Hace
150 años nació la Asociación Internacional de Trabajadores, más conocida
posteriormente como la Iª Internacional. Su objetivo era la coordinación de las
jóvenes organizaciones y sindicatos que habían surgido sobre todo en Europa a
raíz de los cambios sociales provocados por la Revolución Industrial y que
luchaban en defensa de los intereses de una clase social que estaba comenzando
a adquirir conciencia de sí misma, el proletariado. La Internacional era la
organización que debía impulsar la conciencia de clase y la solidaridad entre
los trabajadores de todo el mundo, una condición indispensable para mejorar sus
condiciones y alcanzar su objetivo final. Como escribió Carlos Marx en el
Manifiesto Inaugural, este era “la conquista del poder político”.
El 28 de
septiembre de 1864 los delegados de sindicatos y partidos obreros de
Inglaterra, Irlanda, Francia, Polonia, Italia y de Alemania dieron el paso
decisivo y firmaron el nacimiento de la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT) en St. Martin Hall de Londres. Fue un paso decisivo para
coordinar un Movimiento Obrero muy dispar en el que convivían sindicatos y
formaciones políticas de diferente espíritu y que concebían la defensa de los
intereses del proletariado de maneras incluso opuestas. Sin embargo, fue el
primer paso hacia la lucha organizada de la clase trabajadora a nivel mundial.
El Movimiento
Obrero estaba todavía en sus fases iniciales y recuperándose de la represión
desatada por los gobiernos europeos tras las revoluciones de 1848. En el
Manifiesto Inaugural de la AIT, redactado por Carlos Marx, se recuerda que
“después del fracaso de las revoluciones de 1848, todas las organizaciones de
partido (de clase) y todos los periódicos de partido de las clases trabajadoras
fueron destruidos en el continente por la fuerza bruta”. (Todas las citas de este artículo son del libro “Apuntes sobre el Movimiento Obrero”, de Luis Gómez Llorente). Miles de militantes fueron
encarcelados, y otros miles tuvieron que huir de sus países de origen y
exiliarse, como tuvo que hacer el propio Carlos Marx en Londres.
Inauguración de la AIT en 1864. |
Inglaterra era
precisamente el corazón de un fenómeno que se estaba desarrollando en Europa y
que en ese momento estaba empezando a tener unas consecuencias trascendentales
a escala global que cambiarían el mundo para siempre. La Revolución Industrial
estaba destruyendo el antiguo orden social. En pocos años millones de personas
se encontraban sin los marcos sociales que habían estado determinando el
destino de sus familias durante siglos.
Millones de
campesinos en todo el continente europeo fueron liberados de las centenarias ataduras
y obligaciones feudales, lo que además de su libertad significaba que se
encontraban a la intemperie y sin hogar,
por lo que se produjo un éxodo masivo a las ciudades para trabajar en las
industrias incipientes. Por su parte, en esas ciudades los trabajadores
tradicionales urbanos que se habían estado organizando en gremios durante
siglos para protegerse, sufrieron como esos gremios eran desmantelados y, de la
misma manera que los campesinos, de pronto se vieron desprotegidos y a merced
de los nuevos señores: los capitalistas dueños de los nuevos medios de
producción industriales y que decidían las condiciones de trabajo.
Lucha
contra la desigualdad y por la emancipación obrera
El proceso de
expansión industrial entre 1848 y 1864 fue impresionante. Gran Bretaña, Francia,
Alemania y los EEUU se configuraron como los estados en los que la Revolución
Industrial tenía un mayor impacto en ese momento, pero este no era precisamente
positivo para el conjunto de sus sociedades ya que el reparto de la inmensa
riqueza generada era muy desigual. Como afirmó el Primer Ministro británico de
la época, William Gladstone, “tan embriagador aumento de riqueza y de poder se
halla restringido exclusivamente a las clases poseyentes”. El resto de la
sociedad, es decir, la inmensa mayoría, quedaba fuera de esa riqueza que precisamente
era producida por esa mayoría. Esos antiguos campesinos y trabajadores
artesanos ahora eran trabajadores industriales y configuraban una nueva clase
que malvivía en las ciudades con unas condiciones laborales y sociales
generalmente inhumanas: el proletariado.
Conflicto laboral en una fábrica. |
El proletariado
era mayoritario, pero no estaba organizado para poder exigir su parte de las
riquezas que generaba. Pero eso iba a cambiar. En el Manifiesto Inaugural de la
AIT, Marx escribió: “La clase obrera posee un elemento de triunfo: el número.
Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y
guiado por el saber. La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los
lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes
países y que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por
la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos aislados”.
Estas eran las
claves de la nueva Asociación Internacional de Trabajadores creada el 28 de
septiembre de 1864 en Londres: Solidaridad entre los proletarios del mundo para
extender la conciencia de clase a todos los trabajadores, y conseguir las
mejoras de las condiciones de esta clase a través de la conquista del poder
político. Como escribió Marx en el Manifiesto Inaugural: “La conquista del
poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera”,
ya que “la emancipación de la clase obrera ha de ser obra de sí misma. (…) No
es una tarea local ni nacional, sino mundial, que abarca todos los países en
los que exista la sociedad moderna y cuya solución depende de la cooperación
práctica y teórica de los países más avanzados”.
Divisiones
internas
A partir de 1864
ya existía la plataforma para coordinar la lucha del Movimiento Obrero
internacional a través de la AIT, sin embargo esa lucha no estuvo libre de
graves obstáculos, no sólo aquellos puestos desde los gobiernos y los
capitalistas, sino también por las divisiones en el mismo seno del Movimiento
Obrero.
Marx |
A pesar de que el
Manifiesto Inaugural redactado por Marx plasmaba una serie de cuestiones
estratégicas clave en las que existía consenso entre las diferentes
organizaciones y corrientes obreras, no existía unidad de criterio a la hora de
definir la propia naturaleza de la lucha del Movimiento Obrero. En 1864 todavía
no existían partidos políticos de la clase trabajadora como los surgirían poco
después, y los sindicatos eran débiles y estaban poco o mal organizados,
excepto en Gran Bretaña. Y, sobre todo, existían distintas corrientes de
pensamiento para decidir cómo se debía llegar a la emancipación política de los
obreros y, sobre todo, para definir qué significa esa emancipación.
Por un lado
estaban las corrientes de pensamiento que el compañero de Marx, Federico Engels, definía (despectivamente) como “socialismo utópico”. Las ideas de Owen,
Saint Simon, o Fourier fueron calificadas de “irrealizables” y prácticamente
reducidas a ideas infantiles por parte de los seguidores del llamado
“socialismo científico” propugnado por Marx y Engels. Estos proponían el camino
hacia la emancipación de la clase obrera fundamentándose en el materialismo histórico, que veía la conquista del poder político como la conquista del poder
del Estado por el proletariado a través de partidos políticos revolucionarios
para, desde el poder estatal y mediante una “dictadura del proletariado”, desmantelar a ese mismo Estado y
construir una sociedad sin clases. Esta corriente fue conocida como la
“autoritaria” y sería el origen de los partidos socialistas y comunistas
posteriores.
Bakunin |
Por otro lado
estaban los seguidores del sindicalismo libertario propugnado por Bakunin y
Kropotkin, que desconfiaban de los partidos, y sobre todo de la dictadura del
proletariado, y defendían la toma del poder mediante una huelga revolucionaria
que destruyera directamente el Estado sin proceso intermedio. El propio Bakunin
criticó a Marx afirmando que “la dictadura del proletariado estaba abocada a
convertirse en dictadura sobre el proletariado”. Los seguidores de esta
corriente eran los anarquistas, defensores de la acción directa de los
trabajadores frente a sus patronos y sin intermediarios sindicales ni de los
partidos.
Aunque ambas corrientes
ideológicas tenían el mismo objetivo de conseguir la emancipación de la clase
trabajadora tras desmantelar el Estado, que veían como un instrumento de
dominación de la burguesía, eran incompatibles en la manera de conseguirlo, y
muy pronto esa incompatibilidad se dejó notar en el seno de la AIT. Se entabló
una dura lucha por el control de esta entre los partidarios de Marx y los de
Bakunin, hasta que finalmente los anarquistas y los marxistas se separaron. Fue
la primera escisión importante en el Movimiento Obrero.
La Iª
Internacional no sobrevivió mucho tiempo a esa escisión. En 1871 se produjeron
los hechos de la Comuna de París y, al igual que pasó tras las revoluciones de
1848, la represión de los gobiernos contra el Movimiento Obrero afectó a su
todavía frágil estructura. La sede de la AIT pasó de Londres a Nueva York, y
finalmente en su VI Congreso celebrado en 1876 se decidió su disolución.
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