9/11/14

9 de noviembre, una fecha decisiva en Alemania

El 9 de noviembre es una fecha muy especial en Alemania. A lo largo del S. XX algunos de los acontecimientos más importantes de su historia ocurrieron un 9 de noviembre. Por ejemplo, los alemanes dejaron de tener un emperador y estrenaron su primera república tras perder una guerra mundial; un todavía desconocido Adolfo Hitler trató de llegar al poder por la vía rápida; los judíos sufrieron la represión organizada por los nazis en la llamada “Noche de los cristales rotos”; y cayó el Muro de Berlín.

Pocas veces una sola fecha ha resultado decisiva en diferentes momentos de la historia de un país. Es lo que ocurre con el 9 de noviembre en Alemania. Ese día de otoño suele ser oscuro y triste en el país germano, pero parece como si a pesar de la climatología, los alemanes hubieran elegido precisamente esa fecha para vivir algunos de los momentos decisivos de sus vidas. Este es un resumen de esos acontecimientos.


9 de noviembre de 1918: Adiós al Káiser y bienvenida a dos repúblicas enfrentadas.

Proclamación de la república en el Reichstag.
En noviembre de 1918 Alemania se rindió. Había perdido la Primera Guerra Mundial. La decepción que la población civil y los soldados sentían con respecto a sus dirigentes hacía imposible que el Káiser Guillermo II siguiera en el trono. Él y sus generales habían pedido a los alemanes cada vez más sacrificios con la condición de una victoria rápida, pero solamente llegaron más muertos, hambre y al final la derrota. El 9 de noviembre de 1918 Guillermo II tuvo que hacer la maleta y huir de Berlín dejando un vacío de poder sin solucionar. La revolución acechaba. Ese mismo día miles de trabajadores de las fábricas de la capital salieron a la calle para exigir reformas políticas y, sobre todo, democracia. En la sede del Reichstag, el Parlamento que durante el reinado del Káiser había carecido de poder, el diputado socialdemócrata Philipp Scheidemann se dirigió a las masas y proclamó la “república alemana”. Habría elecciones libres y, con los resultados de esas elecciones, se formaría una asamblea constituyente para redactar la constitución de la nueva república que pasaría a la historia como la República de Weimar.

Sin embargo, ese mismo 9 de noviembre, Karl Liebknecht, hijo de un histórico dirigente del SPD y disidente del partido durante la guerra y líder de los espartaquistas, apostó por la ruptura total con el pasado y quiso aprovechar el fin del régimen imperial para llevar la revolución comunista a Alemania que ya estaba triunfando en Rusia de la mano de Lenin y Trotski. Liebknecht no quería una democracia “burguesa”. Defendía la toma del poder violenta por parte de los trabajadores. Por eso proclamó la “República Libre Socialista de Alemania” desde un balcón del palacio del Káiser, a poco menos de un kilómetro de la otra proclamación. Eran dos formas enfrentadas de entender el futuro alemán: como una república parlamentaria ‘clásica’ o como una república comunista al estilo de la Unión Soviética. Fue el comienzo de una larga lucha por decidir cuál de las dos formas de gobierno se impondría.          


9 de noviembre de 1923: Hitler intenta un golpe de Estado

Seguidores de Hitler en Múnich.
Cinco años después de las dos proclamaciones de Berlín, en Alemania había triunfado la versión parlamentaria de la república, aunque no sin sufrir dificultades muy importantes. Los demócratas no solamente tuvieron que enfrentarse a diferentes levantamientos comunistas a lo largo del país, sino que también sufrieron la rebelión de la extrema derecha, que no aceptaba la rendición de 1918 ni el Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Pero además de las rebeliones a la izquierda y a la derecha, el Gobierno tuvo que vencer una tremenda crisis económica y una hiperinflación muy peligrosa, así como la hostilidad de los países vencedores de la guerra, como Francia, que no dudó en invadir la región de Renania para garantizar el cobro de sus reparaciones de guerra provocando un gran rechazo entre los alemanes.

En ese clima, Adolfo Hitler, el líder del joven y todavía pequeño Partido Nazi, intentó un golpe de Estado. Los nazis solamente eran fuertes en Múnich, y estaban absolutamente ausentes en el resto del país. Sin embargo, eso no suponía ningún problema para la ambición de Hitler. Queriendo imitar a su ídolo, el dictador fascista Benito Mussolini que un año antes llegó al poder marchando con sus seguidores contra Roma, planeó hacerse con el poder en Múnich el 9 de noviembre de 1923 y marchar a Berlín aglutinando a las demás fuerzas de extrema derecha por el camino y conquistar el poder. Pero Hitler se equivocó y ni siquiera logró hacerse con el control de Múnich. La planificación fue lamentable. El ejército (con el que contaba para sus planes) disparó a sus seguidores que salieron corriendo. Murieron 16 nazis y Hitler fue detenido. Sin embargo, lejos de suponer el fin de la carrera de Hitler, fue su primer paso. Los muertos serían tratados como mártires de la causa y Hitler reorganizaría sus fuerzas y su estrategia: Llegar al poder de manera legal.

  
9 de noviembre de 1938: La noche de los cristales rotos

Sinagoga arrasada por los nazis.
Hitler tuvo éxito en su nueva estrategia y 15 años después ya estaba firmemente instalado en el poder en Berlín. En enero de 1933 fue aupado al poder por las fuerzas políticas de derechas, que sentían miedo ante el auge de los comunistas en las elecciones de 1932. Los nazis habían subido como la espuma, pero estaban empezando a perder apoyos electorales, así que la ayuda de los conservadores le proporcionó a Hitler el acceso al poder que ansiaba. Y acabó con los comunistas, pero de paso también con los socialdemócratas, los católicos, los agrarios y con todos los partidos que no fueran el Partido Nazi. Al principio la persecución se centró en los rivales políticos, creando campos de concentración por todo el país para encerrarlos e incluso ejecutarlos. Pero Hitler tenía, además, otros enemigos: los judíos.

En los primeros días del régimen los nazis empezaron una campaña de boicot a los negocios judíos, pero no tuvo ningún éxito entre la población alemana. Para no provocar conflictos con la población en un momento en el que su régimen aún era débil, los nazis dejaron a un lado la persecución violenta de los judíos y se centraron en la persecución legal. Poco a poco los ciudadanos judíos alemanes fueron despojados de sus derechos hasta convertirlos en seres indefensos tras las infaustas Leyes de Núremberg de 1935.

El 9 de noviembre de 1938, casi seis años después de llegar al poder, Hitler pensó que su régimen estaba lo suficientemente asentado y era lo suficientemente popular como para comprobar si los alemanes estarían dispuestos a colaborar con la persecución violenta de sus vecinos judíos. Ese día, y con la excusa del asesinato de un diplomático alemán en París por un joven judío, las hordas nazis salieron a la calle a quemar sinagogas y destrozar negocios y viviendas. Más de 90 judíos murieron por las palizas o fueron directamente asesinados y más de 30.000 fueron detenidos. Pero no hubo entusiasmo por esta demostración de violencia entre los alemanes corrientes. Esa noche Hitler comprendió que si quería endurecer su política de odio hacia los judíos, tendría que hacerlo de manera discreta. Años después, la llamada “Solución Final”, el asesinato de millones de judíos de toda Europa, se realizaría en los territorios ocupados de Polonia y de Rusia fuera de la vista de la mayoría de los alemanes.


9 de noviembre de 1989: cae el Muro de Berlín     

Medio siglo después de la Noche de los mcristales rotos, el que se rompió fue el Muro de Berlín. Construido como consecuencia de la división de Alemania tras su derrota en la guerra que provocó Hitler, fue el símbolo de la guerra fría y la prueba palpable del fracaso del régimen comunista en el este del país. Fue construido en 1961 para frenar la sangría de refugiados que huían de la represión y de la carestía, en su mayoría personas jóvenes y preparadas, lo mejor del país. Durante casi treinta años el Muro contuvo la marea. Pero en 1989 volvió a resurgir.  

En el verano de 1989, Hungría, la aliada comunista de la Alemania del este, abrió su frontera hacia Occidente. Eran los tiempos de la Perestroika y la Glasnost, y el líder de la URSS,  Gorbatchov, apostaba por la convivencia pacífica con el mundo capitalista y luchaba desesperadamente por contener la ruina económica que acechaba a su imperio. Los comunistas alemanes se vieron abandonados por su hermano mayor y el Muro de Berlín se convirtió en un obstáculo absurdo que se podía sortear vía Hungría. El tiempo corría en contra de las élites comunistas, cuyo objetivo pasaba por la supervivencia. En ese contexto decidieron una muerte controlada del Muro, poco a poco, decidiendo quién podría pasar y por cuánto tiempo. Pero no supieron hacerlo bien.

El 9 de noviembre, en la rueda de prensa en la que se anunciaba la medida, el portavoz gubernamental metió la pata y los berlineses orientales entendieron que podrían cruzar la frontera esa misma noche sin restricciones. Los guardias fronterizos no habían recibido ninguna orden diferente a la que habían recibido durante treinta años y seguía valiendo el uso de la fuerza para quien tratase de saltar la barrera. Pero de pronto los guardias se vieron rodeados por miles de berlineses enfadados e impacientes por cruzar al otro lado. Para evitar una masacre los oficiales tomaron la decisión de dejarles pasar, algo completamente imposible e increíble tan solo una noche antes. Los berlineses cruzaron la frontera, pasearon por Occidente, y volvieron a sus casas en el este para dormir y volver al trabajo al día siguiente. Pero todo había cambiado.   



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