9/4/12

EL DÍA QUE LA CAPITAL DEL IMPERIO ROMANO ESTUVO EN LA RIBERA DEL DUERO

Yacimiento de Clunia.
Ocurrió muy cerca del río Duero, en una comarca al sur de la actual provincia de Burgos. Esta tierra hoy parece casi vacía. Los montes, con una fina capa de hierba marrón que apenas deja entrever su contenido blanquecino y yermo de yeso, se alternan con pequeñas vaguadas de tierra roja recién labrada. No hay casi pueblos, y los que hay son muy pequeños. Es una zona lejana, a trasmano de las principales rutas. Lejos de Madrid, lejos de Burgos, de Valladolid, incluso lejos de la lejana Soria. Allí no hay nada ni nadie.


Al menos hoy. Porque si se le echa un vistazo a los campos labrados durante siglos, un vistazo largo, con interés y de cerca, se pueden apreciar extrañas piedras en su superficie. Muchas, la mayoría, son simples rocas de diferentes tamaños. Son tantas que los labradores desde siempre han tenido que apartar las más grandes, las que estorban la siembra. Esas piedras acaban en pequeños túmulos al borde del terreno, unos túmulos que, si se observan bien, pueden ofrecer algunas sorpresas. Como restos de tejas, o piedras labradas por el hombre. Incluso si el labrador es poco cuidadoso y no se ha percatado antes, piedras con inscripciones en una lengua milenaria: latín.


Hace dos milenios la tierra de la Ribera del Duero, cerca de la actual Peñaranda y a dos pasos de Coruña del Conde, tenía otro nombre y otros habitantes. Allí había una gran ciudad que se llamaba Clunia, la capital del convento romano Cluniensis, una especie de capital jurídica dentro de la extensísima provincia de la Tarraconense. Clunia era importante, y en el promontorio donde hoy no vive nadie y desde el que se divisan kilómetros de soledad, hace 2.000 años fue el hogar de más de 30.000 personas.


Clunia, como la mayoría de ciudades romanas, empezó siendo un asentamiento indígena. En concreto los celtibéricos de la tribu de los arévacos, los mismos que se enfrentaron a Roma y resistieron en Numancia hasta que tuvieron que rendirse. Los arévacos acabaron por ser romanizados, poco a poco, como todos los derrotados por Roma. No tardaron mucho y ya estaban involucrados en la primera de las muchas y sangrientas guerras civiles entre romanos. En este caso fue Sertorio, un disidente del dictador Sila, quien resistió precisamente en Clunia a las tropas de Pompeyo, el mismo que años más tarde lucharía contra Julio César y moriría en el empeño. Pero antes le dio tiempo a destruir el antiguo asentamiento arévaco y derrotar a Sertorio.



Calidad de vida romana

Termas romanas.
Un siglo más tarde, con la República romana enterrada y en pleno apogeo del Imperio, Clunia fue refundada. Pero esta vez a lo grande. Iba a tener un foro enorme, digno de una gran ciudad. Rodeado de tabernas y una gran basílica y presidido por un templo, como marcaban los cánones. No muy lejos de allí unas termas aliviaban a los ciudadanos de los rigores del clima castellano, aunque sería tanta la demanda de un buen baño caliente en el Caldarium durante el duro invierno o de un chapuzón en el frío Frigidarium en el no menos implacable verano, que hubo que construir al menos una terma más, mucho más grande.

Teatro de Clunia.
Los edificios públicos destinados al ocio de los ciudadanos no se limitaban a los baños. Un enorme teatro con capacidad para 10.000 espectadores fue construido a la entrada de la urbe que contaba con el estatus de colonia, es decir, el mismo estatus que la propia Roma. En un mundo en el que el espacio político era exclusivamente la ciudad, ser colonia significaba tener una importancia muy especial en el Imperio Romano.  


En Clunia vivía gente importante y con dinero, o al menos eso se desprende de la enorme mansión no muy lejos del foro que ha sido excavada casi completamente. Debió ser de algún personaje con peso en la zona, ya que se encuentra muy céntrica y sus numerosas habitaciones decoradas con mosaicos demuestran que allí debían residir personas que, al menos, tendrían gran influencia sobre el destino de sus vecinos. A lo mejor ocurrió allí el capítulo que marcó a Clunia y que le valió su apellido: Sulpicia.       


En la primavera del año 68 d.C. el emperador Nerón fue asesinado por su Guardia Pretoriana. Su reinado había sido polémico y no pudo resistir la presión de gobernar el imperio más grande del mundo sin ver afectada su personalidad. Los romanos sabían que tenían un problema y que la crisis política no debía durar demasiado. Había que nombrar a un nuevo emperador y la elección recayó en el anciano Servio Suplicio Galba.


El día que recibió la noticia de que era el señor del mundo Galba estaba en Clunia. No se sabe cómo recibió la noticia. ¿Sería una sorpresa? ¿Lo estaba esperando? ¿Se alegró? O por el contrario ¿se asustó por la enorme responsabilidad? No lo sabemos. Tampoco sabemos si hubiera sido un buen emperador, ya que unos meses más tarde, en enero del 69 d.C. fue asesinado en el foro, pero el de Roma. Muchas incógnitas en un reinado corto. Pero una certeza: Galba fue coronado emperador en Clunia, que por esos días fue la capital del Imperio Romano. 

Para más información visita la web de Clunia. 

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