2/2/12

EL MILAGRO QUE CREÓ UN IMPERIO

Otón I.
La horda enemiga comenzó a huir despavorida. A lomos de sus caballos salieron galopando hacia el este de vuelta a las inmensas estepas. Habían sufrido una derrota aplastante y tenían que huir para salvar su vida. Eran los magiares, un fiero pueblo nómada que cada año asaltaba las tierras del reino de los francos del este y saqueaba sus campos y ciudades. Eran un peligro constante y causa de grandes preocupaciones para los líderes germánicos, pero parecía que ya no iban a volver más. Habían sido aplastados por el rey Otón I y su arma milagrosa: la lanza sagrada, la misma con la que, según decían, un legionario romano atravesó el cuerpo de Jesús cuando fue crucificado.

El milagro de la derrota de los magiares ocurrió el 10 de agosto del año 955 a orillas del río Lech, un afluente del Danubio, muy cerca de la ciudad de Augsburgo, en Baviera. Los magiares eran un pueblo fiero, pagano y bárbaro según el concepto de civilización de la época. Procedentes de las zonas de los Urales, en lo más profundo de la actual Rusia, en la frontera entre Asia y Europa, llegaron a la antigua provincia romana de Panonia a finales del siglo IX. Se instalaron a orillas del Danubio, pero era un pueblo nómada, por lo que esa pausa en principio solamente sería provisional. Vivían de la guerra y del saqueo. Necesitaban botín, y ese se podía encontrar abundantemente al oeste, en tierras del Reich.

Los francos del este
El Reich de Otón I.
El Reich (reino o imperio en alemán) era un vasto conglomerado político de reciente formación. Se veía a sí mismo como el heredero de los imperios romano y carolingio. Surgió a partir del Tratado de Verdún del año 843 que dividió el antiguo imperio de Carlomagno entre sus nietos. Así el reino franco oriental (regnum francorum orientalium) comenzó poco a poco a independizarse de sus hermanos, los francos occidentales. Es el origen de los futuros estados francés y alemán, pero en el siglo IX eso no era más que ciencia ficción.

La Europa cristiana de esa época era pequeña y estaba rodeada de enemigos. El reino del este, el Reich, tenía que enfrentarse a poderosos rivales que invadían sus tierras. Sobre todo las tribus eslavas y ahora también los magiares. Por su parte, los francos occidentales tenían que hacer frente a los ataques vikingos, cada vez más fuertes y destructivos, y en Italia y la Península Ibérica el poder del Islam era fuerte y continuaba amenazante.

Sin embargo surgieron líderes decididos. En el Reich el último carolingio dio paso a los poderosos señores feudales que controlaban los diferentes territorios. Entre ellos destacaban los sajones, un pueblo fiero que se enfrentó durante 30 años a Carlomagno en una espantosa guerra de guerrillas y de destrucción para acabar derrotados y cristianizados. Ahora formaban parte del Reich y eran sus más fieros defensores. Su primer rey fue Enrique I ‘el pajarero’, pero el que realmente cambiaría la historia sería su hijo Otón I.

Cuando subió al trono en el año 936 tenía 24 años. Estaba rodeado de los demás grandes señores que solamente aceptaban ser sus vasallos de manera formal. Ese jovenzuelo no debía entrometerse en sus asuntos y dejarles en paz. Pero Otón tenía otros planes. Quería el poder, y para ello en el siglo X solamente había un método eficaz: la fuerza. Otón fue un rey sanguinario, primero contra sus propios señores feudales, a los que derrotó tras una rebelión, y contra sus vecinos paganos.

El defensor de la Cristiandad
La lanza sagrada.
Otón tenía una misión. El Reich se veía a sí mismo como el heredero del Imperio Romano y como el defensor del Cristianismo contra los bárbaros paganos del este. Por eso Otón decidió hacer frente a los magiares y a los eslavos una vez derrotados sus enemigos internos y consolidado su poder.

En el año 955, como todos los años, los magiares invadieron el imperio y asediaron la ciudad de Augsburgo. Pero esta vez un ejército partió a hacerles frente. No eran muchos, bastante menos que los miles de guerreros magiares que contaban con una caballería muy veloz armada con arcos. Pero Otón tenía un arma secreta: la lanza sagrada. Evidentemente era una reliquia que no se podía probar si realmente era de época romana y mucho menos si había sido la que, según el mito, atravesó a Jesús. Pero en el siglo X las personas no eran muy exigentes a la hora de pedir pruebas. Otón blandía la lanza y sus soldados estaban confiados en sus poderes. Y los iban a necesitar.

El día de la batalla, el 10 de agosto de 955, empezó mal para los germanos. A pesar de que se habían acercado a Augsburgo entre bosques y malezas evitando el campo abierto para no ser descubiertos, cayeron en una emboscada de los magiares a orillas del Lech. Casi resultaron destrozados, pero los intrépidos nómadas cometieron un error garrafal: en vez de perseguir y rematar a los vencidos guerreros de Otón, se quedaron saqueando a los muertos y buscando botín, lo que dio tiempo al resto del ejército del Reich a reagruparse y contraatacar.
La batalla del Lech.

Entonces ocurrió el milagro. No se sabe si envalentonados por la lanza sagrada o no, los guerreros germanos atacaron a los magiares y los aplastaron. Hubo un baño de sangre y los magiares supervivientes huyeron despavoridos. Nunca más volverían a atacar el Reich. Se quedaron en Panonia y abandonaron su nomadismo. Se asentaron definitivamente y medio siglo después adoptaron el Cristianismo. Había nacido Hungría.

Otón I había triunfado, pero su victoria sería aún más completa unos meses después, tras la victoria contra los eslavos en octubre de 955. En un solo año y de un plumazo había derrotado a los más fieros enemigos de su reino y de la Cristiandad. Ya nada podría detenerle. Ahora su objetivo sería Roma y su más preciado trofeo la corona de emperador.

El 2 de febrero de 962, hace hoy 1050 años, Otón I fue coronado emperador de los romanos por el Papa Juan XII. Había nacido un nuevo imperio, que con el nombre de Sacro Imperio Romano Germánico, sobreviviría casi 850 años y protagonizaría la historia de Europa. El imperio que surgió a orillas del río Lech no murió hasta 1806, año en el que Napoleón Bonaparte lo disolvió para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario