El
18 de enero de 1871 nació Alemania. Fue en la Galería de los Espejos del
Palacio de Versalles, en el corazón de Francia. El rey de Prusia fue convertido
en Káiser de Alemania y aclamado por los nobles y militares alemanes. Así fue
como nació el país más poderoso de Europa: lejos de sus ciudadanos, en
territorio enemigo y de la mano de su élite feudal y militar.
Cuando Guillermo I llegó
al palacio de Versalles el 18 de enero de 1871 sabía que iba a hacer historia.
Iba a nacer un nuevo país, pero seguramente para Guillermo era al menos igual
de importante el inmenso paso que ese día iba a dar su familia, la dinastía de
los Hohenzollern. Exactamente 170 años antes, el 18 de enero de 1701, su
antecesor Federico III de Brandemburgo fue coronado primer rey de Prusia. Casi
dos siglos después Guillermo iba a ser el primer emperador de Alemania de la
mano del canciller Otto von Bismarck, que había guiado el camino de Prusia para
llegar a ese momento histórico, aunque pagando el precio de la guerra y de
apartar a Alemania de la tradición política liberal.
Guillermo I. |
Hasta ese día Alemania
jamás había existido, al menos como estado soberano e independiente. Alemania
había sido un concepto geográfico y cultural formado por decenas (antes incluso
centenares) de estados pequeños independientes, con sus propias leyes, costumbres
y jefes. Siglos antes, durante la Edad Media, había existido algo parecido a un
ente político unificado, el Sacro Imperio Romano Germánico, pero nunca había
sido un estado en un sentido moderno y sus emperadores se habían sentido más
bien sucesores de los emperadores romanos que soberanos alemanes. A medida que
pasaba el tiempo el Sacro Imperio fue perdiendo sentido y poder hasta que no quedó
nada más que una cáscara vacía que en 1806 Napoleón lo abolió.
Fue Napoleón
precisamente el que consiguió unificar a los alemanes por primera vez, aunque
fue para luchar contra él y expulsarle de su territorio. Como sucedió en otros
muchos países ocupados por los franceses (también en España), la lucha contra
Napoleón y las fuerzas desatadas por la Revolución Francesa despertaron el
anhelo de libertad y de participación política de una parte importante de la
burguesía y de la élite intelectual. En Alemania ese anhelo llevó a la revolución de 1848 en la que los nacionalistas liberales defendieron la
unificación alemana en un estado con un Parlamento y una Constitución. Fracasó
porque las fuerzas tradicionales, los nobles y los militares, fueron más
fuertes y, sobre todo, porque el rey de Prusia no les apoyó.
Una
unificación reaccionaria
Años más tarde, en 1871,
por fin se iba a hacer realidad la unificación, pero no iba a ser ni mucho
menos como la soñada por los revolucionarios de la generación anterior. Prusia
fue la protagonista tras imponerse a su gran rival Austria en la guerra de
1866. Los prusianos eran los más poderosos de Alemania. Tenían el mejor
ejército, más riquezas y la burocracia más eficiente. Y con el canciller Otto von
Bismarck contaban con un líder muy inteligente decidido a hacer realidad la
unificación.
Una vez derrotada
Austria, los estados alemanes más pequeños quedaron a merced de Prusia, que
creó la Confederación Alemana del Norte (Norddeutscher Bund), una unión económica
y prácticamente política de todos los estados alemanes del norte y centro bajo
el liderazgo prusiano. Para incluir a los estados del sur, sobre todo al
reticente reino de Baviera, hacía falta un enemigo común, y ese sería otra vez
Francia.
En 1870 Prusia y Francia entraron en guerra. La primera necesitaba a un enemigo que unificara a
todos los alemanes en la lucha (como contra Napoleón 57 años antes), y la
segunda temía el nacimiento de un estado poderoso vecino al este del Rin. Bismarck
reconoció la oportunidad y provocó el conflicto. La jugada no le pudo haber
salido mejor: derrotó a su enemiga histórica y puso bajo asedio a París, y
logró que los estados meridionales alemanes se sumaran a la federación liderada
por Prusia que en adelante pasaría a llamarse Reich (imperio) Alemán. El rey de
Prusia sería su Káiser, el emperador. Un guiño claro al pasado medieval, aunque
por motivos de legitimación y propaganda, y nada en común con la tradición
política liberal alemana.
Para subrayar el
carácter oligárquico y feudal del nuevo estado, su nacimiento no sería
proclamado en Alemania en presencia de sus ciudadanos, sino en pleno territorio
de la Francia ocupada, en el Palacio de Versalles y ante la élite feudal y
militar alemana. Muchos de los dignatarios, nobles y generales que acudieron al
Palacio de Versalles el 18 de enero y que vieron sus reflejos en la Galería de
los Espejos, habían sofocado la revolución 23 años antes y hecho posible que la
unificación alemana se realizara desde un prisma completamente diferente al soñado
en 1848. Ellos hicieron posible que la unidad del país se hiciera desde arriba
y no desde el pueblo.
La Galería de los Espejos de Versailles. |
Por eso la Alemania que
nació el 18 de enero no fue una democracia. Aunque tenía un Parlamento, el Reichstag,
y una Constitución, el Káiser mantenía un poder casi absoluto. Era él el que
nombraba y despedía al canciller a su capricho y el que podía decidir qué leyes
se crearían. El Reichstag solamente podía asentir o quejarse, pero no impedir
que la voluntad del Káiser se hiciera realidad. Además, el ejército iba por
libre, sin ningún control por parte de ninguna administración civil. Era un estado
dentro del estado.
La Alemania nacida el
18 de enero de 1871 nunca pudo superar la gran contradicción que suponía haber
surgido en plena época liberal de la mano de una élite feudal y oligárquica que
impedía cualquier avance político y que solamente contaba con el nacionalismo para
mantener unido el país. Alemania era un estado militar y económicamente moderno
con unas instituciones y una élite política arcaicas que no se podían renovar.
La consecuencia fue funesta para el país y para toda Europa.
La democracia alemana necesitaría
aún 47 años para poder nacer, y para ello hizo falta que Alemania perdiera la
Primera Guerra Mundial en 1918 y el nieto de Guillermo I huyera al exilio y la
élite feudal se desmoronara. Pero la democracia nació herida. Precisamente por
otro acontecimiento que se celebró en la misma Galería de los Espejos que vio
nacer a Alemania: el Tratado de Versalles.
Ahora estoy leyendo La llegada del Tercer Reich de Richard J. Evans y estaba buscando algunos detalles acerca de la proclamación de Guillermo I como emperador. Tu entrada me ha servido mucho. Creo que volveré por aquí seguido en las próximas semanas. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias, pásate cuando quieras. Un saludo
Eliminar