Juliano, el "apóstata" |
El
5 de marzo del año 363 d.C. un poderoso ejército romano salió
de la ciudad de Antioquía rumbo al este. Su objetivo era el Imperio Sasánida,
los herederos de los persas. Constituían una amenaza constante para un Imperio
Romano que también tenía que hacer frente a unos bárbaros cada vez más activos
en sus fronteras de Europa. Al frente del ejército marchaba el emperador Juliano,
una hombre muy peculiar. El último emperador pagano.
La historia la escriben
los vencedores. Son ellos los que dictan el punto de vista desde el cual las
generaciones posteriores verán los acontecimientos del pasado, y serán sus
ideas y su discurso los que conformarán la manera en la que en el futuro se
encarará el presente. Aunque esto parece un poco confuso, si se explica con un
ejemplo parecerá más claro: Juliano fue un emperador romano que quiso dar
marcha atrás a la expansión del cristianismo y apostó por la filosofía clásica
como guía para entender el mundo. Juliano perdió su batalla, y fueron los
cristianos los que escribieron su memoria, denostándolo como “apóstata” o “traidor”,
un loco que fue en contra de su tiempo y que estaba abocado al fracaso. Pero
eso no fue así en realidad.
Juliano no estaba loco.
Fue resultado de su época, ni más ni menos. Miembro de la familia imperial, su
padre y su hermano mayor fueron asesinados por los hijos del emperador
Constantino que les temían como posibles rivales al trono. Fue una época de
intrigas y conspiraciones paranoicas insoportables, donde cualquier gesto u
omisión podía ser interpretado como traición y castigado con la muerte. Se llegaba
incluso a situaciones absurdas en las que la propia paranoia provocaba esa traición
que, de otra manera, no habría surgido. Es lo que le pasó al general Silvano,
que, percibiendo que los rumores le señalaban como un posible traidor, tuvo que
cometer esa traición para, en una huida hacia adelante, tratar de salvar la
vida y rebelarse contra el emperador. Una locura provocada por unos tiempos
locos.
Juliano sale del olvido
Los propios hijos de
Constantino acabaron matándose entre ellos hasta que sólo sobrevivió Constancio II. Precisamente después del episodio del general Silvano, al que mató, sacó a
Juliano del olvido y le mandó a las Galias para sustituir al general derrotado
y luchar contra los bárbaros que cruzaban la frontera y saqueaban las
provincias romanas.
Moneda con imagen de Juliano. |
Juliano no había pensado
nunca que pudiera tener un hueco en la política romana. De hecho, tras el
asesinato de su familia, su vida siempre había pendido de un hilo. Pero parece
que los emperadores se habían olvidado de él. Juliano se acabó refugiando en el
estudio de la filosofía y se fue adentrando cada vez más en el mundo
helenístico y su cultura. Esta era pagana, la de los antiguos dioses del
Olimpo, que estaba en franco retroceso ante la fuerza del Cristianismo
patrocinado por los emperadores que habían asesinado a su familia. Así, si
había algo que se opusiera directamente a la dinastía reinante, eso eran los
dioses paganos que Juliano abrazó y la ética y estética helenista. La barba de Juliano es un tributo a ese mundo en retroceso (ver moneda arriba).
Juliano triunfó en las
Galias, donde derrotó a los bárbaros en la batalla de Estrasburgo en el año 357
y donde fue nombrado César por el emperador, el título de sucesor. Juliano ya
estaba en plena promoción política, pero eso le convertía en un traidor en
potencia a ojos del paranoico emperador. Era la paradoja: si perdía contra los bárbaros,
éstos le acabarían matando. Pero si ganaba la batalla y adquiría prestigio, le
acabaría matando el emperador. Juliano acabó por adelantarse y, al igual que
hizo Silvano años antes, se rebeló contra el emperador y marchó contra él. No
hubo batalla porque Constancio II murió antes. Juliano heredó el imperio y
comenzó a aplicar sus ideas que había adquirido durante su refugio.
La filosofía era su
guía y el helenismo su inspiración. Según Juliano, la virtud del imperio se
estaba perdiendo porque se estaba patrocinando a una religión cristiana que iba
en contra de los valores que hicieron grande la civilización grecorromana. Por
eso comenzó a fomentar los viejos cultos paganos y las antiguas tradiciones. No
prohibió el cristianismo, pero en un mundo en el que el emperador tenía el
poder absoluto y era un ejemplo a seguir, que profesara el paganismo era un
motor para los antiguos cultos y un problema para los cristianos.
El Imperio Romano en el S. IV. |
Éstos, sin embargo, ya
eran la inmensa mayoría de la población, sobre todo en su parte oriental,
paradójicamente la más helenizada, donde el emperador no era precisamente
popular debido a sus políticas anticristianas. Juliano necesitaba un enemigo extranjero,
una amenaza común que unificara a su imperio en la lucha y que le diera las
mismas victorias en Oriente como las que había conseguido en Occidente, donde
era popular tras su victoria contra los bárbaros. Ese enemigo estaba cerca: el
Imperio Sasánida.
A la sombra de Alejandro Magno
Así pues Juliano marchó
al este a invadir el Imperio Sasánida con un gran ejército de más de 65.000
soldados, como contaron algunas fuentes. Este ejército penetró en el territorio
de Mesopotamia, lo que hoy conocemos como Irak. Como buen seguidor y entusiasta
del mundo helenístico, seguramente quiso emular al gran héroe Alejandro Magno y
derrotar a los herederos de los persas y expandir la civilización grecorromana
al este. Pero era un sueño que a esas alturas de la historia era una quimera.
El Imperio Sasánida. |
Los romanos avanzaron y
entraron en territorio enemigo y vagaron por él hasta llegar a su capital,
Cesifonte, a la que empezaron a asediar. Los Sasánidas al principio no
ofrecieron resistencia a la invasión, pero se fueron retirando según la táctica
de la tierra quemada. No dejaron nada a los romanos para que se alimentaran.
Poco a poco les fueron
atacando en una guerra de guerrilla que fue debilitando a unos romanos asediados
por el calor, el hambre y la sed. Muchos de esos soldados habían acompañado a
Juliano desde la Galia. Estaban lejos de su hogar al que añoraban con fuerza, y
no estaban acostumbrados al clima de Mesopotamia. Finalmente hubo una gran
batalla en Maranga, cerca de la actual Samarra. Juliano murió en combate y los
romanos fueron vencidos.
¿Estaba Juliano abocado al
fracaso?
Juliano había sido el
último emperador ‘clásico’, del tipo de Marco Aurelio. Se consideraba un
filósofo, y como emperador quiso aplicar sus ideas en su imperio. El cristianismo
era su gran obstáculo, pero no pudo con él. Las fuerzas que había liberado Constantino 50 años antes a partir del Edicto de Milán sobrevivieron.
Pero ¿qué hubiera
pasado si Juliano no hubiera muerto en batalla? ¿Y si hubiera podido consolidar
su gobierno y llevar a cabo sus políticas? Juliano murió pronto, tras solamente
dos años en el trono, y con él murió el sueño del imperio helenístico y
filósofo que nunca fue y que ya no sería jamás. El Cristianismo, ya libre de
una oposición organizada, fue creciendo más y más por el imperio. Una
generación más tarde, el emperador Teodosio prohibió toda fe que no fuera la cristiana.
Juliano había perdido,
y con él el mundo clásico. Su nombre acabó ligado para siempre a su derrota.
Ahora se le conoce como Juliano, “el apóstata”.
Para
conocer más sobre este personaje tan curioso e interesante recomiendo la
lectura de la obra de Gore Vidal, “Juliano el apóstata”. Una visión muy
completa sobre el personaje y sobre la vida en el Imperio Romano en esa época.
No hay comentarios:
Publicar un comentario