Cuando
los aliados desembarcaron en Normandía el 6 de junio de 1944, estaba claro que los
alemanes perderían la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, millones de soldados
alemanes siguieron combatiendo por una causa perdida. Por ejemplo Heinrich
Severloh, que con su ametralladora mató el solo a centenares de soldados
norteamericanos la mañana del desembarco. Sería conocido como “la bestia de
Omaha Beach”.
El 6 de junio de 1944, tras casi cinco
años de guerra, el Día D había llegado y la Segunda Guerra Mundial comenzaba la
que sería su última etapa antes de que Hitler finalmente se suicidara el 30 de
abril de 1945 y Alemania se rindiera una semana más tarde. El desembarco en
Normandía fue un despliegue de fuerza bruta por parte de los aliados
occidentales: casi 7.000 barcos de guerra de todo tipo que transportaban a más
de 150.000 soldados estadounidenses, británicos, canadienses, franceses,
australianos, polacos, belgas, etc., incluso algunos republicanos españoles
exiliados.
El desembarco de estos
miles de soldados se produjo en distintas playas con distintos nombres en clave
a lo largo de decenas de kilómetros de costa: Utah, Omaha, Juno, Gold y Sword. Todas
ellas estaban fortificadas y fuertemente minadas, defendidas por unos 50.000
soldados alemanes que esperaban en sus trincheras y búnkeres poder rechazar la
embestida.
Uno de esos soldados
era Heinrich Severloh. El 6 de junio de 1944 tenía 20 años, a punto de cumplir
los 21. Pertenecía a la 352ª División de Infantería y su misión era resistir a
la irresistible invasión desde su pequeño nido de ametralladoras. Era una lucha
desigual. Heinrich, un chico de 20 años, contra la 1ª División de Infantería
del Ejército de los Estados Unidos que iba a desembarcar en la playa de Omaha.
El Día D de Heinrich
Severloh
Heinrich Severloh. |
El Día D de Heinrich
Severloh comenzó muy temprano. A las seis de la mañana amaneció con el
horizonte completamente dominado por barcos de la flota aliada atracada frente
a la costa y preparando el asalto de la primera oleada de las barcazas de
desembarco. Esta visión debió de ser descorazonadora para unos soldados que
llevaban meses esperando la invasión. El día por el que tanto se habían estado
preparando había llegado. Rápidamente Heinrich y sus compañeros fueron puestos
en estado de alerta y llevados a sus puestos. Heinrich cogió su ametralladora MG 42, conocida como la “sierra de Hitler” por su velocidad y su capacidad para
disparar hasta 1.700 balas por minuto, y apuntó hacia la playa.
En una entrevista publicada hace diez años por la revista alemana Der Spiegel, el soldado Severloh
contó que su teniente le dijo: “Empieza a disparar cuando veas que empiezan a
salir de las barcazas y el agua todavía les llega por la cintura”. Ese momento
llegó, y entonces comenzó el infierno.
De todas las playas de
desembarco en Normandía, la de Omaha Beach fue donde los aliados sufrieron más.
Mientras que en el resto de las playas de la enorme invasión la resistencia alemana
fue efímera o prácticamente inexistente, en el sector que defendía Heinrich murieron
hasta 3.000 soldados norteamericanos. La invasión a punto estuvo de fracasar
allí. Y gran parte de la culpa de aquello puede que fuera de Heinrich.
El soldado Severloh no
dejó de disparar. Estuvo disparando durante nueve horas sin parar. Más de
12.000 cartuchos. Su ametralladora se sobrecalentó varias veces e iba
alternando con disparos de su fusil. No paró de disparar, sin descanso, sin
pensar. Los enemigos fueron cayendo como troncos delante de él. El agua del mar
se tiñó roja de la sangre. Los gritos, las explosiones, el miedo. Y Heinrich
disparando a las sombras que se movían delante de él. “No pensaba en nada,
simplemente actuaba”, comentó. Pero sí sabía lo que hacía. Veía perfectamente
las consecuencias de sus actos. “Muchachos jóvenes como yo cayendo apilados en
la playa”. Una visión horrible que nunca olvidaría y que le causaron un
terrible remordimiento el resto de su vida.
A las tres de la tarde
el teniente de Heinrich se dio cuenta de que los dos se habían quedado solos.
Las trincheras a sus lados estaban vacías o destruidas y los demás fortines
habían dejado de disparar. Ordenó a Heinrich salir de allí cuanto antes y
salvar la vida. Heinrich se escabulló. Salió corriendo y se salvó. Su teniente
murió de un disparo en la cabeza. ¿Qué pensaría el joven de 20 años tras nueve
horas matando sin cesar? “Era la guerra, o ellos o yo”. ¿Puede una persona
cabal ser consciente de eso sin volverse loco?
Heinrich consiguió
huir, pero por poco tiempo. A las pocas horas fue capturado por los
norteamericanos. Estaba aterrado por las consecuencias de sus actos y no dijo
ni una palabra sobre su papel en la matanza. No dijo nada sobre su
ametralladora, ni sobre las nueve horas resistiendo el solo a la invasión de
Normandía en la que mató a centenares, incluso puede que a miles de soldados de
los EEUU.
Años más tarde los
medios estadounidenses le apodarían la “bestia de Omaha Beach”. De todas las
imágenes de ese día siempre le persiguió la de un soldado americano al que le
disparó en la cabeza. Heinrich vio como se desplomó al suelo y su casco salió rodando.
“Mejor no pensar en eso, sino me dan ganas de vomitar”, le contó al periodista
de Der Spiegel hace una década.
Heinrich Severloh murió
en 2006 a los 82 años.
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