Sonaban los tambores y las trompetas, dicen que para tapar los sollozos. Los golpes, marciales y constantes, marcaban el ritmo de la ceremonia presidida por una gran estatua de bronce del dios Moloch, un enorme cuerpo de hombre con cabeza de carnero. Tenía sus brazos extendidos. Debajo de él e incluso dentro de su cuerpo hueco ardía una hoguera. La luz de las llamas y el calor que desprendían daban al espectáculo una imagen aún más irreal, terrible.
Alrededor de la estatua incandescente se había reunido una multitud que entonaba un murmullo ilegible. Algunos se ponían de rodillas mientras la mayoría simplemente observaba de pie, boquiabierta y atemorizada. Miedo, en sus caras se leía terror.
De pronto, un recién nacido era llevado ante Moloch por un sacerdote. El estruendo de los tambores subía en intensidad. Los murmullos de los fieles también se hacían más fuertes mientras el sacerdote avanzaba con el bebé en sus brazos y la mirada fijamente clavada en la cabeza de carnero de Moloch. El ruido a su alrededor evitaba escuchar los llantos del crío que chillaba con cada vez más fuerza a medida que le iban acercando al fuego. Ya sobre las llamas, el sacerdote murmuraba algo y de pronto arrojaba al pequeño a la hoguera.
¿Sacerdote con un recién nacido? |
Este espantoso ritual se llamaba molk y era propio de los pueblos semitas en la Antigüedad. Los cananeos (o fenicios, que era lo mismo) y los hebreos lo celebraban en honor a Moloch, también conocido como Baal, el símbolo del fuego purificante que a su vez simboliza el alma. Los sacrificios a este dios no eran comunes. Solamente se hacían en momentos de máxima necesidad para la comunidad, sobre todo cuando ésta corría un grave peligro. Entonces se imploraba clemencia a Moloch, al que se creía que se había ofendido, y para demostrar que el respeto hacia él era verdadero, se sacrificaba al bien más preciado de las familias: sus hijos.
Se sabe muy poco de los fenicios y de sus ritos, a pesar de que fueron ellos los que introdujeron el alfabeto en Europa. Sus costumbres y tradiciones son hoy un misterio perdido en el tiempo. Solamente existen algunas pistas originarias de la última ciudad fenicia de la historia: Cartago.
Cartago, los últimos fenicios
Según la tradición, Cartago, en la actual Túnez, fue fundada en el año 814 a.C. por la princesa Dido y un grupo de fenicios provenientes de la ciudad de Tiro, en lo que hoy es Líbano. Cartago prosperó, y cuando las ciudades fenicias originales del levante mediterráneo dejaron de ser el centro comercial próspero y poderoso que llegaron a ser, Cartago tomó el relevo y se convirtió en la gran potencia comercial y militar del Mediterráneo occidental.
Cementerio de niños en Cartago. |
Esta posición le proporcionó riquezas y poder a los cartagineses, pero también enemigos. Éstos fueron muchos y muy poderosos, entre los que destacaron primero los griegos y después los romanos. La lucha siempre era por lo mismo: el control de las rutas comerciales y sobre Sicilia. Las guerras fueron muchas y muy sangrientas, y Cartago estuvo más de una vez a punto de ser destruida.
Cabe imaginar entonces que en los momentos de crisis nacional los cartagineses echarían mano de sus más antiguas y sangrientas tradiciones, entre ellas el molk. Destaca una historia contada por los griegos, en la que los soldados del tirano de Siracusa, Agatocles, vieron espeluznados cómo los cartagineses sacrificaban a 300 niños delante de sus ojos mientras perdían la batalla por Cartago.
Al parecer, en estos momentos de crisis no faltaban las familias voluntarias para sacrificar a sus hijos, pero los más preciados eran los hijos de las mejores familias, sus primogénitos. Ese era el mayor sacrificio que un patricio podía hacer para la comunidad que le había hecho rico y poderoso.
La escena final de Cartago tiene una gran similitud con este ritual. En el año 146 a.C. los romanos habían cercado y derrotado a los cartagineses en su ciudad después de dos guerras terribles por la supremacía en el Mediterráneo. Solamente quedaba un último grupo de resistencia en el templo de la ciudad formado, principalmente, por desertores romanos. Sabían que serían ajusticiados si eran capturados, por lo que optaron por el suicidio lanzándose a las llamas del templo, igual que los niños sacrificados en el molk.
Cartago fue conquistada y arrasada por Roma. Era la última ciudad fenicia, y con ella murió el culto a Moloch y sus horribles sacrificios.
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