20/10/11

HASTA EL FINAL

La fortaleza de Masada
Los legionarios se aproximaban a la muralla enemiga en perfecto orden y formando la testudo, la famosa tortuga en la que cada soldado cubre con su escudo todos los ángulos para defenderse de los proyectiles. Su paso era lento pero firme y agresivo, fruto de la profesionalidad y de un entrenamiento duro y diario. Habían repetido esto muchas veces antes, pero ahora se trataba de acabar el trabajo de una vez por todas y derrotar a los rebeldes para siempre.

Esta vez el enemigo era especialmente fanático. Hacía cien años que Roma se había apoderado de Judea con las tropas del general Pompeyo el Grande, pero los judíos se habían rebelado. En el año 66 d.C. estalló la guerra. La represión romana fue tremenda. En el 70 d.C. los soldados de Tito, hijo del emperador Vespasiano, conquistaron Jerusalén y saquearon el templo de Salomón. Fue el comienzo de la diáspora judía que continuaría hasta el siglo XX. Después de esta conquista prácticamente toda Judea había vuelto al dominio romano, excepto tres fortalezas. Una de ellas, la de Masada, era especialmente inexpugnable.

El asalto romano.
En Masada se habían atrincherado los judíos más fanáticos de entre los fanáticos. Los sicarios eran una facción de los zelotes, un grupo violento que había liderado la rebelión. Los sicarios estaban dispuestos a luchar hasta el fin, y no se rindieron cuando ya todo estaba perdido y los romanos les habían rodeado completamente.

A su favor tenían que Masada era una fortaleza impresionante. En lo alto de una montaña, solamente un estrecho sendero llevaba hasta lo más alto, por lo que no podía ser asaltado por un gran ejército. Además, detrás de sus gruesos muros había pozos y almacenes de alimentos suficientes para aguantar un asedio prolongado. Así pues, cuando los romanos comenzaron su ataque no estaba claro quién iba a ser el vencedor.
 

La rampa romana en la actualidad.
Los romanos estaban mandados por el gobernador Lucio Flavio Silva, que enseguida comprendió que no podía tomar Masada al asalto en poco tiempo. Por ello apostó por la paciencia. Rodeó completamente la montaña de la fortaleza con ocho campamentos militares y una gran muralla donde sus 15.000 legionarios y auxiliares impedían la llegada de refuerzos y alimentos para los sitiados. Además, para tomar las murallas con sus tropas ordenó construir una de las mayores obras de ingeniería militar de la historia: una gran rampa de 22 metros de ancho. Una obra realmente colosal que movilizó a miles de obreros y millones de toneladas de tierra y piedras.

Tres años después la obra había terminado. Había llegado la hora del asalto final. Los legionarios ya estaban al pie de las murallas dispuestos a recibir una lluvia de flechas y piedras y a enfrentarse a muerte contra un enemigo fanático. Pero nada de eso estaba sucediendo. Para gran sorpresa de los curtidos veteranos no sufrieron resistencia.

Llegaron hasta la muralla, apoyaron sus escalas de asalto y su torre de asedio y nadie les esperaba en las almenas para impedirles el paso. Algo raro estaba pasando. En vez de confiarse, los legionarios se esperaban una emboscada por parte de su enemigo tan versado en la guerra de guerrillas. Una vez dentro del patio de la fortaleza, los romanos avanzaron muy lentamente dispuestos a encontrarse con la muerte tras cualquier esquina. ¿Dónde estaban los sicarios?
 

Resto de campamento romano.
Efectivamente, los legionarios encontraron la muerte. Pero no la suya. Cientos de cuerpos acuchillados y ensangrentados se amontonaban por la zona interior de Masada. Todos tenían sus cuellos rebanados y ensangrentados. Alguien se los había cortado. Era una visión espantosa que los legionarios no podían comprender.

De pronto apareció una anciana con dos niños. Eran los únicos supervivientes del acto desesperado que había acontecido tan solo unas horas antes. La anciana contó a los romanos que los sicarios, a la vista de que iban a perder la batalla contra los romanos muy superiores a ellos, decidieron desafiarlos suicidándose en masa antes de caer prisioneros y convertirse en esclavos. Aunque no consiguieran resistir, al menos no serían vencidos. Habían desafiado a Roma hasta el final.



Fuente: Flavio Josefo, “La Guerra de los Judíos


1 comentario:

  1. Muy buena entrada amigo. A tu manera también conseguirás hacerte con el Próximo Oriente je,je.

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