Habían
sido derrotados, y como perdedores fueron tratados. Dejaron de vivir en sus
aldeas para ser arrastrados a la nueva ciudad de sus conquistadores, cerca del
río Ebro, a los pies de las montañas, a la entrada del valle verde que llega
hasta el mar. El mismo valle y las mismas montañas que tan sólo unos años antes
habían servido para mantener a raya a las legiones romanas. Pero finalmente el
mejor ejército del mundo ganó, como siempre, y los cántabros derrotados fueron obligados
a vivir en la nueva ciudad construida para vigilarlos: Julióbriga.
Catón el viejo fue el
primer romano que mencionó a los cántabros. Lo hizo en el año 195 a.C. y lo
hizo de pasada, sin interés, ya que éste se lo reservaba a un río. En concreto,
Catón se refería al río Ebro, que según su descripción, nacía en la tierra de
los cántabros “grande y hermoso, abundante en peces”. Ni Catón ni mucho menos
los cántabros, podían imaginar en ese momento que unos 170 años más tarde ambos
pueblos estarían enfrentados en una guerra sangrienta y cruel.
Restos del Foro. |
En el año 29 a.C. el
gran Octavio Augusto encabezó una serie de campañas militares con el objetivo
de completar la conquista de la Península Ibérica. En ese momento solamente las
tierras de la cornisa cantábrica se resistían al poder romano. Y ese pode
codiciaba sus tierra ricas en metales preciosos. Los combates fueron
tremendamente duros, en un terreno muy difícil y apto para emboscadas. Una
década necesitó Roma para vencer a sus enemigos, pero finalmente vencieron.
Una de las primeras y
más importantes medidas después de la victoria era la consolidación del poder
imperial en la zona. Y eso solamente se podía conseguir a largo plazo mediante
lo que mejor sabían hacer los romanos: fundar ciudades.
Así fue cómo nació
Julióbriga hacia el año 15 a.C., a muy pocos kilómetros de la actual Reinosa, al
sur de Cantabria. Su emplazamiento reunía una serie de ventajas importantes:
terreno llano en un entorno montañoso, el paso de las vías de comunicación
entre los valles cántabros y la meseta (aún hoy esa ruta sigue vigente, en
forma de autovía), un río caudaloso como el Ebro que proporcionaba agua, y, en
ese momento crucial, la protección de la Legión IV Macedonica, emplazada muy
cerca, en los alrededores de lo que hoy es Aguilar de Campoo.
La ciudad fortificada
Julióbriga, la “ciudad
fortificada de Julio” (en clara alusión al emperador Augusto, hijo adoptivo de Julio
César y a su familia Julia), nació como un enclave romano en tierra recién
conquistada. Y lo hizo con la misma forma con la que nacieron todas las ciudades
romanas del Imperio. Es decir, en forma de parrilla y con dos avenidas centrales
que se cruzan: el Cardo y el Decumano. Aún hoy se pueden adivinar las columnas que
sostenían el tejado de la larga avenida porticada bajo el cual se refugiaban
las tiendas y tabernas, una manera muy práctica de proteger al transeúnte del
frío y la nieve en invierno y del intenso sol en verano. Es una tradición
urbanística que aún hoy se mantiene en la mayoría de las ciudades del norte de España.
También se han
encontrado los restos de una Domus, una casa grande y acogedora en la que
vivían los conquistadores, o al menos una familia afortunada de ellos. Caliente
en invierno y fresca en verano, estas casas señoriales bien iluminadas y
surtidas de alimentos y esclavos, representaban in situ el poder de la
oligarquía que se había rendido al Imperio a cambio de una vida de privilegios
y explotación de las provincias.
Y también hay restos de
las casas de los explotados, generalmente esos cántabros derrotados y sus
descendientes, que lentamente fueron asimilando la cultura del vencedor y a
comunicarse en latín y a vestirse y pensar como ellos. A eso se le llamaría
mucho más tarde romanización. Pero también significaba otra cosa. La
romanización era también el fin de la antigua forma de vida, de sus aldeas, de
sus partidas de caza, de todo lo que no se podía controlar desde las fuerzas de
ocupación y que podían servir a una hipotética rebelión.
Por eso los romanos
mantuvieron a los cántabros cerca, en su misma ciudad. Pero viviendo como
derrotados, en casas pequeñas, insalubres, antihigiénicas, oscuras, sin
ventanas ni chimeneas. Eran los tugurium, los barrios de los más pobres, del
proletariado romano y de los vencidos. En Julióbriga esos tugurium eran no más
grandes que simples habitaciones en las que se apiñaban familias enteras acompañadas
de sus animales. Allí dormían, cocinaban, comían, defecaban y procreaban.
Julióbriga creció y
prosperó, como casi todas las ciudades del Imperio Romano. Pero en el siglo
III, el siglo de la gran crisis económica, de las guerras civiles, el siglo en
el que el Imperio a punto estuvo de desaparecer, fue abandonada. No se sabe por
qué, ni a dónde marcharon sus habitantes. No se encontraron rastros de
destrucción ni de saqueo. Simplemente se vació, como muchas otras ciudades en
la misma época.
Hoy una iglesia románica,
construida en la Edad Media con las piedras de la ciudad abandonada, señala el
lugar donde estuvo el foro, el centro de Julióbriga. Casualmente, o seguramente
no, se erigió sobre los restos del antiguo templo pagano. Una nueva era, la
cristiana, había comenzado.
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