El 23 de febrero de
1981 el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina entró en el
hemiciclo del Congreso de los Diputados y pronunció su histórica frase: “¡Todo
el mundo al suelo!”. Ocurrió hace ya más de 32 años. Fue, por el momento, el
último golpe de Estado en la historia de España. - Publicado en MBC Times
El momento y el lugar
del golpe fueron estratégicos. Ese 23 de febrero todo el poder legislativo y
ejecutivo español se encontraba en el Congreso de los Diputados participando en
la elección del nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, tras la
dimisión de Adolfo Suárez pocos días antes. Todos los diputados y ministros
estaban en la misma sala. Cuando llegó Tejero cerró la puerta y les convirtió
en rehenes.
Hubo algunos momentos
de alta tensión, de forcejeos con los asaltantes, como la mítica imagen de Manuel
Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno, exigiendo al golpista que se
cuadrara y siendo interrumpido por una salva de ametralladora. Comenzó entonces
una tensa y extraña espera. ¿A quién? ¿Y ahora qué? Un oficial se dirigió a los
diputados y les explicó que esperarían hasta la llegada de lo que denominó
“autoridad competente, militar por supuesto”. ¿Quién era esa persona? Esto ha
dado pie a la creación de rumores y demás teorías conspirativas sobre la
responsabilidad última de este golpe de Estado.
¿Vuelta
a la Guerra Civil?
Tras la entrada en el
Congreso por Tejero y sus guardias cundió el miedo en muchos sectores sociales
comprometidos con la construcción de la nueva democracia. En especial entre la
izquierda política se temía la vuelta a una política de represión como la que
acompañó al golpe de los militares en 1936. Muchos militantes socialistas y
comunistas comenzaron a ocultarse o a preparar la marcha al extranjero, en
mucho casos el retorno al exilio tras años fuera del alcance del régimen de
Franco.
Sin embargo, la oleada
represiva no llegó. El Ejército se mantuvo quieto en los cuarteles aunque hubo
excepciones. En Valencia el gobernador militar Jaime Milans del Bosch sacó los
tanques a la calle, y una patrulla de la Policía Militar entró en la sede de
RTVE en Prado del Rey para controlar el único medio de comunicación de masas en
España. Hubo otros episodios que casi acabaron en la salida de los militares a
apoyar a Tejero, como por ejemplo en la base de la división acorazada Brunete
en Madrid, cuyos tanques ya estaban en fila esperando la orden para salir a la
capital. Esa orden no llegó por pocos minutos. Pero no lo hizo por lealtad a la
joven democracia.
La mayoría de los
gobernadores militares y altos oficiales del Ejército se mantuvieron a la
expectativa, es decir, no tomaron parte hasta cerciorarse de hacia dónde
giraban los acontecimientos. Ninguno asumió la responsabilidad o dio el paso de
defender la Constitución públicamente. Todos esperaron a lo que dijera su
comandante en jefe: el rey. Y en ese sentido su discurso, televisado y
mostrando al monarca ataviado con su uniforme militar (con lo que les recordaba
a los oficiales que era su superior) deslegitimó el golpe para aquellos sectores
que andaban aún a la espera antes de pronunciarse.
Un
gobierno de concentración nacional en plena guerra fría
La transformación del
golpe de Estado en Madrid en uno a nivel nacional quedó así frustrada. Pero Tejero
seguía en el Congreso con los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados.
Entonces entró en escena el general Alfonso Armada, en ese momento recién
nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército. Durante 17 años, hasta
1977, dirigió la Casa del Rey, por lo que estuvo muy unido a Juan Carlos I
durante la época crucial de la formación del monarca y en los primeros momentos
de la Transición. Es indudable de que ejercía una gran influencia, o eso
pensaba.
Armada se presentó en
el Congreso y ofreció a Tejero la oportunidad de dejar el golpe a cambio de
imponer un gobierno de concentración nacional, con él al frente, pero
integrando a los partidos políticos. ¿Era él la autoridad militar competente a
la que estaba esperando Tejero? ¿Urdió armada el golpe para llegar al poder?
¿Le pudo su ambición? ¿Tenía posibilidades de éxito?
El contexto político de
1981 hacía plausible lo que estaba ocurriendo en España. El mundo se encontraba
en plena guerra fría entre los bloques de la OTAN y el Pacto de Varsovia. De hecho,
desde 1980 las relaciones entre ambos bloques se habían vuelto a deteriorar
tras una etapa de distensión. En diciembre de 1979 la URSS invadió Afganistán
ante la protesta de los EEUU y sus aliados, y ambos ejércitos se estaban
armando con misiles nucleares tácticos en Europa, lo que aumentaba la tensión a
ambos lados del telón de acero.
España era un país
estratégico, dominando el Mediterráneo occidental y la base británica de
Gibraltar. Su pertenencia al bando occidental había sido una de las prioridades
de los EEUU en Europa –y el fin del aislamiento diplomático del régimen de
Franco. Con la transición a la democracia entraban en juego actores políticos
diferentes y la estabilidad política de España entró en una fase delicada. Con
atentados casi diarios de ETA y una presión muy fuerte por parte de los
sectores más ultraderechistas de la sociedad que no aceptaban la recuperación de
la pluralidad democrática –entre ellos muchos militares de alto rango-, la
nueva Constitución sufría ataques desde los dos extremos provocando una tensión
peligrosa.
Tejero
se rebela
¿Pensó Armada que un
gobierno de concentración nacional podría recuperar esa estabilidad? ¿Pensó que
contaría con el apoyo de la OTAN? ¿Engañó a Tejero? El caso es que no contó con
el apoyo del teniente coronel de la Benemérita. Según escribe Javier cercas en
su libro “Anatomía de un instante”, Tejero practicó entonces un segundo golpe
de Estado, esta vez contra Armada. No habría gobierno de concentración
nacional. Tejero era un franquista, fiel al régimen del 18 de julio de 1936. No
había entrado en el Congreso para que los partidos políticos continuaran
existiendo.
Pero aparte de Armada
nadie más se acercó al Congreso. No hubo un segundo alzamiento nacional. Tejero
se quedó solo. Al día siguiente se rindió. Al final la justicia militar fue
benigna con los oficiales que se sublevaron. Tejero, Milans del Bosch y Armada
fueron señalados como los cabecillas y fueron los que recibieron las peores
condenas. Pero no duraron mucho. Armada fue indultado en 1988, Milans del Bosch
en 1990 y tejero salió a la calle en 1996, tan sólo quince años después de sus
dos golpes de Estado. Mientras tanto, en marzo de 1982 España entró en la OTAN,
pertenencia confirmada por referéndum en 1986. Ya no había riesgo de
desestabilizar el bloque occidental desde la Península Ibérica.
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