En
el Alto del león, el puerto de montaña que une las provincias de Madrid y
Segovia, un cerro domina el camino. Sobre ese cerro, confundidos con el paisaje
rocoso, se erige un grupo de fortines que, impertérritos desde hace unos 75
años, vigilan el paso por la carretera. Son los vigilantes del Alto del León,
sus centinelas de hormigón.
El Alto del León es un
lugar estratégico. A poco menos de 60 kilómetros de Madrid y a 1.509 metros de
altitud, es uno de los pocos puertos de montaña franqueable por un tráfico
pesado en la sierra madrileña. Es por ello una de las pocas rutas directas que
une Madrid con la antigua Castilla la Vieja. Segovia, Ávila y Valladolid están
a un tiro de piedra de la capital si no fuera por la impresionante barrera
física que se erige en medio del camino. Una barrera que en tiempos de paz se
franquea sin problemas, pero no así en la guerra.
Durante la Guerra Civil
este puerto fue uno de los principales objetivos militares nada más estallar el
conflicto el 18 de julio de 1936. Los sublevados necesitaban controlarlo para
poder pasar por allí las columnas militares provenientes de la Castilla
occidental con destino a Madrid, y los militares fieles a la República sabían
que tenían que tapar ese acceso en el último obstáculo antes de llegar a la
capital.
Las primeras horas de
la guerra en el Alto del León fueron un reflejo de lo que estaba ocurriendo en
toda España: confusión, violencia y muy pocas fuerzas y muy desorganizadas. Los
primeros en llegar no fueron militares. Guardias civiles y falangistas por un
lado y milicianos por el otro se intercambiaron los primeros disparos. Eran muy
pocos, docenas. Las verdaderas batallas no empezarían hasta unos pocos días
después.
La lucha por el puerto
Una vez vencida la sublevación en Madrid y consolidado su éxito en Valladolid y Segovia comenzó la
verdadera carrera. Los primeros en llegar fueron los milicianos madrileños.
Grupos de obreros recién armados por un Gobierno hundido en el caos que,
organizados por sindicatos y partidos de izquierda, se formaron en agrupaciones
y marcharon a la sierra al mando de oficiales fieles a la República.
Pero no tenían
disciplina ni entrenamiento militar, no sabían nada de táctica ni de las mínimas
normas de la batalla. Atacaban a pecho descubierto y malgastaban munición. Pero
lo más grave, no obedecían a sus oficiales de los que desconfiaban. Muchos
acabaron en la cuneta con un tiro sospechosos de querer pasarse al otro bando.
Y muchos lo hicieron.
Trincheras. |
Fueron estos milicianos
los primeros en llegar al Alto del León en los últimos días de julio de 1936.
Llegaron de día, se relajaron, y por la tarde volvieron a Madrid a dormir a sus
casas. Habían perdido una oportunidad de oro.
En el otro bando había
militares, muchos huidos de Madrid que se pasaron al bando rebelde, y otros
provenientes de Valladolid, Segovia y Ávila. Y muchos falangistas. Éstos
contaban con una formación paramilitar y eran disciplinados. Tomaron el Alto
del León y se atrincheraron allí. Al volver los milicianos comenzó una
verdadera masacre.
Atacaban por oleadas, a
pecho descubierto, haciendo caso omiso de las órdenes y consejos de los
oficiales profesionales que les acompañaban. Era una cuestión de honor. Muchos
cayeron y todos aprendieron a combatir. Entre ellos, algunos nombres que se
harían famosos en el Ejército Popular de la República: Líster, Modesto o Tagüeña.
Allí se fogueó el 5º Regimiento, embrión del futuro ejército republicano, que
aprendió lo que es la guerra moderna donde no sólo el valor gana batallas.
Refugio o almacén. |
En el verano de 1936 la
lucha por el Alto del León fue muy intensa. Oleada tras oleada de milicianos se
estrellaba ante las muy bien defendidas posiciones de los sublevados. Durante
semanas, día tras día. La cercanía de Madrid convertía esta lucha en un
pasatiempos exótico, en algo raro para muchos madrileños que conocían de sobra
esta parte de la sierra de sus excursiones dominicales. De hecho, muchos
milicianos luchaban de día y volvían a sus casas de Madrid para dormir. Esto
duró así hasta septiembre, el mes en el que la República estuvo a punto de
perder la guerra.
El 3 de septiembre de
1936 los rebeldes tomaron Talavera de la Reina, en la Carretera de Extremadura.
Un potentísimo ejército profesional procedente del Protectorado del norte de
África y mandado por el general Francisco Franco se aproximaba a Madrid desde
el oeste. Los milicianos huían ante la profesionalidad de regulares y
legionarios. El camino a Madrid estaba abierto y el Alto del León dejó de ser
importante. La guerra en esa parte de la sierra pasó a ser defensiva.
Comienza la fortificación
Una vez libres de tener
que repeler los ataques casi diarios, los sublevados aprovecharon el tiempo
para construir una serie de fortificaciones para afianzar su defensa. Para ello
eligieron el cerro de la Sevillana, de 1.557 metros de altitud y adyacente al
Alto del León. Desde su altura se domina el puerto y la carretera de la Coruña,
por lo que era una posición estratégica. Para tomar el puerto había que
conquistar el cerro.
Las fortificaciones
fueron construidas de tal manera que constituían una posición llamada ‘en erizo’,
es decir, con fortines y trincheras que cubren todos los flancos para defenderse
de un posible rodeo del enemigo. Aún hoy, tres generaciones después del
conflicto, se puede apreciar perfectamente el estado excelente de estas fortificaciones.
Puestos de observación,
trincheras excavadas en la roca, búnkeres con nidos de ametralladoras e infinidad
de pozos de tirador y refugios de hormigón en forma de catenaria continúan
aguantando la posición. 75 años después parece que sus ocupantes los
abandonaron hace tan sólo unos pocos días.
Desde allí podían ver
Madrid si el día era claro. Su objetivo, tan cerca pero tan lejos. Muchos de
los soldados y falangistas tenían familia en la capital, la misma que día a día
sufría el duro castigo de la aviación de Franco. Seguramente podían ver las
columnas de humo que se elevaban de la ciudad tras un ataque. ¿Qué sentirían
estos soldados?
La guerra se fue
desplazando a otros escenarios y el Alto del León perdió la importancia que
tuvo al principio del conflicto. No hubo más ataques. Sólo la vida aburrida de
una guerra de trincheras. Rutina, suciedad, soledad, frío, calor y peligro, ya
que la percepción de seguridad hace que se pierda la precaución, lo que
convertía a los incautos en carne para los francotiradores.
Los meses y los años
fueron pasando. Al final, en marzo de 1939, los republicanos se retiraron.
Habían perdido la guerra. Los soldados y falangistas del Alto del León dejaron
sus fortificaciones y marcharon a Madrid, la misma que habían estado observando
día tras día desde lo alto durante meses. Estos soldados y falangistas pasaron
a la mística del franquismo que les premió cambiando el nombre del puerto de
montaña que tanto tiempo defendieron: Pasó a llamarse el Alto de los Leones de
Castilla.
Hoy la solitaria figura
del león que preside el puerto y que fue erigida allí en tiempos del rey Fernando
VI, a mediados del S. XVIII, continúa observando a los millares de vehículos
que pasan a su lado a diario. Muy cerca de allí, en el Cerro de la Sevillana y
camuflados entre las rocas, otros muchos centinelas siguen vigilando el puerto.
Son los fortines de la Guerra Civil.
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