Napoleón Bonaparte. |
Fue
un retorno épico. El 20 de marzo de 1815 Napoleón Bonaparte
entró en París mientras el rey Luis XVIII huía, otra vez, al exilio. Napoleón
llegó a la capital de Francia arropado por un gran ejército ansioso por recuperar
los días de gloria en los que había dominado Europa. Fue un espejismo que duró
100 días.
El 1 de marzo Napoleón Bonaparte, acompañado de tan sólo 600 soldados leales que
le habían seguido al exilio, desembarcó en la Costa Azul francesa. Desde allí
se encaminó al norte con la intención de llegar a París y recuperar el poder,
que en ese momento estaba en manos del rey Luis XVIII.
Cuenta la anécdota que en
su camino a París, Napoleón fue interceptado por las tropas enviadas por el rey
para apresarlo. En vez de huir o de disparar contra ellas, Napoleón dio un paso
al frente y se encaró con sus perseguidores. Con la camisa abierta y exponiendo
su pecho, Napoleón gritó a los soldados: “¡Si alguno de vosotros es capaz de dispararle a su emperador, hacedlo
ahora!” Emocionadas, las tropas dejaron de apuntar y, con lágrimas en los ojos,
se lanzaron a correr a abrazar a los soldados que acompañaban al corso y,
embriagados por el momento, juraron
lealtad a un hombre que tan solo un año antes había sido derrotado,
expulsado del poder y exiliado en la pequeña isla italiana de Elba.
Los soldados del rey se pasan a Napoleón. |
Pronto el pequeño grupo de los 600 soldados con los que desembarcó
Napoleón se convirtió en un ejército de miles de tropas. Dicen que en París
fueron apareciendo pintadas con la frase: “Querido Luis, no me mandes más
soldados. Ya tengo suficientes. Firmado: Bonaparte”.
Esta escena seguramente fue “endulzada” por los partidarios de Napoleón
y forma parte de la leyenda de un hombre que, décadas después, pasó a ser la
encarnación de la gloria nacional francesa. Sin embargo, sí es cierto que en
sólo tres semanas había conseguido recuperar el trono con su sola presencia, y
había hecho huir, otra vez, a los borbones y monárquicos que habían empezado a
desmantelar los logros de la revolución e implantar de nuevo el absolutismo en
Francia.
Exiliado
Vuelve Napoleón. |
Napoleón había sido expulsado del poder casi un año antes. El 20 de
abril de 1814 abandonó su último palacio en Fontainebleau después de abdicar
del trono imperial y reconocer su derrota a manos de la coalición de Prusia,
Rusia, Austria y Gran Bretaña. A cambio, no sería encarcelado, su familia
mantendría sus bienes y podría retirarse al exilio a la pequeña isla de Elba,
en la costa italiana, donde podría ejercer su poder absoluto a cambio de no
abandonarla ni de inmiscuirse en los asuntos europeos.
El hombre que había conquistado Europa, cuyos ejércitos asediaron Cádiz
y arrasaron Moscú, había sido confinado en una isla diminuta de 225 kilómetros
cuadrados. No resulta extraño que al poco tiempo, Napoleón se sintiera
encerrado y comenzara a maquinar su regreso. Y las circunstancias le ayudaron.
El retorno de los borbones
Luis XVIII. |
Tras la expulsión de Napoleón, las potencias vencedoras no pensaron en
ocupar Francia durante demasiado tiempo ni en repartirse el territorio. Las
guerras napoleónicas, hijas directas de las guerras revolucionarias de la
década de 1790, habían sido guerras ideológicas. Por un lado, los
revolucionarios franceses y después Napoleón, trataron de vencer y expulsar a
los reyes absolutos de Europa, y por el otro, estos monarcas querían defender
sus privilegios y devolver a Francia al redil de los reinos “por la gracia de
dios” y enterrar todos los avances revolucionarios, sobre todo el concepto de
soberanía nacional, según el cual, el poder emanaba de la nación y no de dios.
Por ello, tras derrotar a Napoleón, los reyes europeos decidieron que
Francia debería recuperar su gobierno monárquico absoluto de antes de la
revolución, y pusieron en el trono a Luis XVIII de Borbón, el hermano de Luis
XVI, el monarca decapitado por la revolución con una guillotina 22 años antes.
El nuevo rey se puso manos a la obra y no tardó en revocar las leyes
revolucionarias y en intentar enterrar la revolución para siempre.
Con él volvieron los aristócratas que habían huido 20 años antes al
exilio y pronto dejaron sentir su ánimo de revancha, sobre todo en aquellos que
en los últimos años habían ascendido en la escala social y que no eran de
sangre noble. Durante la revolución y el Imperio de Napoleón, muchos que antes
habían sido campesinos o artesanos habían conseguido convertirse en generales y
en altos funcionarios, algo impensable en el Antiguo Régimen. Los antiguos
aristócratas quisieron recuperar sus posiciones y privilegios a costa de
aquellos que habían ascendido en los últimos años –que a su vez lo hicieron a
costa de estos aristócratas que habían huido-, y así fue como se despertó una fuerte
oleada de antipatía hacia el nuevo rey, sobre todo entre los sectores que se habían afianzado en el
servicio estatal.
Napoleón sale de Elba. |
Esa antipatía hacia el rey y los aristócratas se extendió como la
pólvora y llegó a oídos de Napoleón en Elba. El corso advirtió enseguida que su
oportunidad había llegado más deprisa de lo que había pensado y comenzó a
preparar su regreso. Así, cuando desembarcó en el sur de Francia, los que tan
sólo un año antes le habían maldecido por sumir al país en una serie de guerras
interminables, ahora se sumaban a su causa y le recibían con alegría, sobre
todo pensando en sus propios empleos. Sin embargo, como no podía ser de otra
manera, la vuelta de Napoleón significó la vuelta a la guerra. Alarmadas por su
regreso, las potencias europeas volvieron a reunir sus ejércitos, esta vez con
el objetivo de aplastar definitivamente a su enemigo.
Habían empezado los llamados “Cien días”, el tiempo que transcurrió entre el regreso de
Napoleón y su derrota definitiva en la batalla de Waterloo. Fue el
capítulo final de una aventura que sumió a Europa en una situación de guerras
continuas durante toda una generación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario