14/10/12

LOS CENTINELAS DEL ALTO DEL LEÓN


En el Alto del león, el puerto de montaña que une las provincias de Madrid y Segovia, un cerro domina el camino. Sobre ese cerro, confundidos con el paisaje rocoso, se erige un grupo de fortines que, impertérritos desde hace unos 75 años, vigilan el paso por la carretera. Son los vigilantes del Alto del León, sus centinelas de hormigón.


El Alto del León es un lugar estratégico. A poco menos de 60 kilómetros de Madrid y a 1.509 metros de altitud, es uno de los pocos puertos de montaña franqueable por un tráfico pesado en la sierra madrileña. Es por ello una de las pocas rutas directas que une Madrid con la antigua Castilla la Vieja. Segovia, Ávila y Valladolid están a un tiro de piedra de la capital si no fuera por la impresionante barrera física que se erige en medio del camino. Una barrera que en tiempos de paz se franquea sin problemas, pero no así en la guerra.


Durante la Guerra Civil este puerto fue uno de los principales objetivos militares nada más estallar el conflicto el 18 de julio de 1936. Los sublevados necesitaban controlarlo para poder pasar por allí las columnas militares provenientes de la Castilla occidental con destino a Madrid, y los militares fieles a la República sabían que tenían que tapar ese acceso en el último obstáculo antes de llegar a la capital.


Las primeras horas de la guerra en el Alto del León fueron un reflejo de lo que estaba ocurriendo en toda España: confusión, violencia y muy pocas fuerzas y muy desorganizadas. Los primeros en llegar no fueron militares. Guardias civiles y falangistas por un lado y milicianos por el otro se intercambiaron los primeros disparos. Eran muy pocos, docenas. Las verdaderas batallas no empezarían hasta unos pocos días después.


La lucha por el puerto

Una vez vencida la sublevación en Madrid y consolidado su éxito en Valladolid y Segovia comenzó la verdadera carrera. Los primeros en llegar fueron los milicianos madrileños. Grupos de obreros recién armados por un Gobierno hundido en el caos que, organizados por sindicatos y partidos de izquierda, se formaron en agrupaciones y marcharon a la sierra al mando de oficiales fieles a la República.


Pero no tenían disciplina ni entrenamiento militar, no sabían nada de táctica ni de las mínimas normas de la batalla. Atacaban a pecho descubierto y malgastaban munición. Pero lo más grave, no obedecían a sus oficiales de los que desconfiaban. Muchos acabaron en la cuneta con un tiro sospechosos de querer pasarse al otro bando. Y muchos lo hicieron.
Trincheras.
 
Fueron estos milicianos los primeros en llegar al Alto del León en los últimos días de julio de 1936. Llegaron de día, se relajaron, y por la tarde volvieron a Madrid a dormir a sus casas. Habían perdido una oportunidad de oro.

 
En el otro bando había militares, muchos huidos de Madrid que se pasaron al bando rebelde, y otros provenientes de Valladolid, Segovia y Ávila. Y muchos falangistas. Éstos contaban con una formación paramilitar y eran disciplinados. Tomaron el Alto del León y se atrincheraron allí. Al volver los milicianos comenzó una verdadera masacre.

 
Atacaban por oleadas, a pecho descubierto, haciendo caso omiso de las órdenes y consejos de los oficiales profesionales que les acompañaban. Era una cuestión de honor. Muchos cayeron y todos aprendieron a combatir. Entre ellos, algunos nombres que se harían famosos en el Ejército Popular de la República: Líster, Modesto o Tagüeña. Allí se fogueó el 5º Regimiento, embrión del futuro ejército republicano, que aprendió lo que es la guerra moderna donde no sólo el valor gana batallas.


Refugio o almacén.
En el verano de 1936 la lucha por el Alto del León fue muy intensa. Oleada tras oleada de milicianos se estrellaba ante las muy bien defendidas posiciones de los sublevados. Durante semanas, día tras día. La cercanía de Madrid convertía esta lucha en un pasatiempos exótico, en algo raro para muchos madrileños que conocían de sobra esta parte de la sierra de sus excursiones dominicales. De hecho, muchos milicianos luchaban de día y volvían a sus casas de Madrid para dormir. Esto duró así hasta septiembre, el mes en el que la República estuvo a punto de perder la guerra.


El 3 de septiembre de 1936 los rebeldes tomaron Talavera de la Reina, en la Carretera de Extremadura. Un potentísimo ejército profesional procedente del Protectorado del norte de África y mandado por el general Francisco Franco se aproximaba a Madrid desde el oeste. Los milicianos huían ante la profesionalidad de regulares y legionarios. El camino a Madrid estaba abierto y el Alto del León dejó de ser importante. La guerra en esa parte de la sierra pasó a ser defensiva.


Comienza la fortificación

Una vez libres de tener que repeler los ataques casi diarios, los sublevados aprovecharon el tiempo para construir una serie de fortificaciones para afianzar su defensa. Para ello eligieron el cerro de la Sevillana, de 1.557 metros de altitud y adyacente al Alto del León. Desde su altura se domina el puerto y la carretera de la Coruña, por lo que era una posición estratégica. Para tomar el puerto había que conquistar el cerro.


Las fortificaciones fueron construidas de tal manera que constituían una posición llamada ‘en erizo’, es decir, con fortines y trincheras que cubren todos los flancos para defenderse de un posible rodeo del enemigo. Aún hoy, tres generaciones después del conflicto, se puede apreciar perfectamente el estado excelente de estas fortificaciones.


Puestos de observación, trincheras excavadas en la roca, búnkeres con nidos de ametralladoras e infinidad de pozos de tirador y refugios de hormigón en forma de catenaria continúan aguantando la posición. 75 años después parece que sus ocupantes los abandonaron hace tan sólo unos pocos días.


Desde allí podían ver Madrid si el día era claro. Su objetivo, tan cerca pero tan lejos. Muchos de los soldados y falangistas tenían familia en la capital, la misma que día a día sufría el duro castigo de la aviación de Franco. Seguramente podían ver las columnas de humo que se elevaban de la ciudad tras un ataque. ¿Qué sentirían estos soldados?


La guerra se fue desplazando a otros escenarios y el Alto del León perdió la importancia que tuvo al principio del conflicto. No hubo más ataques. Sólo la vida aburrida de una guerra de trincheras. Rutina, suciedad, soledad, frío, calor y peligro, ya que la percepción de seguridad hace que se pierda la precaución, lo que convertía a los incautos en carne para los francotiradores.


Los meses y los años fueron pasando. Al final, en marzo de 1939, los republicanos se retiraron. Habían perdido la guerra. Los soldados y falangistas del Alto del León dejaron sus fortificaciones y marcharon a Madrid, la misma que habían estado observando día tras día desde lo alto durante meses. Estos soldados y falangistas pasaron a la mística del franquismo que les premió cambiando el nombre del puerto de montaña que tanto tiempo defendieron: Pasó a llamarse el Alto de los Leones de Castilla.


Hoy la solitaria figura del león que preside el puerto y que fue erigida allí en tiempos del rey Fernando VI, a mediados del S. XVIII, continúa observando a los millares de vehículos que pasan a su lado a diario. Muy cerca de allí, en el Cerro de la Sevillana y camuflados entre las rocas, otros muchos centinelas siguen vigilando el puerto. Son los fortines de la Guerra Civil.

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