadores políticos acabaría por hacerse con el poder en 1980 al ganar Ronald Reagan las elecciones presidenciales y a poner en práctica su ideología. También en el Reino Unido se produjo un cambio fundamental: en 1979 llegó al poder Margaret Thatcher, la "Dama de hierro". Fue el inicio de la llamada “revolución conservadora” que hoy continúa dominando la visión de la política y del mercado, y responsable de la actual crisis económica y financiera.

El primer paso fue aumentar los tipos de interés de la Reserva Federal, que en 1979 rondaba el 10%, a más del 19% en enero de 1981, el mes de la toma de posesión de Reagan. La consecuencia fue inmediata: Los países deudores –prácticamente en todo el Tercer Mundo y el bloque comunista- tuvieron que pagar de pronto unas cantidades desorbitadas, lo que aumentó la deuda externa de estos estados hasta dejarlo prácticamente en la ruina.

 
Los EEUU comenzaron a ingresar mucho más dinero en concepto de interés, lo que les permitió financiar la llamada “segunda guerra fría”, una fase de radicalización de las relaciones con la URSS caracterizada por una última y costosísima carrera armamentística que Moscú ya no podía financiar. Gorbachov, líder soviético desde 1985, lo sabía y abogó por cambiar de estrategia para salvar el sistema: la Perestroika.

Pero falló, entre otras cuestiones porque falló la estrategia de los años 70 en el bloque comunista de crear un estado del bienestar. La subida de los tipos de interés en Occidente aumentó la deuda de los estados comunistas con sus acreedores capitalistas de manera brutal, bajando además el nivel de consumo y de vida. Así, en los años 80 la popularidad de los regímenes comunistas se vino abajo de manera precipitada, comenzando en 1980 por las huelgas en Polonia y terminando en 1989 con la huida masiva de alemanes orientales por Hungría. El bloque soviético estaba arruinado.


En 1989 se derribó el Muro de Berlín y el día de navidad de 1991 la URSS desapareció. Tan solo diez años después de su mayor apogeo.

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