La
batalla naval de Lepanto en octubre de 1571 fue una de las victorias más
importantes del reinado de Felipe II. Supuso el triunfo de la coalición de las
fuerzas católicas contra el Imperio Otomano y cierta seguridad para sus costas en
el Mediterráneo, al menos por un tiempo. Toda una gesta militar. Sin embargo, en
el cuadro encargado a Tiziano por la monarquía para conmemorar este hecho histórico,
sólo hay dos protagonistas: Felipe II y Dios. Ni rastro de los soldados y
capitanes que la pelearon. Toda una declaración de intenciones.
Fue el último cuadro de
Tiziano, el pintor de la corte que Felipe II heredó de su padre Carlos V. El
maestro veneciano murió en 1576, un año después de entregar esta obra de la
que, al parecer, no se sentía demasiado orgulloso. Y es que el anciano Tiziano
ya había vivido anteriores jornadas de gloria de la monarquía. En concreto, la
victoria de Carlos V en Mühlberg contra los protestantes en 1547. Para recordar
esta gesta retrató al emperador a caballo, ataviado con una armadura y asiendo
una lanza. La imagen de ese retrato era la de un césar victorioso, un líder
militar que, en solitario, había vencido a sus enemigos.
El emperador Carlos V, a caballo, en Mühlberg. Museo del Prado |
Este cuadro
representaba la idea de Carlos V, que quería encarnar la idea romántica que se
tenía de los emperadores romanos. Su objetivo no era otro que el de unificar
bajo un solo trono a toda la Cristiandad. Sin embargo, en el S.XVI en el que le
tocó vivir esa idea era irrealizable. Aunque consiguió ser el señor de una cantidad
asombrosa de reinos y territorios, más que nadie desde los romanos, no
consiguió su objetivo de ser el caudillo único de Dios en este mundo.
La Reforma protestante
echó por tierra sus esperanzas. Aunque tras la victoria de Mühlberg parecía que
podía tener alguna oportunidad, los señores alemanes dejaron muy claro que no
estaban dispuestos a obedecer ciegamente la voluntad de Carlos. Éste, cansado y
decepcionado, abdicó en 1556 y se retiró para morir en Castilla.
Un rey diferente
Un cuarto de siglo
después de Mühlberg, Tiziano pintó la conmemoración de la victoria de Lepanto,
una obra que refleja perfectamente que Felipe II era un rey muy diferente a su
padre. Aunque también aparece retratado con armadura, su actitud no es la de un
guerrero.
Felipe II, después de la Victoria de Lepanto, ofrece al Cielo al príncipe don Fernando. Museo del Prado |
El rey se muestra
sereno y serio mientras sujeta a su hijo Fernando recién nacido y se lo ofrece
a un ángel. Es un momento muy especial. A su espalda se está produciendo una
batalla naval espectacular cuyo resultado ya está decidido. Un turco derrotado
yace en el suelo encadenado y el ángel entrega al rey una palma con la
inscripción “Maiora Tibi”, “mayores triunfos te esperan”. Ni rastro de los
soldados que vencieron al turco ni de su comandante Juan de Austria,
hermanastro del rey.
Juan de Austria. |
Felipe II seguramente
no querría que la figura de Juan fuera asociada con la de un caudillo guerrero
victorioso, una imagen todavía muy sugestiva y popular en esos tiempos que
Felipe, sin embargo, no estaba dispuesto a encarnar. El rey era un burócrata. A
diferencia de Carlos V, que al igual que los emperadores medievales marchaba
con su corte itinerante sin capital fija, Felipe fijó en Madrid el centro de su
imperio y construyó una maquinaria administrativa imponente. Sabía que no podía
gobernar su inmenso reino en tres continentes con los métodos de su padre.
Tenía que ser más eficaz. Pero esa eficacia estaba reñida con la imagen del
guerrero. Era más aburrida, menos sugerente y por lo tanto menos impresionante
para los súbditos.
Pero el verdadero
protagonista de la pintura es Dios. No aparece retratado, a diferencia de otros
cuadros de Tiziano como ‘La Gloria’, pero es el protagonista claro de la obra.
Un ángel boca abajo pende sobre el rey que le mira con respeto y cierto temor
mientras le ofrece a su hijo, el infante Fernando, que moriría pocos años
después. Es el reflejo del intenso temor a Dios que tenía Felipe II, del
triunfo de la Contrarreforma católica de la que el rey se sentía su principal
defensor.
Los protestantes, el
verdadero enemigo
En realidad, los
verdaderos enemigos para Felipe eran los protestantes. Ya desde 1568 su foco de
atención se fue desplazando podo a poco a sus provincias flamencas y al
sometimiento de los calvinistas. En 1571, el año de Lepanto, Flandes empezaba
ya a ser poco a poco el hervidero que acabaría desafiando y venciendo al poder
imperial tras ochenta años de guerra, que socavaron los recursos españoles.
Por ello Felipe II
nunca se sintió realmente identificado con la victoria de Lepanto. La guerra
contra los turcos era una guerra vieja, más del estilo de su padre. Es cierto
que la flota turca suponía cada verano una amenaza para las costas españolas e
italianas, pero el enorme coste en hombres, barcos y cañones que suponía
enfrentarse al Imperio Otomano no le compensaba. El verdadero enemigo era el
protestante en Europa.
Por ello tras Lepanto no
se persiguió ni atosigó a los turcos, que poco tiempo después rehicieron su
flota. Juan de Austria, el vencedor, fue enviado a Flandes y allí murió. No
hubo más cuadros de victorias hasta que el nieto de Felipe II, el futuro Felipe
IV, encargó 50 años después a un maestro sevillano el que se conocería como el “de
las lanzas”.
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