A veces lo imposible se
convierte en realidad, como cuando dos enemigos encarnizados olvidan por un
momento sus diferencias para luchar por una causa común. Es lo que ocurrió en
Alemania en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, durante cuatro días en
mayo de 1945, cuando un grupo de soldados soviéticos y un destacamento de
soldados alemanes se aliaron para defender juntos un sanatorio infantil que iba
a ser asaltado y saqueado por otros soldados soviéticos.
En mayo de 1945 Alemania
había perdido irremediablemente la guerra. Hitler se había suicidado en su
búnker en Berlín y el ejército alemán se estaba desintegrando por instantes.
Sus enemigos habían penetrado profundamente en el país y ya eran muchos más los
territorios alemanes ocupados por soviéticos, norteamericanos, británicos y
franceses que aquellos lugares donde todavía ondeaba la bandera de la cruz
gamada.
En esas fechas
solamente existía un objetivo para los soldados y civiles alemanes: huir de los
rusos hacia el oeste y rendirse a los aliados occidentales. Sentían verdadero
pánico de caer en manos de los soviéticos. Temían la venganza que los millones
de soldados del Ejército Rojo estaban ejecutando en respuesta a las atrocidades
cometidas durante los años de ocupación alemana de la URSS, donde la tierra fue
quemada y a la población explotada y casi aniquilada. Desde enero de 1945,
cuando los soviéticos entraron en tromba en Alemania, la tierra también fue
calcinada y la población también fue aniquilada. Millones de mujeres fueron
violadas, casi todos huyeron y los que se quedaron y lograron sobrevivir fueron
expulsados de sus casas que pronto ocuparían otras personas.
En mayo de 1945 la
ofensiva soviética había llegado a la isla de Rügen, en el Mar Báltico. No
había ninguna resistencia militar organizada. Los pocos soldados alemanes que
seguían luchando solamente aspiraban a conseguir un barco para llegar a la
cercana Dinamarca y rendirse allí a los británicos. La población civil había
huido o estaba indefensa, como la del sanatorio infantil en el que vivían
exclusivamente niñas y adolescentes y que fue ocupado por un pelotón de
reconocimiento soviético.
A diferencia de otros
lugares, en este caso los soldados se comportaron con corrección y no hubo ni
violaciones ni saqueos. Eran veteranos muy disciplinados mandados por un
oficial cuyo único objetivo era conseguir que sus hombres sobrevivieran con
dignidad a la guerra que estaba terminando. Pero no solamente no hubo ningún
acto de represalia violenta, sino que los rusos confraternizaron con las
muchachas del sanatorio y con su directora que hablaba ruso.
Pero la calma pronto se
vio turbada con la llegada de más soldados soviéticos mandados por un oficial
superior, esta vez con el ánimo de ejercer el “derecho de conquista” a las menores.
Fueron rechazados y expulsados por los soldados de reconocimiento, que
decidieron atrincherarse en el sanatorio para repeler la venganza que muy
seguramente no tardaría en producirse.
Para ello contaron con
la ayuda de los soldados alemanes que querían huir a Dinamarca. Soviéticos y
alemanes compartiendo trincheras y ansiedad ante el ataque que se aproximaba,
arriesgando la vida en las últimas horas de la Segunda Guerra Mundial en una
alianza contra natura tras cuatro años de guerra atroz y sin cuartel para
defender a unas niñas. Y el ataque no tardaría en producirse.
El director alemán
Achim von Borries ha llevado esta historia al cine con el título “Cuatro días
de mayo”. Su final es mejor verlo que leerlo.
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