23/8/11

El traidor obligado

Busto de Constancio II.
La historia está llena de ejemplos de personajes que eligen la traición por ambición y ansia de poder y gloria. Pero también hay casos en los que el traidor actúa obligado por las circunstancias. No tiene elección y participa en una carrera en la que solamente hay dos posibilidades: alcanzar el poder o morir. Es el todo o nada, a pesar de que nunca estuvo en su ánimo usurpar el trono. Es lo que le sucedió a un general romano que tuvo que traicionar a su emperador para salvar su cabeza, lo que le acabó por costar la vida. 

En el siglo IV el Imperio Romano se había convertido en un nido de conspiraciones y guerras civiles constantes. Desde hacía más de un siglo prácticamente ningún emperador había muerto por causas naturales. La mayoría habían sido asesinados por un grupo de conspiradores que trataban de usurpar el trono, lo que generalmente desembocaba en una guerra civil seguida de una purga sangrienta de los perdedores. Casi todos los emperadores habían llegado así al poder, por lo que era lógico que desconfiaran de sus subordinados, lo que provocaba situaciones auténticamente paranoicas.

Durante el reinado del emperador Constancio II (337 – 361 d.C.) la corte imperial había llegado a tal grado de ansiedad y de miedo que ningún funcionario podía aspirar a vivir demasiado tiempo. Constancio era hijo del emperador Constantino el Grande y comenzó su reinado compartiendo el imperio con sus hermanos. Como era de prever, no podía existir concordia entre ellos por lo que estalló la guerra. Los hermanos de Constancio murieron y él permaneció como soberano único, lo que desencadenó una purga sangrienta entre los fieles de sus hermanos. Esta purga fue aprovechada por oportunistas y ambiciosos que no dudaron en acusar incluso a los fieles al emperador para acaparar sus puestos.

Es lo que le sucedió al general Silvano, el comandante romano de las Galias. Un oficial le pidió una carta de recomendación (una manera habitual de hacer carrera en la antigua Roma), pero en vez de utilizar el documento para promocionarse, borró la tinta respetando la firma de Silvano. Entonces rescribió la carta de manera que parecía que estaba organizando una rebelión y se la hizo llegar al emperador. Constancio mandó que se arrestara al general y a sus hombres, pero Silvano tenía amigos en la corte que consiguieron suavizar las sospechas. En vez de ser detenido inmediatamente se enviaría a un oficial a investigar. Pero Constancio eligió al predecesor de Silvano que seguía celoso de su sucesor, por lo que no fue precisamente diligente a la hora de indagar, acusando a Silvano de traidor. El destino del general parecía decidido cuando finalmente el autor de la falsa carta acabó siendo descubierto y arrestado. Pero Silvano no lo sabía. 

Monedas con la efigie de Constancio II.
El general había sido perdonado por el emperador, pero el mensaje no llegó a tiempo. Las maquinaciones del oficial que había enviado Constancio a investigar le dieron a entender a Silvano que si no actuaba a tiempo estaría condenado. Así pues, arriesgándolo todo a una carta y escudándose en sus soldados se proclamó emperador, declarándose en rebeldía ante Constancio solamente unos días antes de que llegara el mensajero que le comunicaba que estaba libre de la sospecha de traición. Pero ya era demasiado tarde.

Constancio reaccionó rápido. Envió al cuartel general del rebelde a otro oficial que se hizo pasar por simpatizante de Silvano. Allí pudo comprobar que los soldados eran fieles al general solamente hasta cierto punto, es decir, estaban dispuestos a escuchar una oferta mejor y el oficial de Constancio hizo esa oferta. Sabiendo que ya no contaba con el apoyo de sus legionarios, el oficial asesinó a Silvano, que pagó así su traición. Por cierto, el autor de la carta falsificada no fue castigado. Acabó siendo ascendido, ya que, al fin y al cabo, había delatado a un traidor.    

2 comentarios:

  1. Anónimo14:22

    Muy buena esta historia que, por millones de veces repetida desde el inicio de los tiempos tiene una aún una vigencia que pone los pelillos de punta, ¿a que sí?
    Besos
    Almudena

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  2. Eso es Almudena, desgraciadamente la ambición de demasiados no tiene límites, tanto en el pasado como desgraciadamente en el presente.
    Muchas gracias por tu comentario.
    un beso

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