El reloj sigue parado a la hora del tratado. |
El 11 de diciembre de
1813, a las 00.05 horas, finalizó la Guerra de la Independencia de España
contra Napoleón Bonaparte. Más de medio millón de civiles y soldados españoles
y franceses habían muerto en los cinco años y medio que duró el conflicto que
comenzó con el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Al final Napoleón
reconocía definitivamente a Fernando VII como rey de España, y se comprometía a
retirar a sus tropas de los territorios que todavía mantenía ocupados en la
Península Ibérica, fundamentalmente en Cataluña y el norte de Aragón. Asediado
por sus enemigos y derrotado en el campo de batalla, el emperador francés tiraba
la toalla en España.
El vencedor fue
Fernando VII que había conseguido su objetivo: ser rey de España. Para ello tuvo
que esperar un lustro sometido a un cautiverio que no fue precisamente un
suplicio. Mientras sus súbditos españoles luchaban y morían invocando su nombre
en la lucha contra los franceses y España era arrasada en una cruel guerra de
guerrillas con sus represalias atroces, Fernando VII vivía rodeado de lujos y
atenciones en Valençay. Incluso sus relaciones con los guardianes franceses fue
más que cordial, incluso bastante amistosa.
Un palacio de lujo
Fernando
VII y gran parte de la familia real española, entre ellos su tío Antonio y las
infantas e infantes vivieron gran parte de la guerra en Valençay, un antiguo
château renacentista que se había adaptado como lujoso palacio después de que
fuera adquirido por el ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón, Charles Maurice de Talleyrand. El objetivo
de esta compra era disponer de un lugar privilegiado donde realizar recepciones
diplomáticas y acoger a los invitados de Estado del emperador francés. En 1808
se convirtió en la “cárcel” de la familia real española, antiguos aliados de
Francia.
El anfitrión. |
El palacio de Valençay era una verdadera jaula de oro. Con habitaciones
espaciosas y ricamente decoradas en las que no faltaba de nada. Estaba rodeado
de amplios jardines y un frondoso bosque en el que pasear. Una tapia rodeaba el
recinto y hacía innecesario que los españoles cautivos tuvieran que ser
vigilados de cerca para evitar su huida. Pero tampoco era probable. La vida de Fernando
y de su familia en el palacio se caracterizaba por el placer. Napoleón le había
dado instrucciones a Talleyrand de que no les faltase de nada. Y así fue.
Fiestas, bailes y recepciones eran la regla. Tal era el gusto de los
prisioneros por el ocio que incluso se creó una “taberna española” en una
antigua cantera abandonada donde se continuaban las juergas después de los
bailes que se celebraban en un claro del bosque, muy propicio para los
escarceos amorosos de los príncipes españoles bajo la protección de la sombra de
los árboles.
Jardines del palacio. |
La taberna española. |
Pista de baile en el claro del bosque. |
Cuando no estaban de fiesta, los Borbones cautivos pasaban el tiempo
cazando o aprendiendo a tocar instrumentos. El tío Antonio al parecer se
entusiasmó tanto con la caza que se dedicó a construir decenas de trampas para
lobos que, sin embargo, resultaron no ser aptas y acabaron colgadas en las
paredes como decoración. El mismo tío Antonio acabó por destaparse como un “manitas”
y fabricó biombos y demás muebles que fueron utilizados en el mobiliario de
palacio. Las infantas cautivas, a su vez, mataban el tiempo bordando y con
clases de música. El contraste no podía ser mayor con el sufrimiento que en ese
momento estaba pasando el pueblo español y las crueldades de una guerra que se
estaba librando para sacar a la familia real de su cautiverio.
Interior lujoso del palacio. |
Una guerra en el nombre de
la familia real
Retrato de Fernando VII en Valençay |
Precisamente la Guerra
de Independencia empezó cuando el 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se
rebeló cuando los soldados franceses se llevaban del Palacio Real de Madrid a
los últimos infantes Borbones con rumbo al sur de Francia, a Bayona, en la
frontera con España. Allí, mientras los españoles se enfrentaban a las
bayonetas francesas para defender a su familia real, Fernando VII y su padre
Carlos IV -que llevaban meses
enfrentados desde que en marzo de 1808 Fernando tratara de hacerse con el poder
en el llamado “motín de Aranjuez”- renunciaron voluntariamente a sus derechos
al trono para cedérselos al hermano de Napoleón, que reinaría en España con el
nombre de José I.
Cinco años después eso
era historia. La dominación francesa había acabado y Fernando VII había ganado.
Pronto volvería a España a tomar posesión de su trono. Pero en esos cinco años las
cosas habían cambiado. Muchos de los resistentes a los franceses no aceptaban
el poder absoluto del rey, ya que no estaban sacrificando sus vidas para que
les mandase un tirano. En 1812 se había promulgado la Constitución de Cádiz,
una ley suprema que ponía límites al poder real y que emanada de la “soberanía
nacional”, un concepto liberal que Fernando VII no entendía ni quería entender.
Él era rey por “voluntad de Dios” y no de sus súbditos. No aceptaba ningún
límite a su poder, ni siquiera por parte de los que habían dado su vida por él.
Así pues, cuando volvió a España, Fernando reprimió duramente y mandó ejecutar
a los principales luchadores guerrilleros que habían luchado contra los
franceses para liberarlo de su cautiverio.
Un cautiverio que, por
otra parte, había dejado un dulce recuerdo en la mente del rey. En 1815, un año
después de su regreso, Fernando VII creó un nuevo regimiento de infantería del
ejército español, al que le daría el nombre de “Valençay”.
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