5/3/13

El último emperador pagano

Juliano, el "apóstata"
El 5 de marzo del año 363 d.C. un poderoso ejército romano salió de la ciudad de Antioquía rumbo al este. Su objetivo era el Imperio Sasánida, los herederos de los persas. Constituían una amenaza constante para un Imperio Romano que también tenía que hacer frente a unos bárbaros cada vez más activos en sus fronteras de Europa. Al frente del ejército marchaba el emperador Juliano, una hombre muy peculiar. El último emperador pagano.


La historia la escriben los vencedores. Son ellos los que dictan el punto de vista desde el cual las generaciones posteriores verán los acontecimientos del pasado, y serán sus ideas y su discurso los que conformarán la manera en la que en el futuro se encarará el presente. Aunque esto parece un poco confuso, si se explica con un ejemplo parecerá más claro: Juliano fue un emperador romano que quiso dar marcha atrás a la expansión del cristianismo y apostó por la filosofía clásica como guía para entender el mundo. Juliano perdió su batalla, y fueron los cristianos los que escribieron su memoria, denostándolo como “apóstata” o “traidor”, un loco que fue en contra de su tiempo y que estaba abocado al fracaso. Pero eso no fue así en realidad.


Juliano no estaba loco. Fue resultado de su época, ni más ni menos. Miembro de la familia imperial, su padre y su hermano mayor fueron asesinados por los hijos del emperador Constantino que les temían como posibles rivales al trono. Fue una época de intrigas y conspiraciones paranoicas insoportables, donde cualquier gesto u omisión podía ser interpretado como traición y castigado con la muerte. Se llegaba incluso a situaciones absurdas en las que la propia paranoia provocaba esa traición que, de otra manera, no habría surgido. Es lo que le pasó al general Silvano, que, percibiendo que los rumores le señalaban como un posible traidor, tuvo que cometer esa traición para, en una huida hacia adelante, tratar de salvar la vida y rebelarse contra el emperador. Una locura provocada por unos tiempos locos.


Juliano sale del olvido

Los propios hijos de Constantino acabaron matándose entre ellos hasta que sólo sobrevivió Constancio II. Precisamente después del episodio del general Silvano, al que mató, sacó a Juliano del olvido y le mandó a las Galias para sustituir al general derrotado y luchar contra los bárbaros que cruzaban la frontera y saqueaban las provincias romanas.    


Moneda con imagen de Juliano.
Juliano no había pensado nunca que pudiera tener un hueco en la política romana. De hecho, tras el asesinato de su familia, su vida siempre había pendido de un hilo. Pero parece que los emperadores se habían olvidado de él. Juliano se acabó refugiando en el estudio de la filosofía y se fue adentrando cada vez más en el mundo helenístico y su cultura. Esta era pagana, la de los antiguos dioses del Olimpo, que estaba en franco retroceso ante la fuerza del Cristianismo patrocinado por los emperadores que habían asesinado a su familia. Así, si había algo que se opusiera directamente a la dinastía reinante, eso eran los dioses paganos que Juliano abrazó y la ética y estética helenista. La barba de Juliano es un tributo a ese mundo en retroceso (ver moneda arriba).


Juliano triunfó en las Galias, donde derrotó a los bárbaros en la batalla de Estrasburgo en el año 357 y donde fue nombrado César por el emperador, el título de sucesor. Juliano ya estaba en plena promoción política, pero eso le convertía en un traidor en potencia a ojos del paranoico emperador. Era la paradoja: si perdía contra los bárbaros, éstos le acabarían matando. Pero si ganaba la batalla y adquiría prestigio, le acabaría matando el emperador. Juliano acabó por adelantarse y, al igual que hizo Silvano años antes, se rebeló contra el emperador y marchó contra él. No hubo batalla porque Constancio II murió antes. Juliano heredó el imperio y comenzó a aplicar sus ideas que había adquirido durante su refugio.


La filosofía era su guía y el helenismo su inspiración. Según Juliano, la virtud del imperio se estaba perdiendo porque se estaba patrocinando a una religión cristiana que iba en contra de los valores que hicieron grande la civilización grecorromana. Por eso comenzó a fomentar los viejos cultos paganos y las antiguas tradiciones. No prohibió el cristianismo, pero en un mundo en el que el emperador tenía el poder absoluto y era un ejemplo a seguir, que profesara el paganismo era un motor para los antiguos cultos y un problema para los cristianos.
El Imperio Romano en el S. IV.


Éstos, sin embargo, ya eran la inmensa mayoría de la población, sobre todo en su parte oriental, paradójicamente la más helenizada, donde el emperador no era precisamente popular debido a sus políticas anticristianas. Juliano necesitaba un enemigo extranjero, una amenaza común que unificara a su imperio en la lucha y que le diera las mismas victorias en Oriente como las que había conseguido en Occidente, donde era popular tras su victoria contra los bárbaros. Ese enemigo estaba cerca: el Imperio Sasánida.  


A la sombra de Alejandro Magno

Así pues Juliano marchó al este a invadir el Imperio Sasánida con un gran ejército de más de 65.000 soldados, como contaron algunas fuentes. Este ejército penetró en el territorio de Mesopotamia, lo que hoy conocemos como Irak. Como buen seguidor y entusiasta del mundo helenístico, seguramente quiso emular al gran héroe Alejandro Magno y derrotar a los herederos de los persas y expandir la civilización grecorromana al este. Pero era un sueño que a esas alturas de la historia era una quimera.

El Imperio Sasánida.

Los romanos avanzaron y entraron en territorio enemigo y vagaron por él hasta llegar a su capital, Cesifonte, a la que empezaron a asediar. Los Sasánidas al principio no ofrecieron resistencia a la invasión, pero se fueron retirando según la táctica de la tierra quemada. No dejaron nada a los romanos para que se alimentaran.


Poco a poco les fueron atacando en una guerra de guerrilla que fue debilitando a unos romanos asediados por el calor, el hambre y la sed. Muchos de esos soldados habían acompañado a Juliano desde la Galia. Estaban lejos de su hogar al que añoraban con fuerza, y no estaban acostumbrados al clima de Mesopotamia. Finalmente hubo una gran batalla en Maranga, cerca de la actual Samarra. Juliano murió en combate y los romanos fueron vencidos.     


¿Estaba Juliano abocado al fracaso?

Juliano había sido el último emperador ‘clásico’, del tipo de Marco Aurelio. Se consideraba un filósofo, y como emperador quiso aplicar sus ideas en su imperio. El cristianismo era su gran obstáculo, pero no pudo con él. Las fuerzas que había liberado Constantino 50 años antes a partir del Edicto de Milán sobrevivieron.


Pero ¿qué hubiera pasado si Juliano no hubiera muerto en batalla? ¿Y si hubiera podido consolidar su gobierno y llevar a cabo sus políticas? Juliano murió pronto, tras solamente dos años en el trono, y con él murió el sueño del imperio helenístico y filósofo que nunca fue y que ya no sería jamás. El Cristianismo, ya libre de una oposición organizada, fue creciendo más y más por el imperio. Una generación más tarde, el emperador Teodosio prohibió toda fe que no fuera la cristiana.


Juliano había perdido, y con él el mundo clásico. Su nombre acabó ligado para siempre a su derrota. Ahora se le conoce como Juliano, “el apóstata”.


Para conocer más sobre este personaje tan curioso e interesante recomiendo la lectura de la obra de Gore Vidal, “Juliano el apóstata”. Una visión muy completa sobre el personaje y sobre la vida en el Imperio Romano en esa época.

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