El
Imperio Romano fue uno de los más poderosos de la historia. Para conseguir sus
objetivos nada se interponía en su camino. Los romanos estaban dispuestos a
todo, incluso a derrumbar las montañas cuando era preciso. Eso mismo es lo que
hicieron en las minas de Las Médulas donde transformaron la tierra en busca de
oro.
Las Médulas fueron
conquistadas en las Guerras Cántabras poco antes del cambio de era. Fue la
última guerra a gran escala en Hispania durante la conquista romana y una de las
últimas en todo el imperio antes de que el emperador Augusto decretara la pax romana.
En Hispania los pueblos recién derrotados y conquistados de los astures y
cántabros muy pronto comprobaron lo que eso significaría para ellos.
Como pueblo sometido,
los astures estaban obligados a realizar una serie de trabajos para sus nuevos
amos. Uno de los más peligrosos era en las minas de oro de Las Médulas, en el
Bierzo, una de las minas más grandes a cielo abierto de todo el imperio. Los
propios astures y sus antepasados habían recogido oro de los arroyos de la zona,
pero los métodos tradicionales usados por este pueblo no servían a los romanos.
Ellos querían una explotación a escala industrial.
El emperador Augusto
mandó explotar el antiguo yacimiento minero astur porque la economía romana
necesitaba oro. Se había introducido el patrón oro en el sistema monetario
romano y la demanda de este metal se disparó, y con ella la presión para
conseguir resultados. Esto obligó a los ingenieros imperiales a desafiar a los
propios dioses. El oro transforma a las personas. Despierta la avaricia y otros
muchos instintos humanos. Pero también el ingenio.
El problema del oro de
Las Médulas es que se encontraba (y se sigue encontrando) en forma de polvo
mezclado con la tierra y además en una proporción bastante reducida, de unos 10
a 20 miligramos por metro cúbico. Es decir, para conseguir una cantidad respetable
de ese metal hay que extraer, remover y filtrar miles de metros cúbicos de
tierra, un enorme esfuerzo para el que se necesita contar con una inmensa
fuerza de trabajo. Se calcula que en época romana la mina contaba con unos
60.000 trabajadores, pero la fuerza real con la que se operaba no era la
humana, sino la del agua.
El agua era vital
porque su caudal proporcionaba la fuerza necesaria para drenar el terreno de la
mina y conseguir mover la tierra y extraer de ella el oro. La energía
hidráulica era una prioridad y los romanos no dudaron en ir a buscarla a
decenas de kilómetros de distancia. Los ríos y arroyos de la zona circundante
fueron desviados sin piedad. Se construyeron canales de hasta 100 kilómetros de
longitud para llevar el agua a grandes depósitos desde los cuales era
distribuida por toda la mina. Pero la fuerza del agua no solamente servía para
drenar la mina y lavar la tierra para encontrar oro. También era la clave para
el arma decisiva de los ingenieros romanos: la destrucción de las montañas, un
sistema conocido como “ruina montium”.
Superar
el trabajo de los gigantes
El autor romano Plinioel Viejo lo describió así: "supera al trabajo de los
Gigantes; las montañas son minadas a lo largo de una gran extensión
mediante galerías hechas a la luz de lámparas, cuya duración permite medir los
turnos y por muchos meses no se ve la luz del día. Este tipo de explotación se
denomina 'arrugia' A menudo se abren grietas, arrastrando a los mineros en el
derrumbamiento [...]”
“Por ello se dejan numerosas bóvedas de piedra para sostener las
montañas. En los dos tipos de trabajos se
encuentran a menudo rocas duras; se las hace estallar a base de fuego y vinagre [o
agua], pero a menudo, como
en este caso, las galerías se llenan de vapor y humo; se destruyen estas rocas
golpeándolas a golpes de martillos que pesan 150 libras [unos
50 kg .] y los fragmentos son
retirados a las espaldas de hombres, [...]”
(Cita recogida en la web del Museo Virtual de la Ciencia, CSIC).
Plinio
revela unas condiciones de trabajo horribles, en las que la vida de los mineros
no valía nada. Apenas tienen tiempo de salir de las galerías que tan arduamente
han excavado para salvar sus vidas antes del derrumbe: “Acabado el trabajo de preparación, se derriban los apeos
de las bóvedas desde los más alejados; se anuncia el derrumbe y el vigía
colocado en la cima de la montaña es el único que se da cuenta de él. En
consecuencia, da órdenes con gritos y con gestos para poner en aviso a la mano
de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña, resquebrajada, se derrumba por sí
misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente
humana, así como un increíble desplazamiento de aire [...]"
El derrumbamiento de
las montañas y la muerte violenta de los mineros sepultados por la tierra en la
búsqueda incansable de oro se prolongó durante dos siglos, del I a principios
del III d.C. Se calcula que en total se removieron casi 100 millones de metros
cúbicos de tierra, medio millón al año. Un esfuerzo titánico que transformó
para siempre el paisaje y arruinó la vida a miles de personas, trabajadores
forzados que sucumbieron a los accidentes, al derrumbe de las montañas o
simplemente a las enfermedades pulmonares provocadas por el polvo inhalado
durante años de trabajo.
Todo este esfuerzo se
calcula que sirvió para que al final se extrajeran en total casi 5.000 kg de oro. ¿Mereció la pena?
Para consultar las cifras
estimadas de la mina romana, puedes pinchar aquí para ver el enlace a la web de
la Fundación Las Médulas.
Felicidades, un artículo claro y conciso. Tan solo una apreciación, el núemro de trabajadores era muy inferior, posiblemente de tan solo unos cientos, y aunque es posible que hubiese esclavos comunes, no representaban una mayoría. pues éstos son muy caros para desperdiciarlos en ese trabajo. Posiblemente los trabajadores de frente, los puestos más peligrosos, fueran prisioneros de guerra reducidos a esclavos del estado (recordemos el caso de Espartaco, según algunas versiones, entre ellas la de la película protagonizada por Kirk Douglas, comprado en las misnas de plata de Laurión, en Grecia), y criminales condenados "ad metalla". La prueba más tangible es la ausencia de asentamientos en las cercanías para tal contingente. Los únicos enclaves que se pueden relacionar de manera indudable con la explotación de Las Médulas (dejando de lado las coronas establecidas para el control de los canales, mucho más abundantes pero de pequeña extensión por lo general) son El Castrico de Orellán, que aalbergaría a menos de 100 personas, y la villa de Lago de Carucedo, de una familia adinerada, posiblemente el arrendatario de la explotación. Si tenemos en cuenta que un campamento legionario romano albergaba a una dotación de 6000 a 10000 hombres y ocupaba una extensión cercana a las 20 Has, un asentamiento de 60.000 esclavos requeriría más de 100 Has, sin contar las dotaciones de vigilancia, servicios como cocinas o aseos, etc.Nada similar se conoce en todo el bierzo y me atrevería a decir en todo el munodo romano. Confrontese esa cifra con las algo más de 500 Has de la explotación, y observaremos la disparidad. Eso sin contar con que en 200 años de explotación el número de fallecidos sería realmente impresionante, y por tanto el cementerio donde descansan, aún suponiendo para todos ellos una incineración y una simple urna en el suelo.
ResponderEliminarPor último, para comprender bien una mina romana de este tipo, yo aconsejaría la vista satélite de la existente en Omaña, de extensión cercana a la de Las Médulas pero menor impacto estractivo, lo que permite hacerse una idea de las arrugiae, los sistemas de canales, lavados, etc.
Muchas gracias por tu apreciación Goyo. Sin duda una aportación complementaria perfecta al artículo y muy interesante. Un saludo
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