El
3 de abril de 1849 el rey de Prusia, Federico Guillermo IV, se negó a aceptar
la corona imperial sobre toda Alemania de manos del Parlamento Federal de
Frankfurt, el corazón de la revolución que en ese momento sacudía el centro de
Europa. Este gesto del rey prusiano puso fin a las esperanzas de la revolución
y a un futuro desarrollo liberal de lo que muy pronto sería el país más
poderoso del continente.
En abril de 1849
Alemania llevaba más de un año de revolución. En marzo de 1848 la burguesía,
los trabajadores, los intelectuales y los estudiantes salieron a la calle en
Berlín, Viena, Múnich y otras capitales de los reinos alemanes para pedir
unidad y libertad. Construyeron barricadas y hubo muchos muertos, pero
triunfaron y consiguieron crear una federación alemana y un parlamento con sede
en Frankfurt. Eran los herederos de la Revolución Francesa que 50 años antes
había dejado su impronta en toda Europa.
Alemania era a
principios de 1848 un lugar reaccionario, como la mayor parte del continente. No
existía como país, sino que estaba formado por decenas de estados
independientes de los cuales los más poderosos, con diferencia, eran Prusia y
Austria, los dos vencedores de Napoleón en 1815. Como tales vencedores los
prusianos y austriacos –junto a rusos, franceses y británicos- se presentaron
como los garantes de la Europa del Congreso de Viena, una Europa ideada por el
canciller austriaco Metternich y que tenía como objetivo impedir que surgiera
en el futuro una nueva revolución como la francesa. Era la ‘reacción’ de las
monarquías frente a la ‘revolución’ de la burguesía y el pueblo.
Sin embargo, los
valores revolucionarios de la libertad, igualdad y fraternidad seguían vivos.
No sólo en Francia, sino también en los estados alemanes que habían sido
conquistados por los franceses y muy influenciados por estos valores, sobre
todo entre la élite intelectual y burguesa.
El ocaso de los reyes
Europa estaba viviendo
a principios del S. XIX el auge de la burguesía como clase social. Estaba a las
puertas de la Revolución Industrial y ya era consciente de que era la clase más
influyente y rica, y por lo tanto exigía participar en las decisiones políticas
que tanto afectaban a sus vidas. Para ello exigían sobre todo que las
monarquías pasaran a ser constitucionales.
La bandera revolucionaria alemana de 1848. |
Es decir, no aceptaban
que los reyes lo fueran por voluntad de Dios y que gozaran de un poder absoluto
sobre el destino de sus súbditos. Exigían que los reyes aceptaran que lo eran
por voluntad de la nación y que sus actos estuvieran limitados por los derechos
y la soberanía de sus súbditos. Esta limitación del poder real estaría
simbolizada y garantizada por una constitución.
En Alemania, además de
este rechazo a la reacción monárquica, se sumaba otro anhelo: la unidad
nacional. El país estaba dividido en decenas de estados independientes pero con
la misma cultura y la misma lengua. La Revolución Francesa había introducido la
idea de la nación y amplios sectores de la burguesía alemana, sobre todo los
estudiantes, aspiraban a unificar todo este espacio cultural disperso en un
solo espacio político. La idea era “una cultura, una nación y un estado”,
regulado por una constitución y basado en la libertad y la soberanía de la
nación. A este movimiento cultural y político se la llamaría “romanticismo”.
La lucha alemana contra la
reacción
La lucha contra las monarquías
reaccionarias comenzó en febrero de 1848 cuando en Francia estalló la revolución que enseguida saltó a Alemania. Los franceses iban un paso por
delante. Allí no se desarrollaba una revolución para conseguir una
constitución, ya que la tenían desde 1830 fruto de otro levantamiento. Esta vez
los franceses querían echar al rey e implantar la república. Pero en Alemania
no estaban aún esa fase. La aspiración no era echar a los reyes
sino controlarlos.
Berlín, Viena, Múnich,
Frankfurt, Dresde, Stuttgart, etc., todas las capitales alemanas vieron sus
calles tomadas por barricadas y miles de revolucionarios decididos a hacer
realidad sus sueños de unidad y libertad. El emperador austriaco huyó de su
palacio y el rey de Prusia, Federico Guillermo IV, fue obligado a seguir la
corriente a los revolucionarios, jurando lealtad a sus ideales y rindiendo
honores a sus caídos.
El Parlamento de Frankfurt. |
Estos ideales se
pusieron en marcha en Frankfurt, la sede histórica de la dieta –una especie de
parlamento medieval- del antiguo Sacro Imperio. Un parlamento federal compuesto
por diputados de toda Alemania se instaló en la iglesia de San Pablo
(Paulskirche) y comenzó a escribir una constitución para todo el país. Pero
entonces surgió una cuestión fundamental, ¿a qué rey había que ofrecerle la
corona de toda Alemania a cambio de jurar lealtad a esa constitución?
Había dos grandes
reinos que destacaban por encima de la multitud de estados pequeños que
componían Alemania. Prusia y Austria habían salido muy reforzados de sus
guerras con Napoleón y cualquier esfuerzo de unificación pasaba forzosamente
por ellos. El Imperio Austriaco era el más fuerte, sin embargo estaba compuesto
en más de su mitad por territorios no alemanes: el Reino de Hungría, en los
Balcanes y en zonas de Polonia (Bohemia, aunque era eslava, sí se consideraba
alemana). Estos territorios no tenían cabida en el proyecto nacionalista panalemán
por lo que el emperador austríaco, Fernando I, debía prescindir de ellos si
quería ser el nuevo emperador de Alemania. Era la llamada solución “granalemana”
(grossdeutsche Lösung) y era apoyada por los partidarios de los austriacos para
dirigir Alemania.
Pero Fernando I se
negó. Precisamente estaba en plena guerra contra sus súbditos húngaros que
habían aprovechado los acontecimientos revolucionarios europeos de ese año para
proclamar la independencia y la defensa de los valores constitucionales. No
entraba en los planes del emperador concederles la independencia y aceptar la
constitución en Alemania. No quería perder una corona y su poder absoluto a
cambio de un imperio constitucional controlado por un parlamento en Frankfurt.
Los estados alemanes en 1848. |
Descartada Austria, la
siguiente opción era Prusia. La ventaja de este reino era su homogeneidad cultural
alemana. La desventaja era que, una vez descartada Austria, Prusia tendría el
poder absoluto en la nueva Alemania unida debido a la debilidad de los demás
estados pequeños, y el rey prusiano Federico Guillermo IV no era precisamente
un liberal convencido y partidario de la constitución. Al final y tras largos
debates que se prolongarían durante un año, los partidarios de la solución “pequeñoalemana”
(“kleindeutsche Lösung”) se acabaron imponiendo y el 3 de abril de 1849 le
ofrecieron la nueva corona constitucional alemana al rey de Prusia. Pero
Federico Guillermo IV dijo “no”.
Un camino truncado
La sorpresa y la
decepción fueron enormes entre los revolucionarios, que vieron cómo toda la
estructura que tan penosamente habían construido se venía abajo con un simple “no”.
Los acontecimientos se sucedieron muy deprisa a partir de entonces. Herida de muerte,
la idea de unidad y libertad fue desapareciendo a medida que la reacción
monárquica iba cogiendo fuerza.
Federico Guillermo IV de Prusia. |
Muchos historiadores
alemanes del S. XX consideran que ese fue un momento crucial para el desarrollo
político de Alemania. Según su teoría el rey de Prusia truncó el camino de una unidad
alemana basada en los valores constitucionales y de la libertad. La unidad en
sí misma se haría realidad, pero de otra manera.
22 años después de
rechazar la corona alemana constitucional, Prusia consiguió la unidad alemana,
pero imponiendo su poder tras tres guerras y fuertes chantajes a los pequeños
estados alemanes. Prusia y el nuevo Imperio Alemán tendrían una constitución,
pero no basada en los valores que inspiraron la revolución de 1848. Alemania
sería un estado autoritario. La monarquía y la aristocracia mantendrían un
papel hegemónico sobre las demás clases y, sobre todo, el ejército, la
institución más reaccionaria, sería el garante de la unidad del nuevo estado al
margen de cualquier control político que no fuera el propio Káiser.
Según estos historiadores
aquí se encontrarían los ingredientes que llevarían a la Primera Guerra Mundial
en 1914 y al ascenso de los nazis al poder y a la Segunda Guerra Mundial en
1939. Un camino que, quizás, podría haberse evitado en 1849.
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