En
1939 Salvador Dalí pintó la obra “El enigma de Hitler”, un cuadro que le valió
su expulsión del movimiento surrealista y que trataba de plasmar la angustia y
lo impredecible de los acontecimientos que se estaban sucediendo en Europa. En
ese momento todavía había muchos que se negaban a comprender que el mundo se
dirigía hacia el desastre solamente veinte años después del fin de la Primera
Guerra Mundial. Visto en retrospectiva, el enigma de Hitler no lo fue tanto.
La obra de Dalí transmite
angustia, pesimismo, miedo. Algo malo va a ocurrir. Una tormenta se avecina
desde el mar y un perrillo solitario en la playa observa cómo se acerca. Nadie
hace nada, no se toman preparativos ante el temporal que es inevitable, más
bien hay resignación, tristeza.
Un gran plato vacío
llena la mitad del cuadro. Dentro de él unas pocas judías, ¿preludio de la
escasez y del hambre que se avecina? No habrá nada que comer. Espera el
sufrimiento y la guerra. No hay alternativa.
Encima del plato, un
enorme teléfono negro ocupa la centralidad de la obra, es el protagonista. Es
un teléfono extraño. En un extremo una gran lágrima sale del auricular mientras
en su extremo se ha convertido en una pinza de cangrejo. El teléfono yace
inútil, con el cable cortado, sobre una rama de olivo seca, muerta. Representa
la esperanza de paz frustrada, arrancada de raíz. Una paz que se pretendía
mantener a través de unas conversaciones que se tornaron en inútiles, en una
quimera.
"El enigma de Hitler" de Salvador Dalí, Centro de Arte Reina Sofía. |
Todo el mundo quería la
paz, pero ésta se volvió imposible porque una persona no quiso. Nadie contaba
con la fuerza de su voluntad. Una voluntad que quería imponer su ley al mundo
entero, una ley que sancionaría una dinámica de amos y esclavos por criterios
raciales. En su mente ya había un plan que se estaba cumpliendo, un plan que
para el resto seguía siendo un enigma. Esa persona era Hitler y la guerra era
su deseo. Dalí le pintó en el plato. No habrá judías, pero sí una imagen del dictador.
1938, el año del principio del fin
Durante el año 1938
Adolf Hitler consideró que había llegado el momento de expandir su imperio.
Desde 1936 su ejército ya estaba interviniendo activamente en la Guerra Civil
Española. Sus soldados y cañones lucharon a las puertas de Madrid y sus aviones
de la Legión Cóndor habían reducido a cenizas la ciudad vasca de Guernica y a
su población civil.
El primer ministro Neville Chamberlain |
Sin embargo, en 1938
sería él, el Führer, quien impondría la agenda al resto del mundo. En marzo de
ese año los primeros en caer fueron los austriacos. Este pequeño país alpino,
desgajado de su imperio centenario otrora poderoso y remido, era una víctima
propicia para el expansionismo alemán. De hecho, la mayoría de los austriacos
veía con buenos ojos su incorporación a una “gran Alemania” (Grossdeutschland).
El propio Hitler era uno de esos austriacos. Así pues, este pequeño país no
ofreció ningún tipo de resistencia cuando fue anexionado (Anschluss) a
Alemania. Incluso los propios socialdemócratas votaron a favor. Pocos días
después se arrepentirían.
Austria fue la primera.
Las potencias del momento, las vencedoras de la Primera Guerra Mundial Francia
y el Reino Unido, no hicieron nada. Es más, aceptaron y comprendieron la
anexión. Para ellos no era más que un asunto entre alemanes. Era el momento de
la política de apaciguamiento (appeasement) con respecto a Alemania dirigida
por el primer ministro británico Chamberlain y seguido servilmente por la débil
Francia. Esta política estaba poniendo contra las cuerdas a la democracia
española frente a los golpistas fascistas y ya había entregado Austria a
Hitler. Sólo era el principio.
Múnich: la mayor vergüenza
Una checa obligada a saludar a los nazis |
En el verano de 1938
comenzó la siguiente fase. Los sudetes eran alemanes que vivían en Bohemia
desde hacía cientos de años y que desde la independencia de Checoslovaquia en
1918 vivían en minoría. Nunca existió una verdadera asimilación con los checos
–muy influidos por su animadversión tras siglos de dominio alemán- lo que fue
utilizado como excusa por los nazis.
De pronto surgió un
movimiento nacionalista alemán en los sudetes que, instrumentalizado por los
nazis, comenzó a actuar contra el gobierno de Praga y a provocar represalias.
Éstas eran magnificadas por la propaganda alemana y servía para justificar el
siguiente paso: la amenaza a Checoslovaquia. Hitler se erigió en defensor de
los sudetes y amenazó a Praga con la guerra. Las condiciones eran inasumibles,
ya que significaba la pérdida de soberanía del pequeño país eslavo. La guerra
parecía servida.
Sin embargo, ni
ingleses ni franceses estaban dispuestos a un nuevo conflicto europeo después
de 1918. Tras una serie de viajes y entrevistas de Chamberlain con Hitler se
convocó a una conferencia en Múnich con el objetivo de aclarar las cosas. La
consecuencia fue una de las mayores vergüenzas de las relaciones internacionales
de la historia: Checoslovaquia, que ni siquiera estaba invitada, debía ceder
los territorios de los sudetes a Alemania, un porcentaje importantísimo de su
territorio, de riquezas y la línea defensiva contra el Tercer Reich. La
alternativa era la guerra, pero por culpa checa y sin el apoyo de ingleses y
franceses. La víctima se había convertido en culpable. Sin alternativa,
Checoslovaquia tuvo que ceder.
Hitler había ganado sin
disparar ni un solo tiro. Pero estaba disgustado. La condición de este éxito
era que no pidiera nada más, el fin de la expansión. Pero Hitler quería la
guerra, arrasar Europa e imponer su ley y su visión racial y maniquea del
mundo. Alemania le aclamaba como su mayor líder de todos los tiempos no tanto
por haber creado un imperio, sino por haberlo hecho sin guerra. Hitler estaba
furioso, él quería luchar.
Salvador Dalí |
En 1939 este deseo se
convirtió en realidad. En marzo, un año después de Austria, conquistó el resto
de Checoslovaquia también sin disparar. La simple amenaza de aplastar a este
pequeño país indefenso fue suficiente. El siguiente en la lista era Polonia.
Gran Bretaña y Francia avisaron: una agresión sería la guerra. No habría más
Múnich. Hitler no se lo creyó y el 1 de septiembre invadió a su vecino después
de pactar la no agresión con su archienemigo soviético. Tres días después
ingleses y franceses declararon la guerra.
La Segunda Guerra
Mundial había comenzado y el enigma de Hitler se había resuelto. Un enigma que
saltaba a la vista pero que nadie quiso ver hasta que ya era demasiado tarde.
Dalí lo supo ver y la tormenta llegó a la orilla sin que nadie hiciera nada. El
plato se quedó vacío y no hubo nada para comer durante años. Las ciudades se
destruyeron y las personas murieron. Unos 60 millones hasta 1945 en el mundo
entero.
se adelanto al gran desastre que provoco el nazismo, con su arte
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