1/11/11

ACOMPAÑADA AL MÁS ALLÁ

Calavera de la reina Puabi.
Hoy los países católicos celebran el Día de Todos los Santos. Es una jornada de recuerdo de las personas queridas que ya no están entre nosotros. Sin embargo, hace 4.500, en la antigua Mesopotamia, existía otra forma para ser recordado. Como hizo la reina Puabi, que tras fallecer no hizo sola su viaje al más allá. Estuvo acompañada del séquito que le sirvió en vida. Casi 70 personas, entre doncellas, soldados y sirvientes. Así lo atestigua su tumba en Ur, una de las ciudades más antiguas de la tierra y capital durante un tiempo de Sumeria, el lugar en el que empezó todo.

Los arqueólogos encontraron los cuerpos recostados junto al de la reina, todos tumbados de lado y rodeando el sarcófago de madera de Puabi depositado en medio de la tumba. Parece que no hubo violencia, que sus muertes fueron tranquilas. La explicación más probable según los arqueólogos es que se suicidaran después de que se sellara para siempre la puerta que les conectaba con el mundo de los vivos.

Pero ¿qué debían sentir los sacrificados antes de morir? ¿Fueron obligados o actuaron de manera voluntaria? ¿Qué debieron sentir las doncellas y los sirvientes cuando se selló la tumba con ellos dentro? ¿Nadie se rebeló o intentó salir? ¿Nadie cambió de opinión antes de que se cerrara el mausoleo?, o peor aún, ¿hubo quien quiso salir desesperadamente y no pudo? Nunca lo sabremos.
Sirvientes y soldados antes de su muerte.

Los últimos momentos de los siervos encerrados junto a su reina debieron ser angustiosos, si lo tratamos de relatar desde el punto de vista de una persona del siglo XXI. d.C. Pero 4.500 años atrás no debía ser necesariamente así.

La muerte de un dios
Así era la muerte en el siglo XXV a.C. En los primeros tiempos de la civilización, cuando no hacía mucho tiempo que las ciudades habían estado regidas por sacerdotes que se limitaban a servir a los dioses, mientras que la sociedad apenas conocía diferencias de estatus y de clase. Pero eso cambió con la llegada de los mercados y el comercio en las primeras ciudades.

Joyas de Puabi.
Los labradores vendían allí sus excedentes. Unos ganaron más que otros, y con el tiempo unos eran más ricos que otros. Con esa riqueza compraron su tiempo, es decir, pagaban a otros para ir a trabajar por ellos y multiplicar sus posesiones. Este tiempo libre lo utilizarían en aprender a luchar y sus riquezas en comprar armas mortíferas. Con eso alcanzaron el poder. Y con el poder se diferenciaron del resto de la sociedad, hasta hacía no mucho igualitaria.

Esa diferencia creó la aristocracia, y dentro de la aristocracia había uno que mandaba sobre el resto: había nacido la monarquía. Sin embargo, no era suficiente. Para seguir diferenciándose del resto y para legitimar su nuevo poder, los reyes necesitaban ser especiales, mejores, superiores. Necesitaban ser dioses. Y nada más grandioso y espectacular que morir y ser enterrado como un dios. Acompañado por sus siervos y sus tesoros.

Un descubrimiento espectacular

El estandarte de Ur.
Las tumbas reales de Ur es uno de los descubrimientos arquológicos más espectaculares del siglo XX. El arqueólogo británico Leonard Wooley, que dirigió las excavaciones de Ur entre 1922 y 1934, descubrió en total más de 2.500 tumbas, muchas de ellas con restos humanos rodeando al difunto monarca. Sin embargo, todas fueron saqueadas previamente excepto la tumba de la reina Puabi que albergaba un tesoro de valor incalculable.

Junto a la reina fue enterrado un impresionante ajuar. Puabi sostenía en la mano una copa de oro y estaba literalmente sepultada en una masa de cuentas de oro, plata, lapislázuli y cornalina, que pendían de un collar y formaban un manto continuo; estaba adornada con alfileres de oro, amuletos en forma de peces y gacelas, cintas de plata y guirnaldas y pendientes de oro.

Reconstrucción del arpa de Ur.
Uno de los elementos más impresionantes encontrados en la tumba fue el llamado Arpa de Ur, un instrumento musical milenario decorado con una cabeza de toro dorada. O el Estandarte de Ur, una caja de madera decorada por dos caras con impresionantes paneles que representan diferentes aspectos de la vida de entonces. Es lo más parecido a una fotografía de hace 4.500 años.

Muchos de los elementos excavados en Ur, en el actual Irak, estuvieron expuestos en el museo arqueológico de Bagdad. Algunos sobrevivieron a la invasión de EEUU y al posterior saqueo del museo. Otros, como el arpa, no.  

Sin embargo, lo que ha sobrevivido es el recuerdo. Las tumbas reales han conseguido su objetivo, al menos la de la reina Puabi. Gracias a su macabro panteón y a los tesoros allí encontrados la monarca ha conseguido algo solamente reservado a los dioses a los que quería parecerse: la inmortalidad. Porque ser recordado unos 4.500 años después de la muerte es lo más parecido a la perpetuidad divina a la que un ser humano puede aspirar.

Fuente: "Babilonia. Mesopotamia, la mitad de la historia humana", Paul Kriwaczek,
edit. Ariel.

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