Vistas desde la posición franquista. |
Sobre
una montaña abrupta y rocosa de la estribación de la Sierra Oeste de Madrid, escondido en su
ladera, los restos de hormigón de un campamento militar siguen al acecho desde la
Guerra Civil. Centenares de soldados vivieron, durmieron, comieron y dispararon
allí contra sus enemigos. Defendían un puesto de observación privilegiado desde
el cual se divisaba todo el combate que se desarrollaba a sus pies. Eran los
ojos de Franco sobre el campo de la Batalla de Brunete.
Entre los días 6 y 25 de
julio de 1937 se luchó encarnizadamente por el campo alrededor del pequeño
pueblo madrileño de Brunete. La resistencia fanática de ambos bandos convirtió
la lucha en una carnicería. Los soldados tuvieron que soportar un intenso calor
y una sed espantosa que, junto al miedo y las balas y obuses disparados sin descanso
y en todas direcciones, convirtieron ese lugar en lo más parecido a un
infierno.
La Batalla de Brunete
comenzó como un intento por parte de la República de conseguir una victoria
sobre Franco. Madrid estaba siendo asediada desde noviembre de 1936 y los
soldados franquistas se habían instalado definitivamente en la Ciudad
Universitaria y la Casa de Campo, literalmente a un tiro de cañón del centro de
la capital. El objetivo republicano era rodear a estos soldados enemigos por la
espalda y obligarles a rendirse o retirarse. Por otro lado, desde un punto de
vista estratégico, se quería obligar a Franco a cancelar su ofensiva en
Cantabria retirando soldados hacia Madrid.
Para ello el plan
republicano preveía lanzarse al ataque desde el oeste de Madrid, desde la zona
entre Valdemorillo y Majadahonda, hacia el sureste, hacia Villaviciosa de Odón,
pasando por Villanueva de la Cañada, Quijorna y Brunete. Para ello contarían
con las mejores tropas del Ejército Popular, los mismos soldados que ya resistieron
en Madrid, el Jarama y en Guadalajara.
La ofensiva comenzó
bien para los republicanos cogiendo por sorpresa a sus enemigos, pero pronto pagaron
su falta de profesionalidad. Eran buenos defensores, pero les faltaba
experiencia en el ataque. En vez de aprovechar la ventaja de la sorpresa y
rodear los obstáculos hasta el objetivo final, los soldados republicanos se
entretuvieron en combatir la resistencia de los franquistas en los pueblos que
iban siendo atacados. Tardaron un tiempo precioso en derrotar a los falangistas
sevillanos que resistieron en Villanueva de la Cañada, Quijorna y Brunete,
tanto que las mejores tropas franquistas tuvieron tiempo de llegar al campo de
batalla desde el frente del Cantábrico y frenar la ofensiva republicana. Al
menos consiguieron frenar el ataque de Franco contra Santander, aunque sólo por
un tiempo.
Heridos republicanos en la batalla. |
La ofensiva republicana
se detuvo y se convirtió en una lucha defensiva contra el contraataque
franquista. Las bombas caían por doquier, la aviación franquista, la temible
Legión Cóndor alemana, ametrallaba el campo a placer. Las balas perdidas hacían
mortalmente peligroso mantenerse erguido en el campo de batalla, y la sed y el
calor del mes de julio multiplicaron las bajas por ambas partes. Al final de la
batalla, el 25 de julio, los republicanos sólo se quedarían con dos kilómetros
de todo su avance. Para ello habían perdido 20.000 soldados y los franquistas
unos 17.000 entre muertos y heridos. Una tragedia que no siempre se debía a los
disparos enemigos. La fotógrafa Gerda Taro, la pareja de Robert Capa, murió el último
día de la batalla, …. arrollada por un tanque republicano de su propio bando
por un accidente.
Restos en las alturas
Mientras la batalla se
iba desarrollando sin cuartel en la llanura, el puesto de observación franquista
cerca de Navalagamella jugó un papel importantísimo en el desarrollo de la
batalla. En lo alto de una cota de la estribación de la sierra madrileña, protegido
por el Río Perales, resistió el ataque republicano de los soldados de “El
Campesino” y dirigió el fuego contra sus enemigos. No se le escapaba ningún
detalle. Todos los movimientos republicanos eran observados y registrados desde
lo alto. Cada ataque, cada plan era descubierto. Los ojos de Franco en el campo
de batalla jugaron un papel muy importante en el fracaso republicano.
Vistas desde el puesto de observación franquista. |
Los franquistas sabían
que debían su ventaja a esta posición. A casi cuatro kilómetros al sur de
Navalagamella, resguardado en la ladera y protegido por la vegetación, construyeron
un campamento sólido y resistente hecho de hormigón, a pesar del inmenso
esfuerzo que supondría llevar hasta allí el material de construcción a través
de un terreno sumamente abrupto. Pero las molestias por fortificar esta
posición clave les merecieron la pena. Nunca fue conquistada.
Capilla. |
Aún hoy, 76 años
después y debido a la solidez de la construcción y a la soledad del entorno,
este campamento continúa en pie. Solamente los tejados de los barracones
derruidos, la vegetación salvaje y las trincheras colmatadas por el tiempo
señalan que hace ya mucho tiempo que nadie ha acampado allí. Sin embargo, siguen
en pie los muros de hormigón de lo que fueron los dormitorios, la cocina, los
almacenes e incluso la letrina. También están visibles los restos abovedados de
lo que sería una capilla. Una placa con el yugo y las flechas y una inscripción
de homenaje a José Antonio Primo de Rivera -fundador y líder de Falange hasta
su muerte en 1936- sobrevivió hasta hace muy poco, según consta en fotografías
recientes. Hoy está hecha añicos.
En esta posición se
atrincheraron y observaron todos los movimientos enemigos. Los soldados de
Franco estuvieron allí hasta el final de la guerra. Cuando ganaron, bajaron de lo
alto para no subir más. Hoy, sólo los restos de piedra y hormigón recuerdan que
hace 76 años los ojos de Franco estuvieron allí, observándolo todo.
Posible puesto de mando o almacén. |
Barracones de hormigón. |
Posible letrina. |
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