Polibio |
¿La
ciudad valenciana de Sagunto está al norte del río Ebro? Cualquiera que eche un
vistazo a un mapa observará que se encuentra a unos 140 kilómetros al sur. Sin
embargo, este pequeño “detalle” geográfico no fue obstáculo para justificar una
de las guerras más terribles y decisivas de la historia: el enfrentamiento
entre Roma y Cartago por el dominio del mundo. Todo vale para justificar una
guerra, incluso falsificar la geografía.
A lo largo de la
historia se han utilizado numerosos trucos para manipular a la opinión pública,
y más cuando se trata de justificar decisiones de una enorme gravedad como es
una declaración de guerra. Ningún gobierno, ni siquiera el más autoritario y
agresivo, quiere aparecer como un agresor ya que el papel de víctima siempre es
más grato. Es más fácil justificar una guerra y apelar a la población a que
luche cuando es atacada que cuando asalta a sus vecinos.
En la Antigüedad
también era así. Uno de los casos más famosos y que incluso hoy despierta
cierta polémica, es el protagonizado por el historiador griego prorromano
Polibio y su historia sobre la Segunda Guerra Púnica. Escrito más o menos un
siglo después de los hechos, este texto demuestra la veracidad del famoso dicho
“la historia la escriben los vencedores”, ya que no disimula en ningún momento
su parcialidad y tiene claro en todo momento que la justicia está de lado de la
causa romana, ya que según Polibio, fue Roma la que sufrió la traición y el
ataque despiadado por parte de su enemiga Cartago. Un relato de “buenos y
malos” al más puro estilo de guión de Hollywood escrito hace más de 2.000 años
y que tiene su origen en la Península Ibérica, en concreto en la ciudad de
Sagunto.
Las murallas de Sagunto. |
El Ebro, la frontera entre
las dos potencias
Todo empezó con la
firma de un tratado en el año 226 a.C. entre Cartago y Roma. Después de la
Primera Guerra Púnica, en la que Roma derrotó a Cartago y la expulsó de las
islas de Sicilia y Cerdeña, los cartagineses buscaron crear un nuevo imperio en
tierras hispanas. Para evitar conflictos, ambas partes decidieron fijar su
frontera en el río Ebro. Polibio explicó
que “así, mediante embajada, (los
romanos) entablaron con Asdrúbal (el
líder cartaginés) un acuerdo por el que
nada decían del resto de Iberia, pero fijaban en el río Ebro la linde más allá
de la cual los cartagineses no debían llevar sus armas” (Historia de Roma,
Libro II, 13). Es decir, como insistiría Polibio varias veces en su obra,
habría paz “a condición de que los
cartagineses no crucen en son de guerra el río Ebro” (Libro III, 27).
Este tratado era la
clave de la paz. Mientras se respetara no habría guerra. Sin embargo, como
relató Polibio, los cartagineses no tardarían en traicionarlo llevados por sus
ansias imperialistas. En una primera fase, los cartagineses, liderados por el
famoso general Aníbal, masacraron sin piedad a los guerreros indígenas en su
zona de influencia al sur del Ebro y se prepararon para el asalto de la ribera
norte. En este punto el historiador comienza a ser confuso (¿deliberadamente?)
con respecto a la geografía. Ante la fuerza de la expansión cartaginesa liderada
por Aníbal, “ninguna de las poblaciones del otro lado del Ebro se atrevía sin
más a hacerles frente con excepción de Sagunto” (Libro III, 14).
¿A qué se refirió
Polibio con “del otro lado del Ebro”? Situó a Sagunto al norte del río y dentro
de la esfera de influencia romana estipulada en el tratado. Por eso explicó
también que Aníbal “de dicha ciudad
intentaba mantenerse lo más alejado posible, a fin de no brindar a los romanos,
según había indicado y advertido su padre Amílcar, ningún motivo claro de
guerra hasta tener bien sujeto bajo su poder el resto de los territorios”
(Libro III, 14).
Castillo de Sagunto, en la actualidad. |
Es decir, según Polibio
la cosa estaba clara: Sagunto estaba al norte del Ebro, dentro de la zona de
influencia romana, y era aliada de Roma protegida por un tratado internacional.
Cualquier ataque cartaginés resultaría una provocación y un ataque a Roma y a
su buena voluntad. Pero, teniendo en cuenta la política imperialista
cartaginesa, ese ataque era inevitable una vez que su zona de influencia
estuviera completamente asegurada y tuvieran las espaldas cubiertas para seguir
avanzando y lanzarse contra Sagunto y Roma.
Polibio aseguró que
este movimiento cartaginés resultaba tan obvio que los saguntinos esperaban
este ataque, ya que “enviaban continuas
embajadas a Roma, tanto porque preveían el futuro y les preocupaba su propia
situación como por el deseo de que no le pasase desapercibido a Roma cómo
prosperaban los asuntos de Cartago en Iberia. Y los romanos, que muchas veces
les habían hecho caso omiso, en aquella ocasión despacharon embajadores para
contrastar la información” (Libro III, 15).
Los embajadores romanos
aceptaron su deber de defender Sagunto y Polibio no deja lugar a dudas sobre la
justicia de su causa: “Los romanos
invocaban el tratado en vigor desde los tiempos de Asdrúbal para conminarlo a
que se mantuviera alejado de Sagunto, población acogida a la protección de
Roma, y no cruzara el río Ebro” (Libro III, 15). Es decir, en este pasaje Polibio
situó de manera explícita a Sagunto al norte del río Ebro, a pesar de
encontrase 140 kilómetros al sur, ya que según su relato era necesario cruzar
el río hacia el norte para poder atacarla vulnerando así el tratado con Roma.
Aníbal, ¿un líder
trastornado?
Aníbal. |
Si Polibio no tenía
suficiente con mentir sobre la ubicación geográfica de Sagunto, para justificar
la guerra tampoco dudó en crear una imagen de Aníbal más propia de un
trastornado que de un líder político y militar razonable: “Completamente dominado por impulsos violentos e irracionales no adujo
los verdaderos motivos, sino que se refugió en excusas fruto de la sinrazón.
(…) actuó como si desencadenase una guerra no sólo absurda, sino, sobre todo,
injusta” (Libro III, 15). Polibio explicó que fue de esta manera como, totalmente
dominado por sus pasiones irracionales y al margen de cualquier razón de Estado,
Aníbal empezó la guerra contra Roma asediando Sagunto y finalmente
destruyéndola y saqueándola.
La justificación de la
guerra estaba servida para los romanos que, “nada más tener noticia del infortunio sobrevenido a los saguntinos
nombraron embajadores que despacharon sin dilación a Cartago” (Libro III,
20). Como el ataque había sido ordenado por un presunto trastornado, Roma dio
una última oportunidad a Cartago para evitar una guerra general: “Ordenaban que se les hiciese entrega del
general y de sus consejeros, o en caso contrario declararían la guerra”.
(Libro III, 20).
No entregar a Aníbal
convertiría a los cartagineses en cómplices de un crimen contra un acuerdo
reconocido. Y, como era previsible, no aprovecharon la oportunidad para demostrar
lo contrario y Polibio presentó a los cartagineses como unos traidores que
olvidan convenientemente los tratados internacionales, ya que “los acuerdos con Asdrúbal los silenciaron
como si no hubieran existido” (Libro III, 21).
Polibio cerró así el
círculo de la justificación de la guerra. Cartago había cometido un acto de
traición y de injusticia por el que merecía la guerra y ser derrotada, porque,
como escribió Polibio, “fijar como causa
de la guerra la destrucción de Sagunto implica reconocer que los cartagineses
provocaron ésta de manera contraria a la justicia” (Libro III, 30).
Pero Sagunto no estaba
en la zona de influencia romana ni Roma hizo nada para disuadir a Cartago del
ataque a una ciudad que se encontraba fuera de su área de poder. Ambas
potencias seguían enemistadas tras la Primera Guerra Púnica y sabían que la
guerra era el único medio para dirimir su lucha por la hegemonía, por lo que
cualquier excusa era buena para volver a luchar. Aunque esa excusa implicara
mentir sobre la geografía. Pero en el S. II a.C. pocos sabían de mapas.
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