Las
guerras siempre son experiencias horribles para los que las padecen. El
sufrimiento y la angustia son las compañeras de sus víctimas, y la muerte es
una posibilidad real e inmediata en cada momento. En la batalla de Verdún en
1916, en plena Primera Guerra Mundial, se dio un paso más y la muerte se
convirtió en la causa de la lucha. El objetivo era matar mucho para ganar la
guerra. Al final, tras casi un año de combates, más de un cuarto de millón de
soldados resultaron muertos, y otros 750.000 fueron heridos. Una carnicería.
Los combates en las
guerras generalmente tienen como objetivo conquistar un territorio o una ciudad
y utilizar esta conquista como base para ganar la contienda. Sin embargo, la
ofensiva del ejército alemán en Verdún, norte de Francia en febrero de 1916
tenía un objetivo diferente: matar.
El general von Falkenhayn |
El jefe del estado
mayor imperial alemán, el general Erich von Falkenhayn, buscaba una manera de
salir del embrollo estratégico en el que se había metido Alemania desde el
inicio de la guerra en 1914. Entonces, la planificación militar ya preveía que
Alemania se vería involucrada en una guerra en dos frentes, con los rusos en un
lado, y los franceses en el otro. La única manera de ganar la guerra sería
golpeando primero y venciendo con mucha rapidez a Francia, un país con recursos
materiales y humanos más limitados que Rusia, para volverse después hacia el
este y hacer frente al inmenso imperio de los zares. Este era el pensamiento
fundamental del llamado ‘Plan Schlieffen’ que, sin embargo, falló en el verano
de 1914 a pocos kilómetros de París.
Entonces ni los
alemanes ni los aliados franceses y británicos tenían la fuerza suficiente para
imponerse a sus enemigos y de la ofensiva y de la guerra de avances se pasó a
las trincheras. Una inmensa red de trincheras desgarró Europa entre la costa
belga y la frontera suiza. Millones de soldados se protegían con ametralladoras,
artillería y alambres de espino, haciendo virtualmente imposible cualquier avance
y convirtiendo toda ofensiva en una misión suicida. Así lo tuvieron que padecer
los soldados de ambos bandos a lo largo del año 1915 en el que el frente no se
movió apenas pocos kilómetros al precio de miles de muertos. Era una situación
de empate que no se podía romper.
Este empate sería letal
para Alemania a largo plazo, pensó el general von Falkenhayn. Con pocos
recursos materiales para mantener una guerra a largo plazo, Alemania se iría
desgastando poco a poco hasta perder la guerra si continuaba paralizada por las
trincheras. Había que buscar una manera de sortear ese goteo de desgaste y
forzar la situación utilizando las ventajas de Alemania sobre sus enemigos. ¿Y
cuáles eran esas ventajas?: su población.
La
demografía como arma de guerra
En 1910 Alemania tenía 58,5
millones de habitantes, mientras que Francia solamente tenía 41,5 millones.
Pero lo realmente significativo era la evolución demográfica de ambos países:
durante el siglo XIX el incremento de la población en Alemania había sido de 34
millones de personas, mientras que en Francia había sido de 14,6 millones. La
tendencia era además muy favorable a Alemania, que en 1913 aumentó su población
hasta los 67 millones (casi nueve millones más en tres años), mientras que
Francia solamente creció hasta los 39,7 millones (menos de seis millones en
tres años). Esta evolución demográfica se reflejaba también en los ejércitos,
ya que Alemania podía presentar un ejército mucho más grande que los franceses.
Von Falkenhayn pensaba utilizar
esta ventaja de manera macabra: atacar a los franceses en un lugar determinado,
mantener la lucha causando muchas bajas y desangrarlos de tal manera que
acabaran agotados y pidieran la paz. Aunque Alemania también sufriría enormes
pérdidas, podría aguantarlas mejor que Francia. El objetivo era matar mucho
para ganar la guerra.
Así fue como el 21 de
febrero de 1916 el 5º Ejército alemán atacó en la zona del frente próxima a
Verdún. No era una zona estratégicamente demasiado importante y además se encontraba
muy bien defendida por una serie de fortificaciones. Al principio el ataque
cogió por sorpresa a los franceses y los alemanes avanzaron algunos kilómetros.
Incluso conquistaron a costa de muchas bajas algunos fuertes defendidos con
uñas y dientes. Pero no llegaron a conquistar la propia ciudad de Verdún. A
Falkenhayn le daba igual. El objetivo era desgastar a los franceses y estos
picaron el anzuelo. Convirtieron la defensa de Verdún en una prioridad nacional
y prácticamente todos los soldados franceses acabaron por pasar por ese
infierno de bombas, polvo, balas, miedo y dolor porque se impuso un sistema
rotativo por el cual las unidades que habían luchado allí eran reemplazadas por
otras. Así el horror se quedó grabado en la mente de loa mayor parte del
ejército francés.
Los alemanes atacaron con
furia y los franceses se defendieron con valor. Más tarde fueron los franceses
los que atacaron para recuperar el terreno perdido y los alemanes se
defendieron con tenacidad hasta que en diciembre de 1916, casi un año después
de que empezara la batalla, ambas partes dejaron de atacarse cuando el frente
prácticamente llegó al mismo punto desde donde había empezado la lucha.
Pero mientras tanto habían
muerto más de un cuarto de millón de soldados, 167.000 franceses y 150.000
alemanes, y otros 750.000 fueron mutilados o heridos. Más de un millón de víctimas.
Cuando acabó la batalla de Verdún Von Falkenhayn ya no era el jefe del Estado
Mayor alemán. Había dimitido meses antes, en agosto de 1916, porque las
críticas por las enormes bajas que estaba provocando su estrategia eran cada
vez más fuertes.
Finalmente los
franceses aguantaron la presión, pero el cálculo de Von Falkenhayn estuvo a
punto de cumplirse un año después de la batalla de Verdún: en mayo de 1917
estallaron una serie de motines en el ejército francés. Los soldados, muchos de
ellos veteranos de Verdún, estaban cansados de la guerra y pedían la paz. Al
final no lo consiguieron, pero sí evidenciaron que Francia estaba agotada.
Solamente aguantó hasta el final de la Primera Guerra Mundial gracias a la
ayuda de sus aliados británicos y de los EEUU que entraron en guerra justo para
evitar el derrumbe y ganar definitivamente el conflicto.
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