El
7 de diciembre de 1970 el canciller de Alemania Federal, el socialdemócrata
Willy Brandt, se arrodilló en Varsovia ante el monumento en memoria a las
víctimas del infame gueto durante la Segunda Guerra Mundial. Fue un gesto de un
simbolismo intenso y toda una declaración de intenciones: Alemania pedía perdón
por los crímenes cometidos en su nombre durante la guerra, pero también se
abría una ventana en el hasta entonces impenetrable ‘Telón de acero’ que, con los
años, acabaría por romperse.
Era diciembre y hacía
mal tiempo. El suelo del monumento a los héroes del gueto de Varsovia estaba
húmedo. Las personas que formaban la comitiva iban todas abrigadas con
chaquetas y abrigos para protegerse del inminente invierno polaco. Una de esas
personas era el canciller de la República Federal de Alemania, Willy Brandt. Estaba
acompañado por decenas de periodistas y miembros del gobierno polaco y asesores
de su oficina. Era todo un acontecimiento que el principal representante
político de Alemania occidental visitase Polonia y en concreto el lugar donde
estuvo el infame gueto en el que los nazis habían hacinado primero y asesinado
después a miles de judíos entre 1940 y 1943.
Vestido con una sobria
gabardina negra, Brandt se fue acercando lentamente a las escaleras del
monumento precedido por una corona de flores. De pronto, con el rostro serio y
la mirada caída, se arrodilló delante de todos. Era un gesto para la historia,
absolutamente consciente y premeditado –aunque él lo negara después-, con un
mensaje claro: Alemania pide perdón por sus crímenes. Pero también un anuncio:
Alemania ha cambiado, ya no es el país agresor y criminal como el de tan sólo
una generación antes. Esta genuflexión significaba el fin de una era y el
comienzo de un nuevo tiempo.
Un luchador contra el
fascismo
Willy Brandt en
realidad se llamaba Herbert Frahm. Era socialista y durante el nazismo huyó de
Alemania para no ser detenido. Luchó contra los nazis hasta que fueron
derrotados en 1945. Entonces decidió volver a Alemania y ayudar en la
reconstrucción física y moral de su patria. Lo hizo desde el partido
socialdemócrata, el SPD, del que acabaría por convertirse en líder y símbolo.
El lugar que escogió para hacerlo fue Berlín, la ciudad alemana y probablemente
de toda Europa cargada de más simbolismo y en el ojo del huracán de la nueva
guerra que sucedió a la lucha contra el fascismo, la guerra fría, que dividió
Alemania y el mundo en dos campos ideológicos enfrentados y aparentemente
irreconciliables.
Brandt vivió la
construcción del muro en 1961 siendo el alcalde de la parte occidental de la
ciudad, una experiencia que marcaría su carrera política. A diferencia de otros
políticos alemanes que entonces querían responder a la división impuesta por la
guerra fría con mayor división, Brandt reconoció inmediatamente la necesidad de
normalizar cuanto antes las relaciones entre este y oeste. Sabía que familias y
amigos habían sido separados por las nuevas fronteras y conocía el dolor y la
impotencia del ciudadano común ante esta separación forzada. Aprendió que para
acercarlos de nuevo no valdría la fuerza ni las amenazas. Brandt reconoció que
era necesaria la diplomacia y la puso en práctica desde su humilde posición de
alcalde cuando negoció en 1963 el paso provisional de los berlineses
occidentales al este para poder visitar a sus familiares y amigos por navidad.
Así nació la que sería conocida como ‘Ostpolitk’, su mayor legado.
Dos Alemanias enfrentadas
Pero Brandt no lo tenía
fácil. Las dos Alemanias nacidas de la guerra fría en 1949, la capitalista RFA
y la comunista RDA, vivían de espaldas la una de la otra. No existía
comunicación entre ambos estados a excepción del odio y la desconfianza. Ambas
Alemanias se consideraban la única y legítima representante del pueblo alemán y
negaban la legitimidad de la otra parte. En la Alemania comunista se calificaba
a la RFA como un “títere de los imperialistas y militaristas” y como la
continuidad del estado nazi que los comunistas querían superar.
Por su parte, en la
Alemania occidental gobernada desde su fundación por los conservadores de la
CDU de Konrad Adenauer, la RDA era considerada un títere de la URSS y como una
dictadura ilegítima de carácter extranjero impuesta por los rusos que la
mantenían ocupada. De hecho en la RFA nunca se utilizaba el nombre oficial de
la RDA, sino que se referían a ella despectivamente como “la zona” en
referencia a que era la antigua zona de ocupación soviética de Alemania.
Ambas partes no se
reconocían. La RFA incluso tenía una doctrina diplomática, la doctrina Hallstein, por la que se consideraba incompatible mantener relaciones
diplomáticas con aquellos países que reconocieran a la RDA. Por un lado, esto
condenaba al aislamiento a Alemania oriental por parte de todo el bloque
occidental, y por el otro, mantenía a la RFA sin representación diplomática en
el bloque del este. Obsesionada por conseguir legitimidad y reconocimiento
dentro del bloque occidental, la RFA conscientemente no tenía voz ni presencia
en el este de Europa aunque estaba sufriendo directamente las consecuencias de
la guerra fría.
De hecho, en la RFA
vivían miles de antiguos refugiados de las antiguas provincias orientales
alemanas al este de la línea Oder-Neisse. Silesia, Pomerania y Prusia Oriental pertenecían desde 1945 a
Polonia y los refugiados mantenían la vaga esperanza de recuperar algún día sus hogares
perdidos. Esos refugiados y sus descendientes eran uno de los pilares
fundamentales de apoyo al gobierno de Adenauer y una de las razones por las que
la RFA no reconocía la realidad de la nueva Europa oriental.
Pero Willy Brandt acabó
con eso. Entre 1966 y 1969 el SPD y la CDU protagonizaron la primera gran
coalición de gobierno entre los dos grandes partidos alemanes. Brandt, que ya
era el líder del SPD y su candidato, fue el ministro de asuntos exteriores de
la coalición, puesto desde el que comenzó a aflojar la hasta entonces
asfixiante doctrina Hallstein. Pero no fue hasta 1969, cuando Brandt ganó las
elecciones y fue nombrado canciller, que tendría libertad de movimientos.
Esquema de la Ostpolitik de Brandt. |
“Willy, Willy”
Inauguró su nueva
política con un viaje a la RDA en marzo de 1970, cuando entre ambas Alemanias
se levantaba una frontera impenetrable y un foso político e ideológico que
hacía mucho más sencillo viajar desde Berlín a Moscú que a la mucho más cercana
Hamburgo, por ejemplo. Con esta visita se rompía por primera vez en 25 años la
incomunicación interalemana. Miles de ciudadanos del este le recibieron en
Erfurt al grito entusiasmado de “Willy, Willy”. Su popularidad en la Alemania
del este se disparó. En la RFA, en cambio, esta visita dividió al país. Había
muchos que no querían negociar con los comunistas, aunque ello mantuviera a
familias separadas y al país dividido.
Brandt aclamado en Erfurt. |
Más allá del
simbolismo, esta visita a la RDA no tuvo consecuencias prácticas ya que Berlín
oriental carecía de soberanía para poder tomar decisiones importantes por su
cuenta, y las relaciones con la RFA eran importantes. Para conseguir resultados
había que acudir al protector de Alemania oriental, a Moscú. El momento era
propicio. El mundo estaba en plena etapa de deshielo de la guerra fría después
de que en 1963 los EEUU y la URSS hubieran estado a punto de comenzar una
guerra nuclear por Cuba. Ambos bloques se estaban acercando e incluso se estaba
negociando cierto grado de desarme nuclear.
Brandt llegó a Moscú en
agosto de 1970 dispuesto a romper con todo el dogma de su predecesor Adenauer y
firmó un tratado histórico con los soviéticos por el que se comprometía a que
Alemania no volvería a desencadenar una guerra de invasión contra la URSS como
la de 1941, y además reconocía las fronteras de Polonia y la RDA. Es decir,
Brandt acababa con el sueño y la ficción de los miles de refugiados prusianos y
silesios que seguían exigiendo recuperar los antiguos territorios y volver a
sus ciudades y pueblos que ya llevaban 25 años llevando un nombre polaco. Éstos
se sintieron estafados y su reacción fue muy violenta. La sociedad alemana
occidental estaba dividida entre los que aplaudían el coraje de su canciller y
los que le consideraban un traidor. Pero Brandt explicó que no había hecho otra
cosa que reconocer una realidad. “No hemos perdido otra cosa que no hayamos
perdido ya en 1945 como consecuencia de un régimen criminal y asesino”,
explicó.
Ganarse la confianza
Brandt en Moscú. |
Después de Moscú, Brandt
voló a Varsovia en diciembre de 1970 donde protagonizó la histórica genuflexión
pidiendo perdón en nombre de todos los alemanes, y firmó otro tratado que
reconocía las fronteras polacas confirmando el acuerdo de Moscú. El mensaje al
bloque del este era claro y conciliador: no tenéis nada que temer de Alemania. Fue
todo un éxito, ya que desmontó gran parte de la desconfianza que la URSS había
estado sintiendo hacia el gobierno de la RFA hasta entonces. Brandt consiguió
romper el hielo y ganarse la confianza de las partes.
El resto de los
acontecimientos fueron consecuencia de este nuevo estado de ánimo. En 1971 se
firmó un tratado cuartipartito entre las potencias ocupantes de Berlín (URSS,
EEUU, Reino Unido y Francia) que ponía fin a los conflictos en la ciudad
dividida y que la habían convertido en uno de los lugares más peligrosos de la guerra fría. En 1948 y en 1961 el mundo
estuvo a punto de entrar en guerra por Berlín. En 1971 las partes se habían
puesto de acuerdo y ya no hubo más conflictos en todo el tiempo que duró la
guerra fría.
Antiguos refugiados contrarios a la Ostpolitik. |
También con la RDA se
firmaron acuerdos que permitían a los ciudadanos de la RFA cruzar las fronteras
(pero no viceversa) para visitar a sus familiares. Se acordó la fórmula de “Dos
estados y una nación” para romper la parálisis diplomática sobre cuál de los
dos estados era el legítimo representante de Alemania en el mundo. La
consecuencia fue que en 1973 ambos estados entraron a formar parte a la vez de
la ONU y a cooperar diplomáticamente –aunque nunca se reconocerían formalmente.
Willy Brandt consiguió
su objetivo de acercar no sólo a las dos Alemanias, sino los dos bloques
enfrentados. Logró que se abriera una ventana en el Telón de Acero por la que
se pudiera dialogar y acercar posturas y alejar así el fantasma de una guerra
nuclear, y por ello fue reconocido con el Premio Nobel de la paz. Pero también
le provocó un enorme coste político y personal. La mitad de los alemanes
occidentales no aceptaban la Ostpolitik y su acercamiento a Europa oriental, y
Brandt fue duramente insultado y difamado. La CDU no cejó en su empeño de
tratar de torpedear este esfuerzo y en 1972 incluso presentó una moción de
censura en el parlamento que no ganó por muy poco.
Al final Willy Brandt
acabó siendo víctima de la misma guerra fría a la que combatió con tanto
esfuerzo y dificultades. En 1974 dimitió de su cargo como canciller cuando se
supo que uno de sus asesores de máxima confianza, Günther Guillaume, en
realidad era un espía de la RDA. Al final la desconfianza resultó no ser tan fácil
de vencer.
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