La película ‘Dunquerque’
de Christopher Nolan plasma en imágenes y sonidos la angustia y los peligros
mortales que sufrieron miles de soldados británicos que buscaban regresar a su
país tras ser rodeados por los alemanes en mayo de 1940. Tan sólo mantenían una
estrecha cabeza de puente en el puerto francés de Dunquerque y sus playas, en
la costa del Canal de la Mancha, y se encontraban a merced de los bombardeos
mientras esperaban desesperados a un barco con el que pudieran cruzar el mar.
Se trataba de prácticamente todo el ejército británico profesional, la British
Expeditionary Force (BEF), que, en caso de perderse, hubieran dejado a Gran Bretaña
sin ejército y a merced de Hitler. Solamente un esfuerzo colosal de movilización
en la propia isla británica, una buena organización y tenaz defensa de las
playas de evacuación, así como una serie de malas decisiones tácticas de los
alemanes, hicieron posible el ‘milagro de Dunquerque’ y más de 300.000 soldados
lograron ser evacuados ante el avance alemán. ¿Cómo se llegó a esto?
El 10 de mayo de 1940 el
ejército alemán, la Wehrmacht, lanzó su ofensiva sobre Europa occidental. Ese
día, tres países neutrales, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, fueron
atacados por dos grupos de ejército, en total 74 divisiones, diez de ellas de
blindados. Los alemanes pasaban a la ofensiva después de meses de inactividad
en el frente. El 3 de septiembre de 1939 Francia y Gran Bretaña declararon la
guerra a Hitler después de que invadiera Polonia, pero no atacaron ni hicieron
nada que pudiera impedir a los alemanes consumar la conquista de su aliado. Después,
ambos bandos se limitaron a observarse mutuamente a ambos lados del Rhin sin
prácticamente molestarse. Sin embargo, esa situación de inactividad no podía
mantenerse por mucho tiempo.
Los alemanes no podían
sobrevivir por mucho tiempo a esa situación estratégica. Encajados en el centro
de Europa, con apenas materias primas y suministros para mantener sus
ejércitos, se exponían a repetir la misma situación de bloqueo que sufrieron
durante la Primera Guerra Mundial, con la flota británica dominando los mares e
impidiendo la llegada de todo lo necesario para la guerra y para alimentar a la
población alemana. Ese era precisamente el plan de los aliados. Pertrechados tras
la inexpugnable Línea Maginot, una línea ininsterrumpida de búnqueres y trincheras
que se extendía a lo largo de toda la frontera franco alemana, los ejércitos
aliados esperaban no tener que repetir las cruentas batallas de 1914-1918 y que
los alemanes se fueran debilitando poco a poco. Hitler tenía que pasar a la
ofensiva. Pero, ¿de qué tipo?
No
repetir 1914
La primera reacción de
los generales alemanes fue repetir el Plan Schlieffen que aplicaron en 1914. En
resumen, era maniobra enorme de los ejércitos para rodear la frontera del Rhin
con Francia, entrando al país enemigo a través de Bélgica para caer sobre París
desde el norte. El objetivo era ocupar la capital francesa, el punto neurálgico
político y administrativo de la fuertemente centralizada república. Sin embargo,
este plan ya falló en 1914 ante la decidida defensa francesa, y en 1940 se
esperaba que los alemanes repitieran la jugada, por lo que los resultados
podrían ser incluso más pobres. Hacía falta una alternativa.
El plan de von Manstein |
Ese fue el momento de la
aparición de un general alemán que jugaría un papel muy importante en la Segunda
Guerra Mundial: Erich von Manstein. Era el jefe de Estado Mayor de uno de los
ejércitos alemanes en el frente occidental, e ideó el plan que se conocería
como ‘golpe de hoz’ (Sichelschnitt). El objetivo no sería París, sino la
aniquilación completa de los ejércitos enemigos, ya que, sin soldados, los
alemanes esperaban que franceses y británicos suplicarían la paz. Para
conseguirlo, von Manstein sugirió que se invadieran los Países Bajos y Bélgica
para atraer a los ejércitos aliados en el norte de Francia al interior de
Bélgica. Una vez bien adentrados en el territorio, un segundo ejército alemán
pertrechado con la inmensa mayoría de las tropas acorazadas, más rápidas y
poderosas, atacaría atravesando las montañas de las Ardenas y Luxemburgo,
entrando en territorio belga y francés y cogiendo por sorpresa a los aliados.
Entonces, en vez de marchar a París, los tanques girarían al noroeste, al Canal
de la Mancha, para conquistar los puertos y rodear completamente a los aliados
que serían aniquilados.
El ‘golpe de hoz’ era una
plan audaz y comportaba muchos riesgos. El primero de ellos era la enorme
diferencia en la movilidad entre las tropas acorazadas y la infantería. Mientras
las divisiones panzer eran rápidas y estaban totalmente mecanizadas y
motorizadas, la infantería alemana seguía moviéndose a pie y a caballo, igual
que en 1914 o en el S. XIX. Es decir, la infantería no podía mantener el ritmo
de los tanques y éstos corrían el riesgo de verse solos y atrapados.
Otro riesgo era que los
aliados no mordieran el anzuelo y se quedaran quietos en el norte de Francia.
Entonces la invasión de Holanda y de Bélgica no tendría sentido y los alemanes
tendrían que enfrentarse frontalmente a sus enemigos. Esa posibilidad podía ser
letal, ya que ingleses y franceses sumaban más soldados, cañones y tanques que
los alemanes.
Asumir
riesgos
Von Manstein se dio
cuenta de que Alemania tenía que asumir riesgos si quería vencer a sus
enemigos, más fuertes y con más recursos que ellos. Sin embargo, la mayoría de
los generales alemanes eran más mayores y conservadores que él, y desecharon el
plan. Apostaron por una reedición de 1914 ante la falta de un plan mejor. Sin
embargo, von Manstein consiguió filtrar su plan a Hitler que dio su visto
bueno. No porque el dictador fuera un fino analista militar y descubriera las
posibilidades de esta ofensiva, sino para desautorizar a sus generales e
imponer su poder y su voluntad a las fuerzas armadas.
Así fue como el 10 de
mayo se puso en marcha el ‘Plan amarillo’ (Fall Gelb), la ofensiva alemana. Los
Países Bajos fueron conquistados en cinco días y, efectivamente, los franceses
y el ejército británico avanzaron al interior de Bélgica para adelantar la
defensa. En ese momento los tanques alemanes salieron de su escondite y
atravesaron la espesura de los bosques y montañas de las Ardenas. El 13 de mayo
llegaron a Sedan, en la orilla del río Mosa, el último obstáculo natural antes
del mar. Allí, en una combinación de destreza, decisión y apoyo aéreo, los
alemanes derrotaron a los franceses (igual que en el mismo lugar en 1871) y se
adentraron en el norte de Francia con dirección al Canal de la Mancha.
Los panzer avanzaron sin
detenerse y pronto conquistaron los puertos de Bologne y de Calais, dejando a
sus enemigos completamente rodeados en Bélgica. Fue en ese momento cuando el
alto mando británico dio la orden a sus soldados en Francia de retroceder y de
evacuar en el último puerto que quedaba en sus manos: Dunquerque.
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