Crecer
o morir, esa era la disyuntiva a la que se enfrentan los grandes imperios de la
historia. Son como máquinas insaciables que deben ser alimentadas
constantemente con nuevos territorios y recursos. Porque si dejaban de ser
cebados con nuevas conquistas y más guerras, ellos mismos se acaban devorando.
Es lo que le pasó al imperio de Carlomagno, el emperador que hoy es honrado
como el “padre de Europa” y que murió hace 1.200 años, el 28 de enero de 814.
Los grandes imperios de
la historia siempre han fascinado a las generaciones posteriores. Sus
emperadores y reyes son celebrados como grandes generales y mejores
gobernantes, y el nombre de sus dominios es de obligado aprendizaje en los
colegios. También son presentados con orgullo como el origen de nuestro
presente. Por ejemplo, el Imperio Carolingio,
que consta como el origen medieval de la Europa actual.
De sus gobernantes destaca
uno, Carlomagno, el primer emperador en
Europa occidental tras la caída del Imperio Romano. Su nombre es sinónimo
de grandeza y de unidad. Por eso, y para honrarlo, cada año se entrega el
premio ‘Carlomagno’ a una persona que haya demostrado su compromiso en la
construcción pacífica de Europa. 1.200 años después de su reinado, se ha
convertido en un ejemplo y en un referente de la Europa de hoy que hace bandera
de su bienestar y, sobre todo, de la diplomacia como método para dirimir los
conflictos.
Estatua de Carlomagno y bandera de la UE. |
Sin embargo, el imperio de Carlomagno era todo menos
pacífico. De hecho, si lo hubiera sido, no habría durado apenas unos años
y, seguramente, no habría sido lo grande que llegó a ser y Carlomagno no sería
hoy un referente al que se honra con premios en su nombre.
Lo explica el
historiador británico Peter Heather.
Él sostiene en su último libro, “La restauración de Roma”, que los nuevos
reinos germánicos surgidos tras la caída del Imperio Romano occidental en
Europa, entre ellos el de los francos de Carlomagno, estaban condenados a una existencia de lucha
constante y de conquista para mantener su propia existencia.
El
fin del Imperio Romano
Cuando el Imperio
Romano dejó de existir en Europa occidental en el año 476 d.C. (el imperio
oriental seguiría existiendo formalmente hasta la caída de Constantinopla en el
año 1453), se llevó consigo una organización estatal centralizada y
burocratizada que contaba con un ejército profesional. El mantenimiento de ese poder estatal se conseguía mediante la
recaudación de impuestos, y estos, a su vez, se cobraban en función de las
riquezas que proporcionaban las tierras.
Hasta la revolución
industrial, que no ocurriría hasta 1.400 años más tarde, las principales
riquezas y recursos del ser humano eran agrícolas. Las tierras en las que se
sembraba y se pastaba al ganado eran la base de la riqueza. Por lo tanto, mientras más tierras fértiles se
controlaban, más riquezas se poseían. Es decir: mientras más tierras
tuviese el imperio, más impuestos se podían recaudar y más poder militar estaba
a su disposición.
En este sentido, Peter
Heather explica que la caída del Imperio Romano se debió, fundamentalmente, a
la pérdida del control de provincias ricas y estratégicas, en concreto el
África del norte en torno a Cartago, el granero de Roma en esa época. Fue
conquistado por los vándalos hacia el año 430 d.C. y dejó de pagar impuestos al
imperio que, de esta manera, dejó de
ingresar los recursos necesarios para seguir pagando a sus ejércitos.
Sin dinero que recibir,
los soldados dejaron de luchar. Los mercenarios bárbaros, los foederati que habían entrado en el
imperio no tanto para destruirlo como para hacerse con sus riquezas, decidieron hacerse ellos mismos con el
control político y con ello de los recursos disponibles, ya que sus antiguos
superiores ya no podían pagarles sus soldadas. Por eso el general godo
Odoacro simplemente apartó al último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, y dio carpetazo a casi mil años de historia.
Así fue como, grosso
modo, cayó el Imperio Romano: No fue simplemente una invasión bárbara, sino que
se quedó sin recursos y cuando no pudo pagar la factura de sus soldados, estos
–que eran en su mayoría bárbaros- decidieron cobrársela por su cuenta.
El
reino de los francos
El imperio centralizado
y burocratizado había dejado de existir porque no podían pagar esa burocracia
ni a su ejército, y los reinos que le seguirían (de los francos, vándalos,
visigodos y ostrogodos, los burgundios, etc.), aunque trataron siempre de justificarse
como los herederos de Roma, funcionaban de otra manera.
El trono de Carlomagno. |
Los reyes francos, por
ejemplo, no lo eran por una cuestión estrictamente legal. Aunque sí estaba
aceptada la legitimidad de los hijos y familiares de un linaje como herederos
al trono (los merovingios primero y los carolingios después), y acabaron por
adoptar la llamada “voluntad de Dios” para explicar por qué una persona era rey
y no otra, en realidad, cada vez que un
candidato llegaba al trono, tenía que comprar literalmente sus apoyos entre los
nobles que le rodeaban, los futuros condes, duques y marqueses.
La causa es muy
sencilla: a falta de los recursos
(tierras) del antiguo Imperio Romano, los francos no podían permitirse un
ejército profesional leal al rey (que era el que pagaba), por lo que los
ejércitos francos eran en realidad la suma de los pequeños ejércitos (al
principio bandas de guerreros) que los nobles podían reunir para sumarlos y
ponerlos a disposición del rey.
Estaban obligados a
hacerlo, ya que estos nobles no pagaban impuestos –otra causa de los menores
ingresos de los reyes francos con respecto a los emperadores romanos-, y el servicio militar era el servicio por
excelencia que le debían a su señor. Pero ese servicio no era gratis: o se
recompensaba debidamente o podía volverse en contra del rey ya que,
evidentemente, el monarca no tenía un ejército propio con el que defenderse de
sus propios nobles en caso de problemas.
Entonces, ¿cómo podían
los reyes recompensar a los nobles? Muy sencillo: conquistando tierras, ya sea la de los nobles rebeldes que se oponían
en un principio a la subida al trono del candidato vencedor o, muy
especialmente, las de los reinos vecinos.
Es decir, para que un
rey pudiera primero optar al trono y asegurarlo después, tenía que ir a la
guerra constantemente para saquear y conquistar las riquezas necesarias con las
que pagar a sus cómplices. Si no lo hacía, éstos se volverían contra él y saquearían su propio reino.
Esto explica que
Carlomagno, además del reino franco que había heredado de su padre, se
apoderara también del reino de los lombardos en Italia, de los territorios al norte del río Ebro en Hispania y de los territorios de los bávaros, que mantuviera
una guerra sangrienta de más de 30 años contra los sajones en Germania y que
llegara hasta el norte de los Balcanes en los 46 años que reinó entre los años
768 y 814. Fue una expansión
impresionante que unificó militarmente bajo un solo poder una franja de terreno
parecida al antiguo Imperio Romano occidental.
Sumando a ello el prestigio
que atesoró el propio Carlomagno como general y gobernante en su constante
ampliación de sus territorios, hizo que fuera coronado emperador en la navidad del año 800 por el papa. Fue el
momento álgido de los carolingios. Sin embargo, sólo algo menos de 30 años
después de su muerte, en el año 843, su imperio se dividió entre sus sucesores
que no tardaron en embarcarse en terribles guerras entre ellos y que terminaron,
a la larga, por destruir definitivamente el imperio. ¿Por qué?
El
fin de la expansión y del imperio
Según Peter Heather la
causa era la multitud de herederos francos y, sobre todo, la falta de
posibilidades de seguir con la expansión del imperio y, con ello, la falta de
recursos nuevos con los que pagar la lealtad de los nobles.
A la muerte del hijo de
Carlomagno, Ludovico Pío, en el año 840, le sucedieron sus tres hijos Lotario,
Luis el germánico y Carlos el calvo. A diferencia de su padre, de su abuelo
Carlomagno y de sus antecesores Pipino el breve y Carlos Martel, esta vez existían tres
pretendientes al trono a la vez y con fuerzas suficientes para disputarlo, ya
que el heredero no tenía que ser automáticamente el primogénito. En un
principio, y como ninguno era lo suficientemente fuerte como para imponerse a
los demás, se dividió el imperio en tres
partes según el Tratado de Verdún en el año 843. Sin embargo, eso no supuso
la paz.
Cada
grupo de partidarios de los nuevos reyes quería su parte del botín y ser
recompensados por su apoyo.
Eso significaba la guerra contra sus vecinos, en este caso contra sus hermanos
porque ya no era posible empezar nuevas guerras de conquistas contra enemigos
exteriores: o éstos eran muy poderosos (como por ejemplo los musulmanes del
Califato de Córdoba), o los propios reinos francos eran demasiado débiles
debido a su división. Así fue como las espadas francas se acabaron por dirigir
contra los propios francos.
Las
guerras entre los distintos reinos francos los debilitaron cada vez más, sobre
todo de cara a los propios nobles.
Llegó un momento que los reyes, para poder seguir contando con los ejércitos de
sus nobles, tenían que hipotecar sus propias tierras y riquezas. Es decir, como
no conseguían robar las tierras y riquezas de otros, tenían que entregar las
suyas propias. Perdían así poder ellos mismos y se iban igualando cada vez más
a sus propios nobles hasta que, con el paso de los años, apenas existía
diferencia entre el rey y ellos.
Llegó
un momento en el que los monarcas francos se estaban quedando sin riquezas que
repartir y por ello sin la posibilidad de reclutar tropas con las que podría revertir la
situación conquistando nuevas tierras. Es decir, los reyes francos fueron
cayendo en el mismo círculo vicioso del Imperio Romano 400 años antes: sin
impuestos, sin riquezas y sin soldados. Sólo era cuestión de tiempo que los
nobles les dieran una patada a los reyes carolingios y se disputaran ellos mismos
el trono.
Y eso es lo que
ocurrió. En la parte oriental del antiguo imperio, en Germania, el último
carolingio, Arnulfo de Carintia, fue sustituido en el año 899 por uno de los
nobles de su entorno. En la parte occidental, en Francia, la dinastía
aguantaría casi un siglo más, pero ya sin poder ninguno y en un estado de suma
debilidad ante los nobles hasta que en
el año 987 Luis V el indolente cerró la lista definitivamente de la dinastía
carolingia.
Los últimos reyes
francos no pudieron seguir las conquistas de sus antecesores y por ello no
pudieron conseguir las riquezas necesarias para pagar a sus seguidores, los
cuales, ante la creciente debilidad de los reyes carolingios, acabaron con
ellos. El imperio, cuando dejó de
crecer, murió.