El
21 de diciembre de 1989 el último dictador comunista de Europa del este, el
rumano Nicolae Ceaucescu, creía que su régimen iba a durar muchos años más.
Mientras a su alrededor el bloque comunista se despedazaba y el Muro de Berlín
caía, Ceaucescu se sentía seguro. Para demostrar su aparente fortaleza convocó
una manifestación masiva de apoyo a su régimen. Pero las cosas se torcieron.
Cuando comenzó su discurso la masa comenzó a rugir. La reacción de Ceaucescu
fue una mirada perdida, de terror. En ese momento supo que su poder había
terminado. Y su vida. Cuatro días más tarde murió ejecutado.
En diciembre de 1989 el
mundo estaba cambiando. Desde que en verano el gobierno comunista de Hungríadecidió tirar las alambradas de su parte del telón de acero, los regímenes del
Pacto de Varsovia habían ido cayendo como fichas de dominó. Hungría, Polonia,
Checoslovaquia, Alemania oriental, Bulgaria, ya no tenían un gobierno comunista
o este estaba en pleno proceso de desintegración. Solamente la Rumanía de
Nicolae Ceaucescu se resistía.
Pero, a pesar de todos
los intentos de aislar a la población de la información de lo que estaba
ocurriendo en el resto de Europa, Rumanía no se escapaba de sus consecuencias.
En la ciudad de Timisoara se habían producido graves incidentes entre la
población civil y el ejército debido a una protesta contra el régimen, lo que
había provocado la muerte de varios de los manifestantes. Sin embargo, Ceaucescu
se sentía seguro. La rebelión estaba lejos de Bucarest, la capital, y por el
momento se circunscribía a una provincia étnicamente diferente con una mayoría
húngara y alemana. Para el dictador los habitantes de Timisoara nunca habían
sido auténticos rumanos. Él estaba convencido de que en su mayoría el pueblo le
apoyaba. Por eso se decidió a mostrar al mundo ese apoyo.
Bucarest, 21 diciembre 1989. |
El 21 de diciembre el
Partido Comunista de Rumanía convocó en Bucarest una manifestación masiva de
apoyo al régimen. Acudieron más de 100.000 personas portando pancartas rojas y los
retratos de Ceaucescu y de su mujer Elena (bastante más jóvenes en los carteles
de lo que ya eran en realidad). La plaza frente al edificio del comité central
del partido, el corazón del régimen, estaba abarrotada y la televisión ofrecía
el espectáculo en directo.
Ceaucescu, su mujer
Elena y el politburó comunista, abrigados y ataviados con abrigos y gorros de
pieles para combatir el frío, se asomaron al balcón del enorme edificio
neoclásico y el dictador comenzó su discurso.
Ceaucescu y el politburó rumano en 1989. |
Al principio era como
siempre. La masa en la plaza vitoreaba a su líder y daba palmas mientras
profería cánticos de apoyo al régimen. Con un tono monótono, la mirada fija en
su papel, Ceaucescu se disponía a cumplir con el ritual de todos los discursos comunistas
desde hacía décadas, dando las gracias a los asistentes y a los organizadores
del acto por su éxito. Incluso fue interrumpido por los gritos de “¡hurra!
¡hurra!” del público. Pero de pronto
algo cambió.
Ruge la masa
La masa comenzó a
rugir. La televisión estaba enfocando en ese momento al dictador. Ceaucescu levantó
sus ojos del papel para mirar a la plaza y su cara se transformó. Mientras el
rugido de la masa se hacía cada vez más fuerte, el dictador se quedó paralizado
durante unos segundos en los que apenas balbuceaba alguna palabra. Su mirada
reflejaba miedo, verdadero terror por lo que se estaba acercando a él. Durante
esos segundos el tirano se debió de dar cuenta de que se había equivocado. Que
su error de cálculo sería fatal. El pueblo no le quería. Ahora su brutal
dictadura se volvería contra él. Tenía las horas contadas. Su vida corría
peligro. Un hombre del servicio secreto vestido con gabardina y sombrero se le
acercó y sin ningún disimulo le conminó a entrar en el palacio. En ese momento
la imagen de la televisión dejó de enfocar a Ceaucescu y apuntó al cielo
mientras se oía lo que ocurría.
Para ver las imágenes de la televisión rumana de ese momento de pincha abajo:
La élite de Rumanía
apostada en el balcón del comité central estaba histérica. La mujer de
Ceaucescu apelaba a su marido a que dijera algo, que pusiera orden. Pero el
hasta entonces todopoderoso dictador solamente supo gritar patéticamente “¡aló,
aló!” a una masa fuera de control que ya no le obedecía.
¿Qué estaba sucediendo?
Lo que no estaban enseñando las imágenes de televisión era que en ese momento
miles de personas habían roto su disciplina y el cordón de seguridad, y estaban
asaltando el palacio de Ceaucescu. Miles de personas que tan sólo unos segundos
antes habían estado vitoreando al dictador estaban avanzando hacia el lugar más
sagrado del régimen comunista de manera totalmente espontánea y guiados por la
inercia de la masa.
El pánico se adueñó de
los líderes, que desesperados trataban de frenar a gritos la invasión desde el
balcón. Ceaucescu estaba en shock y durante un buen rato no supo decir nada
coherente hasta que la masa aparentemente se calmó y la televisión volvió a
enfocar al dictador y éste recuperó su discurso.
La manifestación se transformó en revolución. |
Pero ya era tarde para
él y su séquito. En ese momento y en esa plaza había comenzado la revolución. Los
manifestantes ya no se fueron a casa y el ejército se unió a la revuelta.
Solamente los miembros de la temida policía secreta, la Securitate, se
opusieron con violencia a la rebelión. Se sucedieron los disparos y los
enfrentamientos acabarían provocando más de mil muertos.
Al día siguiente, el 22
de diciembre, Ceaucescu y su mujer huyeron en helicóptero del palacio cercado.
Pero no llegaron muy lejos. Se había proclamado un gobierno provisional y el
dictador y su mujer estaban solos. Nadie les ayudó a escapar. Tras una huída
patética en varios coches requisados, fueron encerrados en una pequeña aldea donde
fueron arrestados. Se les hizo un juicio sumarísimo y el 25 de diciembre, la
que tan sólo cuatro días antes había sido la pareja más poderosa del país, fue
ejecutada.
Había caído el último
dictador del antiguo Pacto de Varsovia. Fue la revolución más sangrienta de 1989 en Europa.
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