El
pinar de Valsaín es un impresionante mar de tranquilidad y sosiego
en la falda de la sierra no muy lejos del ajetreo de Madrid. Es de
los pocos sitios cerca de la capital donde aún se puede escuchar el
silencio. Pero durante una semana, del 30 de mayo al 2 de junio de
1937, las explosiones, los gritos y los disparos aniquilaron esa paz
y la guerra entró a saco en el bosque. La Guerra Civil había
llegado. Hoy, sus vestigios siguen casi intactos entre los árboles.
Pero esta vez envueltos en silencio.
A
mediados de 1937 la República había aguantado en Madrid los
embistes de los sublevados. Franco había tratado de conquistar la
capital en diferentes ocasiones y desde diferentes direcciones: En
ataque frontal a través de la Casa de Campo, rodeándola por el
noroeste por la Carretera de la Coruña y por el sureste cruzando el
río Jarama, e incluso desde Guadalajara. En todos estos ataques los
soldados de Franco fracasaron y Madrid resistió.
Los
soldados republicanos, que al principio de la guerra eran en su
mayoría milicianos que no sabían luchar, se habían fogueado
durante estas batallas. En pocas semanas, estos milicianos sin
experiencia marcial se transformaron en un verdadero ejército, el
Ejército Popular. Con capacidad de aguantar a las aguerridas tropas
profesionales de legionarios, marroquíes y los agresivos
falangistas. Pero ya no era suficiente con aguantar y defenderse.
Había que pasar al ataque.
El pinar de Valsaín. |
En
la primavera de 1937 Franco dejó de lado su obsesión por conquistar
Madrid y concentró sus esfuerzos en el norte. La provincia vasca de
Vizcaya, Cantabria y Asturias eran un reducto fiel a la República y
en él se concentraba buena parte de la industria y de los recursos
energéticos del país. Franco quería conquistar Bilbao y sus altos
hornos para ponerlos al servicio de su máquina de guerra, y de paso
poner fin al frente norte y contar con los soldados que quedarían
libres para otras ofensivas. La República reconoció el peligro y
trató de tomar medidas para frenar el avance franquista en el norte.
Una de ellas eran ataques en otros frentes para distraer tropas
enemigas y ganar tiempo.
Así
fue como se decidió pasar al ataque en el frente de Madrid (donde
estaban las mejores tropas republicanas) con un objetivo: Segovia. El
plan era tomar al enemigo por sorpresa, conquistar la ciudad y, una
vez puesto el pie en la meseta, seguir avanzando hasta Valladolid, la
capital de Castilla e importantísimo nudo de comunicaciones del
norte de España.
Sin
embargo, para tomar esta pequeña capital de provincia muy cercana a
la sierra madrileña había que cruzar montañas de más de 2.000
metros de altitud, cruzar extensos bosques y todo ello a través de
pequeñas sendas y caminos por los que era (y sigue siendo) fácil
perderse. Solamente una carretera cruzaba la zona y partía del
Puerto de Navacerrada, bajaba al valle del Eresma, seguía por el
pueblo de Valsaín y el palacio real de la Granja de San Ildefonso
hasta llegar a Segovia. Por ahí debían atacar los miles de soldados
republicanos apoyados por tanques y artillería. Todo un desafío
logístico y táctico de difícil cumplimiento incluso para tropas
bien entrenadas y expertas. La única posibilidad de éxito radicaba
en el factor sorpresa.
Pero
la bisoñez de los republicanos les pasó factura antes incluso de
empezar el combate. En las maniobras de acercamiento de las tropas a
los puntos desde donde iban a comenzar el asalto, no se tomaron las
medidas mínimas de precaución y los observadores franquistas se
dieron cuenta enseguida de lo que se estaba cociendo. Muy pronto
trajeron refuerzos y la zona se fortificó y preparó para la
ofensiva enemiga.
La
batalla
En
la mañana del 30 de mayo los tranquilos pinares de Valsaín se
transformaron en un campo de batalla. Miles de soldados republicanos
bajaron por las laderas de las montañas y con ellos los estruendos
de las explosiones de la artillería y del fuego de ametralladora y
de fusil. Los franquistas les estaban esperando. La carnicería
estaba servida. Por un lado el ataque se dirigió al palacio de La
Granja, donde se luchó cuerpo a cuerpo en sus magníficos jardines.
Las fuentes y setos entre los que habían paseado generaciones de
Borbones durante los meses de verano, se convirtieron en parapetos
para los soldados y en improvisadas trincheras. El combate fue cruel.
Los franquistas defendieron cada metro. Sabían que detrás de La
Granja prácticamente estaba Segovia. No había más obstáculos que
hubieran podido servir a la defensa.
Otro
ataque republicano partió del Puerto de Navacerrada y, bajando por
el valle del Eresma, tenía como objetivo el pequeño pueblo de
Valsaín, el último de la sierra antes de la propia Segovia. En este
sector del frente había dos cerros que, como dos columnas, dominaban
desde sus altos la carretera desde el puerto: los cerros Matabueyes y
del Puerco. Era fundamental para los republicanos tomar ambos para
conseguir su objetivo. Y como en los jardines de La Granja, eran los
últimos obstáculos naturales antes de la llanura que llevaba
directamente a Segovia, a un tiro de piedra.
Gerda Taro reflejó el miedo de los soldados. |
También
aquí la lucha fue feroz. Los republicanos se estrellaban contra las
defensas de los franquistas una y otra vez sufriendo enormes bajas.
Muy pronto se hizo evidente que la ofensiva estaba sufriendo
problemas serios. La aviación republicana no apareció. Sin apoyo
aéreo, los aviones franquistas dominaron los cielos y atacaron a sus
enemigos a placer. Desde el aire y desde las alturas de los cerros,
la artillería y las ametralladoras sembraron los pinares de muerte.
La fotógraga Gerda Taro, que acompañaba a los republicanos, retrató
el miedo y el sufrimiento de los soldados. Heridos en camilla
trasladados a la retaguardia, tanques escondidos entre los pinos para
nos ser descubiertos por la aviación y, sobre todo, caras de
preocupación mirando al cielo por si apareciera un caza que les
pudiera ametrallar.
Tras
cuatro días de combates los republicanos no consiguieron hacer
retroceder a sus enemigos muy fuertemente atrincherados. La silueta
de la catedral de Segovia se podía distinguir perfectamente en el
horizonte, casi al alcance de la mano. Pero seguía demasiado lejos
ante la tenacidad de la defensa franquista. La ofensiva fue
cancelada. Más de 1.500 republicanos y 1.100 franquistas murieron.
Segovia no había sido conquistada y los republicanos ni siquiera
consiguieron su objetivo de distraer la ofensiva de Franco en el
norte. Bilbao cayó el 19 de junio.
Un
fracaso
La
llamada ofensiva de La Granja fue un fracaso republicano y demostró
las importantes deficiencias del Ejército Popular a la hora de
organizar y llevar a cabo un ataque de grandes dimensiones. Sin
embargo, sí consiguió asustar a los franquistas y convencerlos de
que sus enemigos les podían golpear en cualquier momento y en
cualquier lugar. Valsaín se convertiría en una fortaleza, en un
cerrojo muy difícil de abrir para proteger Segovia durante el resto
de la guerra y evitar sorpresas. Los cerros se fortificaron con
parapetos y trincheras reforzadas por rocas. Se construyeron búnkeres
y nidos de ametralladora, y una tupida red de trincheras en los
pinares bloqueaba cualquier avance.
80
años después estas fortificaciones siguen vigilando la carretera de
acceso desde los cerros. Sobre todo en el Cerro del Puerco se alza un
complejo fortificado en perfectas condiciones de conservación.
Incluso se puede leer las inscripciones que sus constructores
escribieron en el cemento todavía fresco en el verano de 1937: “Viva España”, o los ingenieros de la “1ª Compañía de Sevilla”
que firmaron el 7 de agosto de 1937, dos meses después de la
batalla.
Desde
entonces los pinares de Valsaín han recuperado la tranquilidad de
siempre. Los fortines están vacíos y las trincheras abandonadas.
Pero aún hoy, su presencia es etremecedora. Ocho décadas después,
un gran símbolo de Falange tallado en la pared de hormigón de un
búnker en la ladera del Cerro del Puerco sigue impertérrito y
desafiante en su puesto, recordando que en ese lugar se libró una
dura batalla en la que miles de hombres encontraron la muerte entre
los pinos.
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