La
Casa de Campo, el pulmón verde de Madrid, no es un parque pero tampoco es un
bosque. Entre dos mundos, el urbano y el rural, ha sido durante siglos el lugar
de esparcimiento de los madrileños. Sin embargo, entre sendas y rutas de paseo,
escondidas por la vegetación y disimuladas por el paso del tiempo, la Casa de
Campo oculta unas cicatrices que revelan un pasado traumático y sangriento.
En las laderas y en las
cumbres de los pequeños cerros que pueblan la Casa de Campo unos extraños
surcos en el suelo, pequeñas zanjas colmatadas, revelan la acción del hombre. No
son obra de la erosión. Son los restos de trincheras y fortificaciones que 75
años después de haber sido excavadas continúan en el mismo lugar, abandonadas y
casi olvidadas. Y es que la Casa de Campo lo fue también de batalla durante la
Guerra Civil.
Restos de trincheras. |
Justo enfrente de
Madrid, a un tiro de piedra –o de fusil- y cubierto por los árboles, yacen los
restos de un sofisticado sistema defensivo construido por las tropas rebeldes
del general Francisco Franco que entre 1936 y 1939 lucharon contra los
partidarios de la República. Fue una lucha cruel y despiadada, y durante tres
años la Casa de Campo simbolizó en gran medida esta pelea.
En noviembre de 1936
los soldados de Franco llegaron a Madrid después de una sangrienta marcha
victoriosa que comenzó meses antes en Andalucía. Pasando por Badajoz, Talavera
y Toledo, los llamados nacionales se prepararon para conquistar la capital de
España y ganar la guerra. El Gobierno republicano había huido y dejado atrás a
una Junta de Defensa con escasos medios y posibilidades de éxito. Los
milicianos republicanos estaban asustados y desmoralizados ante los aguerridos
y profesionales soldados enemigos. Franco pensó que la victoria era pan comido
y trazó un plan de ataque que expresaba esa arrogancia.
El peor lugar para atacar
Los atacantes iban a
asaltar Madrid desde el oeste, el único punto cardinal por el que la capital
cuenta con una defensa natural: el río Manzanares y la Casa de Campo. Franco no
se planteó rodear la ciudad y entrar por otro lugar más accesible. Su desdén por
los republicanos le hizo pensar que no aguantarían un ataque frontal a través
de la vegetación de la Casa de Campo y que no ofrecerían resistencia al cruce
del río, dos de las maniobras militares más complicadas. Y Franco fracasó.
Fortín semienterrado. |
Los republicanos
resistieron y frenaron el avance enemigo, aunque es cierto que por poco. Como
un perro rabioso que muerde su presa y no la suelta, el ejército franquista consiguió conquistar la Casa de Campo y
cruzar el Manzanares, entrando en la Ciudad Universitaria alcanzando el Hospital
Clínico. No avanzaron más en toda la guerra, pero tampoco se les pudo echar de
allí. Comenzaron a fortificarse.
Hoy resulta extraño
pensar que hace 75 años los dos bandos de una España enfrentada a muerte se
estaban mirando fijamente a ambos lados del Manzanares. El simple trayecto que
hoy se puede hacer en teleférico desde la calle Pintor Rosales al interior de
la Casa de Campo, entre 1936 y 1939 hubiera equivalido a un viaje imposible
entre dos mundos enfrentados.
Observando desde su
trinchera el lugar al que seguramente había ido a pasar más de un domingo antes
de la guerra, el miliciano republicano tenía que tener cuidado de no caer
víctima de un francotirador enemigo. Y en el otro bando, acariciando Madrid,
pudiendo observar su vida y sus transeúntes pero sin poder acercarse a sus
calles, los soldados franquistas vivían entre la vegetación arrasada a sólo un
centenar de metros de la urbe. Podían verlo todo, pero no tocar. Aunque sí
bombardear.
Vista desde el Cerro de Garabitas. |
El Cerro de Garabitas,
el punto más alto de la Casa de Campo, era su punto de observación desde el
cual ordenaban los bombardeos indiscriminados de la artillería sobre la ciudad.
Les servía de referencia el edificio de la Telefónica, en la Gran Vía, entonces
el más alto de Madrid. El daño que causaron en la ciudad y en su población
civil fue enorme con miles de muertos y decenas de casas destruidas.
Una fortaleza
A partir de finales de
1937 la intensidad de la guerra se había trasladado a otros lugares de España y
Franco ya no quería atacar Madrid, al menos a corto plazo. La Casa de Campo se convirtió
en una fortaleza. Se excavaron más trincheras y se construyeron fortines de
hormigón. Hoy están semienterrados, casi ocultos, como si no se quisieran
mostrar, como si fueran los restos de un pasado incómodo.
Pista de suministros. |
También se mejoraron
los caminos para llevar municiones y alimentos a la tropa. Una pista de
hormigón con inscripciones aún legibles, lleva directamente al Manzanares donde
durante la guerra una pasarela unía a los soldados franquistas de la Ciudad
Universitaria con el resto de su zona. Los porteadores se jugaban la vida
cruzando esa pasarela bajo el fuego enemigo, pero la cerrazón de sus mandos
evitaba tan siquiera pensar en retirarse de esa posición que solamente se
mantenía por prestigio.
Al final esa fortaleza
de la Casa de Campo nunca se puso a prueba. Los republicanos nunca la atacaron,
ni los franquistas volvieron a asaltar Madrid. Cuando acabó la guerra, a
finales de marzo de 1939, los republicanos dejaron las armas y se marcharon de
sus trincheras. Los franquistas solamente tuvieron que salir de las suyas y
entrar en la capital. Abandonaron sus posiciones que aún hoy, 75 años después,
siguen ocultas observando su antigua presa.
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