8/2/14

El zarpazo del Japón

En la noche del 8 de febrero de 1904 la flota japonesa atacó sin previa declaración de guerra a la flota rusa en el Pacífico. Fue un ataque sorpresa, un zarpazo inesperado que comenzó una guerra durísima por la hegemonía en el noreste de Asia. Significó el surgimiento de Japón como nueva potencia y puso en evidencia las debilidades de un Imperio Ruso al que le quedaban pocos años de vida.

Era de noche cuando los buques japoneses se acercaron con sigilo a la base rusa de Port Arthur, un puerto en China a orillas del Mar Amarillo que Rusia había ocupado como base de su expansión en esas tierras. Los barcos japoneses maniobraron hasta ponerse en posición de ataque y a la señal del almirante Togo, una andanada de torpedos surcaron veloces y silenciosos en dirección a sus víctimas. Los rusos no se lo esperaban y no estaban preparados. Muchos estaban durmiendo cuando, de repente, las explosiones les arrancaron del sueño y de la paz. Dos acorazados rusos fueron alcanzados.

La guerra había comenzado. Al día siguiente, la flota japonesa desembarcó a la infantería que no tardó en bloquear el puerto ruso en un asedio que duraría casi un año. Durante ese tiempo la flota rusa quedó atrapada mientras los japoneses conquistaban su propio imperio derrotando a los rusos en Corea y en Manchuria. Fue una guerra atroz, con miles de muertos por ambas partes. Pero, sobre todo, fue la primera vez en muchísimos años, que una potencia europea era derrotada por un país asiático.


El reparto del mundo

En 1904 el mundo estaba inmerso en plena época imperialista. Las grandes potencias europeas se habían repartido el mundo en colonias y zonas de influencia, y apenas quedaban países libres que no fueran europeos a excepción de América, donde los EEUU ya se veían a sí mismos como los dueños del continente desde la Doctrina Monroe. En África tan solo había dos estados independientes: Liberia y Abisinia (la actual Etiopía), y en Asia, donde la India, Indochina y las islas del sudeste tenían dueño europeo, el enorme imperio chino no había sido conquistado porque eso hubiera supuesto una guerra entre las potencias extranjeras que, como buitres, revoloteaban alrededor de este estado muy debilitado y en franca decadencia para quedarse con la mejor parte.
 
El mundo en 1900.



Aunque los europeos no conquistaron China, sí se la repartieron en zonas de influencia y tomaron el control de varios puertos desde donde monopolizar el comercio hacia el interior del país y ganar así una fortuna. Port Arthur era el puerto con el que se quedó Rusia, que no había saciado su apetito de más tierras tras la conquista de Siberia y la llegada al Océano Pacífico en Vladivostok.

Los rusos querían que su imperio siguiera creciendo, y como hacia el oeste esa expansión hubiera supuesto la guerra contra Alemania y Austria-Hungría, quedaba el extremo oriente asiático. Los planes del zar pasaban por conquistar la región china de Manchuria y hacerse con el control de Corea. Para ello se serviría del nuevo ferrocarril del Transiberiano, con el que llevaría soldados y funcionarios a las nuevas tierras.

Sin embargo, el zar no calculó bien y en vez de encontrar el camino libre a costa de un Imperio Chino débil y en decadencia, se topó de bruces con una nueva potencia emergente y poderosa: Japón.


De isla aislada a potencia industrial

A diferencia de sus vecinos asiáticos, Japón no había sido conquistado ni dominado por ninguna potencia europea. Aprovechando que era una isla, durante siglos había vivido de espaldas al mundo y encerrada en sí misma para evitar la influencia de otras culturas. Sin embargo, cuando en 1853 el comodoro estadunidense Perry obligó a cañonazos a los japoneses que abrieran sus puertos al comercio con los extranjeros (los europeos y los EEUU), Japón se encontraba en la misma situación de debilidad e indefensión que sus vecinos ante la previsible invasión comercial y militar de Occidente, que siempre comenzaba forzando el comercio y terminaba por apoderarse de sus víctimas. Sólo había una posibilidad para escapar del destino de ser una colonia más: convertirse en una gran potencia industrial y militar.

Infantería japonesa a finales del S. XIX.
En la segunda mitad del S. XIX Japón comenzó uno de los procesos de modernización más rápidos y espectaculares de la historia. Bajo el mando de la dinastía imperial de los Meiji, Japón pasó de ser una isla débil y dividida entre señores de la guerra, a ser un estado centralizado y fuertemente militarizado. El ejército dejó atrás a los antiguos samuráis que luchaban con espadas y a caballo, y adoptó la disciplina militar y las armas de fuego más modernas como cualquier otro ejército europeo de la época. Para proporcionar esas armas modernas, Japón levantó una industria comparable a la de cualquier otra gran potencia, dejando de ser un país fundamentalmente agrícola.

Esta revolución dirigida desde las élites evitó que Japón fuera conquistado y colonizado por otra potencia, pero también creó las necesidades y aspiraciones imperialistas típicas de cualquier potencia industrial de la época. Japón era un conjunto de islas superpobladas y, de la misma manera que Gran Bretaña, carecía en su territorio de las materias primas necesarias para mantener su flamante industria. Esas materias primas debían conseguirse en otros lugares. Es decir, Japón no sólo no sería conquistado, sino que se lanzaría a conquistar su propio imperio.


Un aspirante no europeo

Las primeras regiones que Japón querían conquistar eran las mismas que los rusos pensaban ocupar: Corea y Manchuria. Los japoneses también querían aprovecharse de la debilidad de China para expandirse, pero no fueron invitados al reparto por el resto de las grandes potencias. La razón era sencilla: los japoneses no eran blancos. En la época del imperialismo uno de los argumentos más utilizados para justificar el dominio de otras culturas por parte de los europeos era el racismo: la civilización occidental y blanca era superior y servía para civilizar al resto del mundo. La irrupción de Japón como potencia industrializada y avanzada desmentía esa supuesta superioridad racial, pero a pesar de que empezaba a contar con el respeto europeo –Gran Bretaña firmó una alianza con Tokio en 1902- Japón no fue reconocido a la hora de repartirse el pastel chino. Sólo le quedaba la guerra si quería hacerse con nuevos territorios.

Esa guerra estalló contra Rusia hace 110 años y fue todo un éxito para el Japón y una sorpresa para el mundo. Los soldados japoneses resultaron ser implacables y muy eficaces. En poco tiempo conquistaron la Península de Corea y penetraron en Manchuria acumulando victorias y demostrando ser muy superiores al ejército ruso.
 
Propaganda rusa.



Los rusos, en cambio, mostraron todas sus debilidades. Estaban mal dirigidos por un cuerpo de oficiales deficiente, estaban mal organizados y peor suministrados, y la moral era cada vez peor ante las inmensas bajas que sufrían frente a un enemigo al que habían subestimado simplemente por ser asiático. Todos los problemas y retrasos de la Rusia zarista salieron a la luz en esta guerra que cada vez resultaba más impopular y que provocaba cada vez más reacciones contrarias entre la población. Las élites rusas sentían cada vez más miedo hacia su propio pueblo y la tensión iba creciendo a medida que la guerra iba peor e iban muriendo cada vez más soldados provenientes, en su inmensa mayoría, de las clases sociales más bajas y castigadas.

En enero de 1905, cuando la guerra ya duraba casi un año, miles de trabajadores y campesinos marcharon en San Peterburgo al palacio del zar para exponerle sus quejas sobre la guerra. Pero en vez de ser recibidos por su ‘padrecito’, los soldados dispararon sobre la muchedumbre provocando centenares de muertos en lo que se conoció como ‘Domingo sangriento’. Estalló una revolución que a punto estuvo de acabar con la monarquía y que, a la larga, resultó ser el ensayo general de otra revolución mucho más exitosa en 1917.

La guerra terminó ese mismo año y después de una terrible batalla naval. La única manera de vencer a los japoneses era destruyendo su flota y dejando incomunicados de su patria a los miles de soldados en el continente asiático. Para ello, los rusos necesitaban presentar una batalla naval decisiva, pero su flota del Pacífico estaba bloqueada en los puertos sin atreverse a salir. Así fue como el almirantazgo ruso decidió enviar a la flota del Báltico a través de medio mundo para enfrentarse a los japoneses.

La expansión de Japón.
Esta flota zarpó de sus bases en octubre de 1904 y atravesó el Canal de la Mancha –donde a punto estuvo de provocar una guerra con Gran Bretaña al hundir unos barcos pesqueros ingleses-, el Océano Atlántico, el Cabo de Buena Esperanza, el Océano Índico y finalmente el Pacífico. La travesía duró ocho meses, y cuando llegó a su destino en mayo de 1905, la flota rusa fue completamente aniquilada en el Estrecho de Tsushima, entre Corea y Japón.


Los japoneses habían demostrado ser muy superiores a los rusos en tierra y en el mar. Habían derrotado a los rusos que se enfrentaban a una revolución en su propia casa, por lo que acabaron por pedir la paz. Esta llegó en septiembre de 1905 con el Tratado de Portsmouth. Rusia ya no se expandiría más en Asia, estaba agotada.

Japón había vencido. Ya tenía su propio imperio y era respetada y temida por las potencias europeas. Pero también sacó algunas conclusiones peligrosas para el futuro. Como, por ejemplo, que las guerras eran muy útiles y que se podían empezar con un ataque sorpresa. Casi 38 años después los japoneses tratarían de repetir su jugada de Port Arthur, pero esta vez mucho más lejos, en el puerto de Pearl Harbour, en Hawai, y contra un enemigo mucho más poderoso, los EEUU.  
   
     




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