Las montañas de Ramales de la Victoria. |
“En
aquellas asperezas se daba una batalla de días, complicada y difícil, batalla y
asedio a la vez; combates de artillería y combates de arma blanca; batalla
reñida, reñidísima, como que la sostenían por una y otra parte soldados
curtidos y amaestrados en largas campañas sostenidas durante seis dolorosos
años, al rigor de todas las penalidades del suelo, de todas las inclemencias
del cielo”. Así
describió el escritor santanderino Amós de Escalante la lucha entre liberales y
carlistas en Ramales entre abril y mayo de 1839. Fue la última de los carlistas
antes del histórico Abrazo de Vergara que puso fin a su insurrección.
Ramales es una pequeña
localidad del interior cántabro al final de un desfiladero que conecta la
comarca de las Merindades del norte burgalés con el Mar Cantábrico. Es un lugar
estratégico, por el que durante siglos transitó la lana castellana que era
embarcada en Vizcaya o en Santander con destino a las islas británicas o
Flandes, e incluso el emperador Carlos V pasó por allí de camino a su retiro
definitivo en Yuste. En el S. XIX ese trajín había desaparecido, pero no por
ello Ramales había dejado de ser un lugar de paso obligado para todos aquellos
que querían llegar al mar desde el norte de Castilla, o acceder a Vizcaya.
Ramales era, y sigue siendo, un cruce de caminos.
Los carlistas lo
sabían, y por eso conquistaron ese cruce para, desde allí, lanzar ulteriores
conquistas por el norte cantábrico hacia Asturias y Galicia. Los liberales lo
sabían, así que se dispusieron a expulsarles de allí. Así fue como se produjo
la batalla de Ramales, la última de una guerra civil que, como todas las que
enfrentaría a los españoles en los próximos cien años, enfrentaba dos formas
completamente antagónicas de entender el país.
Carlistas y liberales
Cuando el rey Fernando
VII murió el 29 de septiembre de 1833, dejó como heredera a una niña, la futura
Isabel II. Estaba a su cargo su madre y última mujer del monarca, María Cristina. Esta joven siciliana de 27 años estaba completamente sola y acosada
por su cuñado, el hermano menor del rey, Carlos. Éste se consideraba el único
heredero posible al trono, ya que así lo establecía la Ley Sálica de los
Borbones, que prohibía el acceso al trono a las mujeres. Fernando había
promulgado la llamada Pragmática Sanción por la que se levantaba la Ley Sálica
para que Isabel pudiera ser reina, pero Carlos nunca lo aceptó.
Carlos, el padre del carlismo. |
María Cristina se negó
a sacrificar los derechos de su hija y se enfrentó a Carlos y a sus seguidores,
los conocidos como carlistas, cuyos símbolos eran la Cruz de Borgoña y sus
boinas rojas. Para ello contaba con la ayuda de los liberales, los mismos que
años antes habían sido perseguidos y asesinados por su marido Fernando VII por
atreverse a pedir una constitución y romper el principio de que el rey lo era
por voluntad divina, y no del pueblo.
A Carlos, en cambio, le
apoyaban los absolutistas. Era una amalgama de personas que coincidían en su
extremo conservadurismo y tradicionalismo, los mismos que en época de Fernando VII
oprimieron a los liberales. Pero también le apoyaban los partidarios de los
privilegios de las viejas provincias vascas y de Navarra. Los liberales creían
en la centralización del Estado y en su división administrativa en provincias
sin ningún privilegio para ninguna. Las llamadas ‘leyes viejas’ vascas y los
fueros navarros estaban en peligro. Carlos, que no quería cambios ni modernizar
la administración, se comprometió a no tocarlos. La consecuencia fue un norte
de España carlista junto a brotes importantes en Castilla, Cataluña, Aragón y
Levante.
El último combate
En 1839 la guerra civil
llevaba ya seis años en marcha cuando los liberales se enfrentaron a los
carlistas en Ramales. El primer combate fue el intento de reducir un cañón
carlistas que se refugiaba en una cueva y controlaba el desfiladero en
dirección norte. La lucha fue terrible hasta que finalmente el cañón fue
silenciado y la cueva conquistada.
Monolito conmemorativo. |
Después le tocó el
turno a la población, que fue totalmente destruida. Se enfrentaban dos ejércitos
bastante igualados, pero el general carlista Maroto no empeñó sus fuerzas con
todo el vigor y destreza que debería y resultó derrotado, retirándose de
Ramales y perdiendo toda posibilidad de extender la guerra al resto del norte
español.
Ya en ese momento
surgió la duda sobre si el general Maroto había traicionado a su bando
negándose a combatir. Pocos meses después, en agosto de 1839, firmó la
rendición de su ejército a cambio del perdón por parte de los vencedores. Fue
el llamado “Abrazo de Vergara” con el general victorioso Espartero. Fue el fin
del carlismo y del hermano de Fernando VII, que tuvo que exiliarse en Francia.
Pero, paradojas del
destino, también tuvo que huir a Francia la vencedora, su cuñada y rival María
Cristina. El general Espartero se hizo con el poder y con la tutoría de Isabel
II. Era el nuevo dueño de España, el “Príncipe de Vergara”, que premió a
Ramales con el sobrenombre “De la Victoria”.
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