En
los últimos tiempos se ha despertado una verdadera ola de indignación en España
contra lo que los medios de comunicación llaman “clase política”. Uno de los
argumentos que más soliviantan a los indignados es que existan miles de cargos
públicos que cobren por ejercer su labor de representación o administrativa.
Sin embargo, esto no es nuevo. Ya en la democracia ateniense hace 2.500 años se
pagaba a los ciudadanos que ejercían su derecho y su deber de gobernarse a sí mismos.
La democracia en Atenas
tenía un enemigo: los oligarcas. Los herederos de los aristócratas que
originalmente habían ejercido el poder en la ciudad, la polis, eran contrarios al gobierno por el pueblo. Las antiguas y rancias
familias de los aristoi atenienses
nunca asumieron que tenían que compartir el poder con el resto de los
ciudadanos libres. Ese odio hacia la “chusma”, provocado por haber perdido sus
privilegios que creían eternos y por derecho divino, incluso provocó que muchos
oligarcas tomaran partido por los enemigos de Atenas en la Guerra del Peloponeso.
Esparta, la gran rival
de Atenas, era la polis que encabezaba la opción de gobierno aristocrática en
la Grecia clásica. Al igual que Atenas era la referencia del sistema de
gobierno del demos, la democracia, Esparta era el lugar de referencia de
aquellos que anhelaban un gobierno de unos pocos, de “los mejores”, como ellos
mismos se denominaban.
El proceso de pérdida
de los privilegios de los oligarcas comenzó a principios del S.VI a.C. con las
reformas de Solón, que dividió a la sociedad según su capacidad económica y ya
no por pertenecer a una estirpe a la que sólo se podía acceder por nacimiento. Esta
división reconocía diferentes derechos y obligaciones según la clase de cada
cual. Ahora un artesano o comerciante que había hecho fortuna podía compartir
poder con un oligarca tradicional. Clístenes, a finales del mismo siglo, remató
el proceso al dividir las tribus electorales por circunscripciones
territoriales que igualaba a todos los ciudadanos: el rico y su vecino pobre
votaban en la misma tribu y no separados como antes, y otorgando a todos los
ciudadanos la misma capacidad política, con los mismos derechos y deberes,
independientemente de su capacidad económica.
Un sistema de gobierno
directo
El sistema de gobierno
en Atenas era directo. Los ciudadanos libres tenían derecho a participar en la
Asamblea, la Ekklesia, que era la que tenía el poder de tomar las decisiones.
Pero también tenían el deber de participar en las instituciones cuando les
tocaba. Así, por ejemplo, existía el Consejo (Bulé), formado por 500 ciudadanos
que pertenecían a él por sorteo y de forma rotatoria, de manera que había
muchas posibilidades de formar parte del mismo. Ese consejo tenía un gran
poder, por ejemplo decidía qué temas se debatían en la Asamblea. Era un filtro
ejercido por los mismos ciudadanos para los ciudadanos.
Los cargos de la organización administrativa de la polis
y, sobre todo, del funcionamiento de la justicia también eran ejercidos por los
mismos ciudadanos. Los magistrados eran ciudadanos elegidos también por el azar
y de forma rotatoria. Atenas se gobernaba a sí mismo.
Sin embargo, el
problema era que para el ejercicio de este gobierno se necesitaba tiempo. Los
magistrados que estaban juzgando no podían trabajar al mismo tiempo. Los miembros
de la Bulé tampoco podían dedicarse a
sus oficios mientras ejercían su deber ciudadano de gobierno. Es decir, si
ejercían de ciudadanos no podían ganarse la vida. Un problema grave para aquellos
ciudadanos que no tenían riquezas y que vivían al día. ¿Cómo solucionar este
problema?
Democracia a cambio de un
sueldo
El gran líder y
personaje de referencia de la democracia ateniense, el estratego Pericles,
propuso y consiguió que se pagase a los ciudadanos en ejercicio de sus
funciones públicas para compensarles por el tiempo que no estaban dedicando a
ganarse la vida. Por supuesto que los oligarcas se opusieron y ofrecieron
resistencia. Ellos sí tenían tiempo y riquezas suficientes para dedicarse
plenamente a la política, por lo que se consideraban mejor preparados e incluso
designados para liderar a la comunidad.
La medida de Pericles no
se limitó a los cargos políticos. Incluso los remeros de la flota de guerra,
los ciudadanos más humildes llamados Thetes que no tenían ni para pagarse su
armadura en caso de guerra, recibían un sueldo mientras estuvieran en el mar
luchando por su ciudad. Estos hombres se convirtieron en los mayores y más
entusiastas defensores del sistema democrático frente a los oligarcas.
Esto tuvo como
consecuencia la creación de un gran grupo de presión a favor de la flota que influyó
decisivamente en la política ateniense del S. V. a.C. que apostó por la guerra
en el mar y por un imperio marítimo (la Liga de Delos) frente al inmenso poder
terrestre de los hoplitas espartanos. Las formas de hacer la guerra eran un
reflejo de los sistemas políticos enfrentados: la flota democrática de los
humildes sufragados por el Estado frente a un ejército de hoplitas que defendía
la oligarquía.
En resumen, la
democracia en Atenas funcionó porque el Estado compensaba el tiempo dedicado en
la participación de sus ciudadanos, permitiendo así que todos,
independientemente de su nivel económico y social, pudieran participar en el
gobierno, y no sólo aquellos que por su riqueza no necesitaban trabajar y que
se sentían “mejores” y designados para ello.
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