“Destrucción mutua
asegurada” fue la conclusión a la que llegaron los expertos militares durante
la guerra fría entre los EEUU y la Unión Soviética. El arsenal nuclear de los
dos bandos enfrentados era tan extenso y poderoso, que cualquier tentación de
recurrir a él para empezar una guerra hubiera llevado sin duda alguna a la aniquilación
de la humanidad. Esta realidad provocó una situación de equilibrio basado en el
terror que, a pesar de todo, estuvo a punto de romperse varias veces a pesar del
riesgo de llevar al planeta a la destrucción.
La última vez que la
guerra fría estuvo a punto de transformarse en una locura autodestructiva fue a
finales de los años 70 y principios de los 80 del S. XX. La culpa fue de la profunda
desconfianza que ambas partes sentían la una hacia la otra. A pesar de los
diferentes ‘sustos’ que ya había sufrido el mundo, de la certeza de que no se
podía ganar una guerra nuclear y de los primeros pasos dados hacia el control
de los arsenales, el mundo capitalista y el mundo comunista seguían enfrentados
sin cuartel. Y seguían sin entender sus formas de pensar.
La serie “Alemania 83”,
el gran éxito europeo de 2015, refleja esta desconfianza fruto del aislamiento y
del encarnizado enfrentamiento ideológico. A pesar de la completa
irracionalidad de una guerra nuclear, ambas partes no descartaban que su
oponente fuera a comenzar el holocausto. Simplemente no se fiaban. En ese caso,
la única manera de sobrevivir hubiera sido disparar primero y confiar en que un
primer golpe mortal dejara al enemigo fuera de combate sin posibilidad de
responder. Pero nadie quería ser el agresor, a no ser que hubiera pruebas
claras de sufrir un ataque primero. En ese caso golpear sin dilación resultaría
fundamental para sobrevivir.
En la serie el temor y
la desconfianza hacia el otro casi provocan el comienzo de una guerra en
respuesta a un supuesto ataque que resulta ser falso: el miedo a punto está de
provocar un ataque preventivo que hubiera supuesto el fin del mundo. Un caso
ficticio que, sin embargo, pudo haber ocurrido perfectamente.
Un
año peligroso
Misil Pershing II |
Parece contradictorio:
por un lado se piden misiles y por el otro se pide destruirlos. Millones de
personas no lo comprendieron y salieron a la calle en casi toda Europa
occidental exigiendo que no se desplegaran los Pershing II. Fue el nacimiento
del movimiento por la paz de los 80, lo que en España se acabó haciendo famoso
por sus marchas contra la base estadounidense de Torrejón y por su grito “OTAN
no, bases fuera”. En el Reino Unido se rodearon bases y en Alemania federal
millones de personas cogidas de la mano atravesaron el país en infinitas
cadenas humanas por la paz. Aunque no afectó al despliegue de los misiles, fue
un movimiento intenso que tuvo consecuencias políticas: nacieron los Verdes,
hoy uno de los principales partidos políticos alemanes.
¿Por qué tomaron los
países de la OTAN esta extraña decisión? Por miedo a la URSS. A finales de los
años 70 los dos enemigos de la guerra fría habían llegado a un acuerdo para no
construir ni desplegar más misiles nucleares estratégicos. Es decir, los misiles
que se instalaban en enormes silos y que podían sobrevolar los océanos en pocos
minutos para llegar al otro lado del mundo con su carga mortal. Nada decía el
acuerdo de los misiles tácticos, aquellos como los Pershing II que llegaban
hasta pocos miles de kilómetros de distancia. Y como no decía nada de estos
misiles, los soviéticos empezaron a desplegar los suyos, llamados SS 20, en
Europa oriental. Los SS 20 eran potentes, fiables y, sobre todo, se podían
disparar desde dispositivos móviles sin necesidad de grandes instalaciones
fijas que se podían localizar y destruir. Por lo tanto, los soviéticos podían
esconder sus misiles en el bosque y tomar a sus enemigos por sorpresa en
cualquier momento, o eso temían los europeos occidentales.
Misiles SS 20 |
Los SS 20 no podían
llegar a los EEUU, por lo que muchos en Alemania Federal, Francia o Reino Unido
temían que los estadounidenses pudieran dejar abandonados a sus aliados en caso
de ataque soviético para no recibir el golpe nuclear. Muchos sintieron miedo y
pensaron que los soviéticos aprovecharían esa ventaja para atacar y ganar la
guerra fría. Seguían creyendo que los comunistas querían apoderarse del resto
del viejo continente. Por eso la “doble decisión” de la OTAN fue, en realidad,
una prueba para que los EEUU demostraran que seguían siendo un aliado de fiar y
que se involucraban de lleno en una posible guerra a pesar de que no le
afectaban directamente los misiles soviéticos.
Los soviéticos, por su
parte, creían que los capitalistas no desaprovecharían ninguna oportunidad para
destruir a la URSS, y por eso trataron de compensar la limitación de misiles
estratégicos con los SS 20. El ambiente cada vez más tenso con la OTAN por el
despliegue de esos misiles fue empeorando cada vez más. En diciembre de 1979 la
“doble decisión” fue interpretada como una farsa y una excusa de los EEUU para
justificar su despliegue de los Pershing II en Europa, lo que aumentó la
sensación de asedio que sufrían los soviéticos, una sensación que fue en
aumento por la dura condena contra la intervención soviética para apoyar al
régimen amigo en Afganistán el 27 de diciembre, invasión que los EEUU
interpretaron como una guerra de conquista y de expansión.
Malos entendidos por
ambas partes debido a la profunda desconfianza que se profesaban mutuamente y a
la imposibilidad de penetrar en la mente del otro.
Todo terminó cuando
pocos años después el nuevo secretario general del Partido Comunista de la
URSS, Mijaíl Gorbachov, descubrió que su país estaba prácticamente arruinado y
tendió la mano para frenar la escalada y comenzar un desarme absolutamente fundamental
para salvar a la Unión Soviética, que no tenía recursos para abastecer a su
población y modernizar sus condiciones de vida. Pero llegó tarde.
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