Hace
70 años, en la noche del 9 al 10 de julio de 1943, los aliados volvieron a
poner su pie en Europa después de haber sido expulsados tres años antes tras la
conquista alemana de Francia. Esa noche desembarcaron en la isla de Sicilia y
por primera vez en la Segunda Guerra Mundial llevaron la lucha al territorio de
sus enemigos. Italia y Alemania acababan de ser expulsados de África, y ahora
debían hacer frente a una amenaza directa: un nuevo frente en el Mediterráneo.
Después de ser
expulsados de Túnez, los alemanes sabían que los aliados angloamericanos no
iban a detenerse en el norte de África. Sabían que atacarían en algún lugar del
Mediterráneo. ¿Pero dónde? Había miles de kilómetros de costa donde podían ser
invadidos. En el sur de Francia, en la costa dálmata, en Grecia, y también,
claro, en Sicilia.
Para no corre riesgos,
la Wehrmacht alemana y sus aliados italianos tuvieron que cubrir con miles de
soldados todos esos kilómetros de costa por si acaso. Un esfuerzo muy considerable
teniendo en cuenta que en el corazón de Ucrania se estaba librando una de las
batallas más espectaculares de la historia en torno a la ciudad de Kursk en la
que participaban millones de soldados soviéticos y alemanes. La cuerda se
estaba empezando a estirar demasiado para Alemania y amenazaba con romperse en
cualquier momento.
Eso era precisamente lo
que buscaban los aliados. Querían confundir a sus enemigos sobre sus intenciones,
crear falsas expectativas y mandar señuelos que les distrajesen del verdadero
objetivo de la invasión: Sicilia. Por eso inventaron un plan muy sencillo:
hacer creer al enemigo que desembarcarían en otro lugar.
Un cadáver abrió el
camino para la invasión de Sicilia. El gancho de esta historia fue “el hombre que nunca existió”: el oficial de la marina británica William Martin. Su cuerpo
apareció flotando el 30 de abril de 1943 en la costa de Huelva. Portaba un
maletín con una información muy delicada: los presuntos planes de una invasión
de Grecia y Cerdeña. Las autoridades franquistas por supuesto hicieron llegar
esa información a los alemanes, que creyeron tener la clave de la futura invasión.
Pero era un ardid. William Martin no existía, todo fue un engaño que tuvo éxito.
Cuando desembarcaron los soldados estadounidenses y británicos en Sicilia el 9
de julio, las mejores tropas alemanas estaban en Grecia esperándoles.
La mayor invasión de la
historia
Fue la mayor invasión
anfibia de la historia hasta ese momento, la Operación Husky, aunque un año
después sería superada por el desembarco de Normandía. Unos 160.000 soldados
aliados fueron transportados y lucharon en Sicilia. Un mes más tarde, más de
5.500 habrían muerto, casi 20.000 habrían resultado heridos y unos 4.500
habrían desaparecido.
Estas cifras demuestran
que la lucha fue despiadada. A los aliados se enfrentaron unos 265.000 soldados
italianos, la mayoría hartos de la guerra y de poco valor militar. La guerra
estaba llegando a su casa y muchos ya veían que la guerra se estaba perdiendo.
La fe en Mussolini se estaba hundiendo y con ella la motivación de continuar la
lucha. En septiembre de 1943, tan sólo dos meses después del desembarco en Sicilia,
el dictador italiano sería depuesto por sus propios seguidores e Italia se
rendiría. Pero Hitler no estaba dispuesto a tirar la toalla tan fácilmente.
A pesar de estar
enfrentándose a una durísima lucha en el este contra la URSS, el dictador
alemán reaccionó rápido y envió a la élite de sus fuerzas a repeler la invasión
en Sicilia. La división panzer (blindada) Hermann Göring y los paracaidistas,
en total 40.000 hombres motivados y muy bien entrenados que, sin embargo, poco
podían hacer contra la enorme superioridad material y aérea de los aliados.
La lucha fue cruel y
despiadada. El calor veraniego, la resistencia y el terreno montañoso muy dado
a emboscadas convirtieron la batalla en un infierno sin reglas. Más de 60
prisioneros de guerra italianos fueron asesinados por los norteamericanos sin que
hubiera consecuencias penales. Incluso el propio general Patton fue relevado
del mando tras amenazar a un soldado que sufría estrés por el combate. Los
nervios estaban a flor de piel y la lucha era atroz y los avances lentos porque
los alemanes, que sabían que poco podían hacer, retrasaron la caída para
organizar la retirada al continente salvando todo lo que se pudiera salvar.
Esta táctica tuvo
éxito. Los aliados tardaron más de un mes en conquistar la isla y sufrieron
30.000 bajas. Los alemanes e italianos, por su parte, lograron evacuar más de
100.000 soldados que participarían en el futuro en las batallas de Italia, el
siguiente paso en la guerra en el Mediterráneo.
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